Domingo 14 de abril 2019 (Domingo de Ramos) / Lucas 19, 28-40; Isaías 50, 4-7; Salmo 21; Filipenses 2, 6-11; Lucas 22, 14 – 23, 56.
Por JOSÉ LUIS BLEDA / Ya hemos llegado a la Semana Santa. Este año la liturgia de la Iglesia nos ofrece la lectura y meditación de la Pasión según san Lucas para adentrarnos en la contemplación del Misterio de la Redención, de la Pasión y Muerte de Jesús, del Dios que por amor se hizo hombre, por amor se puso en manos de hombres que le traicionaron, negaron, abandonaron, condenaron a muerte y le ejecutaron, a los que no dejo de amar, de perdonar, de justificar, mostrándonos así a un Dios humano, que desde la cruz sigue mendigando nuestro amor.
El evangelio de Lucas es también conocido por el Evangelio de la Misericordia, ya que contiene la parábolas más bellas sobre la Misericordia de Dios, entre ellas las del Buen Samaritano y la del Padre Misericordioso (Hijo prodigo), pero también porque en su Pasión nos muestra en Jesús la imagen perfecta de la Misericordia, en especial con las tres frases que pronuncia Jesús en la cruz:
- Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. ¿No sabe lo que se hace quién pone un clavo sobre la piel, la mano, el pie y lo golpea clavando una persona a un madero? El amor exculpa, Jesús ama incluso a quién lo crucifica.
- En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso. No importan los delitos cometidos, la justicia de su sentencia y ejecución, la vida pasada, el amor y la Misericordia de Dios lo desbordan todo.
- Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu. Jesucristo acaba en las manos del Padre, está en sus manos, en este Evangelio no se experimenta el abandono de Dios en la cruz, esa experiencia se reduce al momento de Getsemaní, en la cruz Jesús derrama perdón, misericordia, y, por último pasa a las manos del Padre.
Pero, aunque esta reflexión se alargue más de lo acostumbrado, permitirme comentar esta Pasión en torno a cuatro pares de personajes: Judas y Pedro, Pilato y Herodes, los dos malhechores y el centurión y José de Arimatea.
Judas y Pedro, son los dos apóstoles, en este Evangelio se nos deja entrever que Judas si participó de la cena, ya que el anunció de la traición y entrega Jesús lo hace una vez bendecido el pan y el cáliz y repartido entre su apóstoles, y tras el beso, Judas desaparece; tampoco se menciona el fin de Judas, sólo el lamento de Jesús: “¡ay de aquel hombre por quien es entregado!”, y, luego el reproche en Getsemaní: “¿con un beso entregas al hijo del hombre?”. Así, Lucas, nos deja claro que Judas es uno de nosotros, uno como nosotros, uno que se sienta en la mesa de la cena, que come del pan y bebe del cáliz, que discute con los otros apóstoles sobre quién es el más importante, que besa a Jesús, como nosotros besamos los pies de este y de ese otro Cristo,… Pedro no es tampoco muy diferente a Judas, cierto que él no traiciona ni entrega, pero cuando se ve en peligro es capaz de negar, no llega en su fidelidad a Jesús hasta el final, al menos en este momento, no está dispuesto a ser detenido ni a correr la misma suerte que el Maestro, la diferencia es que él si siente la mirada de Jesús, deja que esa mirada le llegue al corazón, y llora, se arrepiente, inicia así su camino de conversión, conversión que ya en la cena le anunció como necesaria Jesús: “..cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos”. No tiene sentido discutir aquí si pecó más Judas o Pedro, si peca ese o ese otro más o menos que yo,…, la lección está no en el pecado, sino en la capacidad de reconocerlo, asumirlo, llorarlo y cambiar, ser capaces de seguir, de empezar de nuevo y esta vez sin pecar,… El pecado de Judas no fue traicionar a Jesús, ni entregarlo con un beso, sino el no creer en su amor y misericordia, no esperar su perdón, pensar que su pecado, su traición, que él era más grande e importante que la misericordia de Dios, no cree que Jesús podría perdonarle, se cierra a la conversión, lo contrario que Pedro.
Pilato y Herodes, el gobernador y el rey, los que podrían haberlo salvado, aunque ¿de verdad estaba en sus manos decidir salvarlo o condenarlo? Herodes se nos presenta como más frívolo, más de acuerdo con la imagen de personaje mediocre y títere, capaz de ridiculizar, humillar, pero incapaz de tomar decisiones maduras y adultas, es el mismo que por complacer a la hija de su concubina mando decapitar a Juan el Bautista, al que admiraba, y ahora sólo es capaz de despreciar a Jesús, aunque no lo considera digno de muerte, ni de ser juzgado. Pilato, en este Evangelio, se nos presenta claramente convencido de la inocencia de Jesús, incluso se esfuerza por intentar no condenarlo, se ofrece a castigarlo y dejarlo ir, pero la presión de las autoridades judías y el clamor del pueblo le obligan a entregar a Jesús en manos del pueblo. Pilato y Herodes terminan ese día siendo amigos, ambos, el rey y el gobernador se convierten en testigos de cómo el Imperio, el poder, la autoridad, el orden social, la Justicia, son capaces de condenar al que saben inocente. Situación no muy lejana, salvando las distancias, a la que se vive hoy día ¿cuántos seguidores de Jesucristo no votarían en un referéndum a favor de la pena de muerte? ¿qué estamos haciendo con inmigrantes y refugiados que tratan de llegar de manera ilegal a Europa a través del desierto o del Mediterráneo? ¿cuántos en nombre de la Ley y la Justicia se ven en la calle, sin hogar, sin futuro, sin posibilidades? ¿no preferimos que el Estado siga permitiendo la venta de armas a países que las usan contra población civil a que se puedan poner puestos de trabajo de españoles en peligro?
Los dos malhechores. Todos los evangelios nos hablan de que Jesús fue crucificado entre dos malhechores, algunos dicen dos ladrones, aunque una condena como la cruz implica un delito grave, no un simple robo. Con este detalle Jesús se humilla hasta identificarse con los malhechores, con los peores delincuentes, merecedores por su estatus social, podrían ser esclavos, y por sus delitos, de la pena de muerte en cruz, comparte su suerte, y al hacerlo no valora si son culpables o inocentes, simplemente, Jesús comparte su suerte, se identifica con toda persona condenada y ejecutada. Pero en este Evangelio, el Crucificado no es sólo el culmen del descendimiento de Dios hasta identificarse con lo peor y más bajo de los hombres, de la humanidad, sino que es también signo de la Misericordia de Dios, pues lleva a esos hombres, a los malhechores, la salvación; “hoy estarás conmigo en el paraíso”. El malhechor a quién le promete la salvación no puede enmendar los males que cometió, no puede hacer nada, esta como Cristo clavado en cruz, sólo puede reconocer su realidad, que se la merece, la acepta y se pone en las manos del inocente que sufre con él, este si que ha reconocido a Dios a su lado, compartiendo su suerte, y lo reconoce no para una salvación temporal, como la que deseaba el otro malhechor, sino la salvación eterna.
Por último el centurión y José de Arimatea. Ellos como Pilato y Herodes, pero en unos peldaños más abajo, representan al Imperio y a la autoridad social y religiosa judías. Un centurión, un militar romano, uno de los que dominan, manda sobre cien hombres ¿a cuántos habría matado? ¿cuántas ejecuciones habría presenciado? Un hombre acostumbrado a ver morir a otros, verlos humillados, hundidos, destrozados,.., un hombre duro, curtido en combates, acostumbrado a la sangre, pero capaz de reconocer la justicia del crucificado: “Realmente, este hombre era justo”. La tradición y los apócrifos nos dicen que este centurión, Longinos, se acabó convirtiendo, iniciando así una larga lista de centuriones y militares romanos que abrazarán el cristianismo exponiéndose al martirio, ya que la nueva fe les exigía abandonar la vida militar y eran acusados de desertores. José de Arimatea era un miembro del Sanedrín, como los que había condenado a Jesús por blasfemo e hicieron que Pilato lo entregará para ser crucificado, pero él no participo ni estuvo de acuerdo con esa decisión; es más, al final da la cara por Jesús, pide su cadáver, lo desclava de la cruz y le da sepultura. En José de Arimatea el rico, el bien situado, también puede ser discípulo de Jesús, pero para ello debe dar la cara por el crucificado, tocarlo, abrazarlo, depositar su cuerpo con delicadeza, con cariño en la tumba. Un mensaje de esperanza. El paraíso es para el malhechor que comparte suplicio con Jesús, pero también está al alcance del centurión, del verdugo; el Evangelio es Buena Noticia para los pobres, pero también puede serlo para los bien situados, para los ricos, como José de Arimatea. Jesús es para todos, todos podemos ser de Jesús si sabemos reconocerlo, verlo en el crucificado y empezamos a vivir en consecuencia con lo que vemos, con lo que creemos, con lo que significa reconocer a Cristo en el crucificado.