III DOMINGO DE PASCUA

Hechos 2, 14.22-33; Salmo 15; 1ª de Pedro 1, 17-21; Lucas 24, 13-35.

Para este tercer domingo de Pascua la Liturgia de la Palabra de la Iglesia nos regala el pasaje de la aparición de Jesús resucitado a los discípulos de Emaús.

¿Quiénes son los discípulos de Emaús? ¿A quién representan? Son dos, Jesús, sabemos que mandó a sus discípulos de dos en dos. Estos no son enviados, huyen de Jerusalén, dónde dejan al resto de los discípulos encerrados por miedo a los judíos. El miedo les lleva a dejar y alejarse de sus compañeros y a buscar refugio donde ellos se creen seguros, en su aldea, en su casa, … El Evangelio nos dice el nombre de uno: Cleofás, que es el que habla, lo cuál, siguiendo la tesis del P. Gregorio Iriarte, omi, nos puede llevar a concluir que el otro sería su mujer: María la de Cleofás. Ella le sigue, no porque quiera irse y tenga miedo, ella estuvo al pie de la cruz y sería una de las mujeres testigos de la Resurrección, ella creía ya en que Jesús había resucitado, pero como fiel mujer sigue a su marido, discutiendo con él, y por ello calla y deja que el marido responda a las preguntas del viajero desconocido que les acompaña. Son como nosotros seguidores de Jesús, familia, como un matrimonio actual, un padre y un hijo, unos amigos, los dos son discípulos, pero en el seguimiento de Jesús tienen sus diferencias. Ser discípulo no lleva a dejar de ser humano, de ser hombre y mujer de su tiempo y de sus circunstancias: tienen miedo, buscan seguridad, caminan juntos, aunque discuten,… En nuestro caminar ordinario también Jesús se nos acerca y nos acompaña, aunque nuestras preocupaciones, nuestros temores, nuestro querer tenerlo todo seguro y bien atado nos impidan conocer bien a quién se acerca, es más, nos lleva a verlo con cierto recelo y preocupación. Pero Jesús camina a su lado, camina a nuestro lado, se interesa por nuestra vida, por lo que sentimos, por lo que nos preocupa, y así, hace que Cleofás le cuente su historia, lo que esperaba, lo que le ha defraudado, lo que teme,… Pedro, en la primera lectura, que nos ofrece sus primeras palabras a todo el pueblo tras Pentecostés, también resume lo que siente, lo que cree, lo que espera del resucitado, no solo para él sino para todo el pueblo. Cleofás no espera, se ha quedado en la muerte, no conoce al resucitado, no ha recibido su Espíritu. Cleofás y Pedro hablan de lo mismo, uno sin creer en la Resurrección, el otro, lleno del Espíritu, dando testimonio de la Resurrección.

Reconocer a Cristo

Lo que Pedro anuncia a los judíos es lo mismo que Jesús cuenta a la pareja de discípulos en el camino a Emaús. Ellos escuchan, dejan que la palabra de Jesús, su enseñanza entre dentro de ellos, les transforme. Cuando llegan al destino, a Emaús siguen sin reconocer a Jesús, pero ya no lo ven como un peligro, como una amenaza, lo ven como alguien que necesita descansar, cobijo, comida, y le invitan a hospedarse con ellos. La escucha de la Palabra les lleva a preocuparse por el otro y a darle respuestas, les lleva a compartir techo y mesa, y, es entonces cuando lo reconocen al partir el pan. Pierden el miedo, vuelve a la comunidad de discípulos y allí comparten sus experiencias de Resurrección, que Cristo, el que nos ha comprado con su sangre, está vivo, camina con nosotros, nos acompaña.

Una invitación a hacer un repaso de nuestra historia de fe. ¿Por qué creo? ¿En qué creo? ¿En qué me ha defraudado la fe? ¿Soy un cristiano con miedo, con temores, o, la experiencia que he tenido de fe me lleva como Pedro a contar lo que creo, compartirlo, exponerlo e invitar a todos a experimentar y conocer a Jesús Resucitado?


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