II Domingo de Pascua, Domingo de la Divina Misericordia

Hechos 2, 42-47; Salmo 117; 1ª de Pedro 1, 3-9; Juan 20, 19-31.

Concluimos la primera semana de Pascua, la celebración del gran día de la Resurrección del Señor, un día que se ha prolongado desde el pasado domingo al domingo presente. Celebramos, por expreso deseo del Papa san Juan Pablo II, en este domingo el domingo de la Divina Misericordia. Resurrección y Misericordia van íntimamente unidas ya que la Resurrección es a la vez consecuencia, fruto, y expresión de la Misericordia de Dios. Dios ante la Miseria del ser humano que le conduce a la muerte, que llevó a la muerte en cruz de Jesús, responde con el corazón resucitando a Jesús de entre los muertos. Si no hay muerto no hay delito, no hay culpa, no hay pecado. La resurrección de Cristo implica el fin de la muerte, del pecado, del mal, y el triunfo de la vida.

Este domingo está especialmente unido al anterior. La primera aparición de Jesús a sus discípulos se realiza en ausencia de santo Tomás; luego, a los ocho días, se vuelve a presentar ante los discípulos, estando presente santo Tomás. Jesús Resucitado nos trae paz, su Espíritu, y nos confía su misión y su poder. Jesús Resucitado desea la paz a aquellos ante quién se aparece o presenta, al tiempo que los envía tal y como Él fue enviado por el Padre: ahora, tras la Resurrección, los enviados para mostrar al Padre somos nosotros, los seguidores de Jesús, aquellos a quienes Jesús les mostro al Padre. Para realizar la misión, el envío, Él nos da su mismo Espíritu, el Espíritu que lo llevo al desierto, que lo fue llevando por los caminos de Galilea y Judea, y el Espíritu con el que vence el poder del Mal, del pecado, de la muerte, por ello, al recibir su Espíritu los discípulos también reciben el poder de perdonar los pecados. Aún así nos cuesta creer, pero Jesús no se molesta ni ofende, vuelve a presentarse y ahora nos invita a tocarle, a meter los dedos en las llagas de los clavos, la mano en el costado, …

Comunidad

Creer en el Resucitado, tocarlo, tocar sus heridas abiertas, eso es algo que solo podemos conseguir si permanecemos unidos a la comunidad de los creyentes, si formamos parte de la unidad de la Iglesia, una unidad que el libro de los Hechos de los apóstoles nos describe en varias ocasiones, aquí tenemos, en este domingo, la primera descripción de la vida de los primeros cristianos: unidos en la oración, en el compartir, todo lo tenían en común y todos procuraban satisfacer las necesidades de todos. Vivían de tal modo que quiénes les veían se agregaban a la comunidad. Así se expandió el Evangelio, la Buena Noticia, no tanto con predicaciones, sino con el ejemplo de una vida basada en la fe, tal y como también nos expresa la primera carta de Pedro en lo que proclamamos en la segunda lectura: la resurrección, la misericordia se manifiestan en la esperanza, la alegría, la fe con la que actuamos y vivimos en cada momento.

Que la Misericordia y la Resurrección del Señor marquen nuestras vidas, y que nuestra fe y esperanza se manifiesten en nuestro modo de vivir y actuar en la comunidad.


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