Mateo 21, 1-11; Isaías 50, 4-7; Salmo 21; Filipenses 2, 6-11; Mateo 26, 14 – 27, 66.

Terminó el mes de marzo y nos disponemos a celebrar la Semana Santa. La iniciamos con esa gran apertura que es el domingo de Ramos y la Misa de la Pasión, en este año escuchando la Pasión según el Evangelio de Mateo.

Allá donde se haga la bendición de ramos y la procesión lo primero que escuchamos es el relato de la entrada de Jesús en Jerusalén, de su última entrada pública, pues en cuatro días será entregado, condenado y ejecutado o asesinado. Contrasta la alegría con que se proclama este evangelio y la alegría de los cantos de la entrada, con la seriedad que luego nos invita a tener cuando se proclama la Pasión. Entre Evangelio y Pasión, todos los años, la Iglesia nos invita a ver en el siervo de YHWH de quién nos habla Isaías a Jesús en su Pasión: Jesús con su Pasión nos da una palabra de aliento, de ánimo, especialmente en los momentos de dolor, fracaso, persecución. Luego se nos invita a orar con el salmo 21, ya que los versículos más conocidos de este salmo los pronuncia Jesús en la cruz, no tanto porque se sintiera abandonado por Dios, sino porque en ese momento, en el de la agonía, estaba rezando, y como buen judío rezaba recitando de memoria el salmo 21, salmo que concluye con una invitación a alabar al Señor. Y concluimos, en las lecturas, con el himno cristológico de la carta a los Filipenses, dónde se canta el abajamiento de Dios en Cristo hacia la humanidad, Cristo es el Dios que se despoja de la divinidad para ponerse al nivel de los últimos, por eso, será ensalzado.

Este año seguimos el Evangelio de Mateo, el más judío y el más humano de todos los evangelios. La Pasión la inicia Mateo con el acuerdo entre Judas y los sacerdotes para entregarles a Jesús. Mateo es el que más detalles nos muestra de este hecho de Judas. En la Cena, Mateo dice directamente a Judas, tras haber comido ambos del mismo plato, que es él quién le va a traicionar; y, luego en Getsemaní, el que vino a salvarnos, le preguntará a Judas “¿a qué vienes?” Pregunta interesante: ¿a qué venimos? ¿para qué venimos a la Iglesia, a la catequesis, a la comunidad, al encuentro con Jesús? ¿Para darle un beso e irnos? ¿Para sacar provecho, ganar fama, reputación, ser mejor considerado? Él vino a entregar su vida, ¿acudo yo a Dios para entregar o, al menos, poner a su disposición mi vida? ¿tiene sentido ir a Jesús para otra cosa que no sea eso?

Otra peculiaridad es la respuesta que Jesús da al mismo Judas cuando le pregunta a: “¿acaso soy yo?”; que es la misma que da al Sumo Sacerdote cuando le conjura para que diga si es el Mesías, o a Pilato cuando le pregunta si es el rey de los judíos. “Tú lo has dicho”,” tú lo dices”. ¿Soy yo como Judas? ¿Es Jesús para mí el Mesías? ¿Es un rey? Esa es mi responsabilidad, como fue responsabilidad de Judas, del Sumo Sacerdote, de Pilato, lo que hicieron, lo que decidieron sobre Jesús, maestro, mesías, rey, ¿cómo lo trato? ¿cómo vivo frente a Él, frente a su Pasión? Se juzga y condena a Jesús, pero en un sentido más profundo, es Jesús quién en su Pasión, nos juzga, juzga nuestras decisiones, nuestras intenciones, nuestros postureos, somos nosotros los juzgados cuando Él es condenado.

El relato de la Pasión en Mateo es breve, conciso, muy ajustado a lo que realmente puedo ser. La desnudez de Cristo, sus ropas repartidas y echadas a suerte, … Ningún amigo cerca, todos le insultan, se ríen, también en este caso los dos malhechores crucificados con Él. Los que le quieren, las mujeres, miran de lejos. De esta Pasión permitirme destacar dos cosas: Mateo nos habla ya, en la muerte de Jesús, de la resurrección, no solo la de Jesús, sino de los santos que murieron antes; y, la segunda, el detalle del velo del Templo. El velo impedía que todos pudieran ver lo Sagrado, a Dios, ahora, en Cristo, muerto en la cruz, todos pueden ver lo más Sagrado a Dios encarnado, hecho hombre, muerto en la cruz para nuestra salvación. Ese signo, el crucificado está llamado a ser el signo de la presencia amorosa de Dios entre su pueblo, mucho más que el candelabro o el arca de la alianza.

La liturgia de hoy nos invita a celebrar el Triduo Pascual, en el que seguiremos el Evangelio de Juan, y veremos cada día con más detalle, todo este Misterio de Salvación. Feliz Pascua.


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