V DOMINGO DE CUARESMA, 26-3-2023

Ezequiel 37, 12-14; Salmo 129; Romanos 8, 8-11; Juan 11, 1-45.

Llegamos ya a la última de las catequesis cuaresmales; el próximo domingo, domingo de Ramos, volveremos al Evangelio de Mateo para proclamar y escuchar el relato de la Pasión. En este domingo, con la resurrección de Lázaro, culminamos lo que iniciamos con la samaritana. Jesús, fuente de agua viva (la samaritana) y luz del mundo (ciego de nacimiento) es también la Resurrección y la Vida (Resurrección de Lázaro). Además, escuchamos este Evangelio de la Resurrección de Lázaro tras haber celebrado previamente la Encarnación y la Jornada por la vida con el lema “Contigo por la vida siempre”.

El sepulcro

El sepulcro, la sepultura, es el sello o la rúbrica final del fracaso, la derrota, la muerte. Es también signo de la resignación ante la muerte, los que siguen vivos se conforman con la muerte de aquél que ha sido sepultado, nos conformamos con tenerlo enterrado, incinerado, guardadito, como algo que poseemos, aunque ese algo este muerto. Le damos más importancia a tenerlo que a que esté vivo. Por eso, ante un pueblo, una sociedad, que valora más el poseer, el tener, Dios por boca del profeta Ezequiel promete abrir nuestras sepulturas, liberarnos, sacarnos de todo lo que nos ata, nos encierra, nos entierra, para que seamos libres, para que tengamos vida, esto es la redención. En esto se manifiesta la misericordia de Dios de la que se nos habla en el salmo, ante nuestra miseria que nos apega a la posesión de cosas, incluso de los muertos (los tesoros y los muertos se entierran), el responde con el corazón, abriendo sepulturas, escuchando nuestro anhelo de vida.

En el sepulcro depositamos la carne muerta, lo que ha fracasado, pero nunca el Espíritu, nunca el Amor. Me gusta repetirlo en todos los entierros: el amor ni muere, ni se entierra, ni se incinera, seguimos amando, de manera distinta, expresando y sintiendo el amor de otra manera, más interna que externa, pero seguimos amando; yo sigo amando a mi padre, a mis abuelos, a mis sacerdotes, a mis amigos, que ya no están físicamente frente a mí, conmigo, pero que siento me siguen amando.

Lázaro

Todo esto y mucho más vemos en este pasaje de la resurrección de Lázaro. En continuidad con el relato de la curación del ciego de nacimiento, lo primero que se nos deja claro, es que para Dios ni la enfermedad ni la muerte son castigos de Dios, su causa tampoco es el pecado personal, sino que, para el creyente, la enfermedad, las dificultades, los fracasos, la muerte son una oportunidad para manifestar la gloria de Dios en nuestra vida, en nuestro mundo. Morir para que se manifieste la gloria de Dios, eso es lo que expresa Tomás, cuando termina la conversación de los apóstoles con Jesús sobre la enfermedad y muerte de Lázaro, diciendo: “Vamos también nosotros y muramos con él”. Ir con Jesús, morir con Jesús, despertar con Jesús, que Él nos despierte, abra nuestro sepulcro, nos llame a salir fuera. Luego nos encontramos con la causa de la muerte, según los primeros cristianos, la expresan las dos hermanas de Lázaro, ambas, Marta y María al encontrarse con Jesús, hacen la misma afirmación: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano”. La muerte es consecuencia de la ausencia de Jesús, sin Jesús, sin Dios, no hay vida, una vida, una sociedad, un mundo, construido sin Dios acaba en muerte. Dios es el que da la vida, la sostiene, la conserva, y, la reclama para hacerla más plenamente suya, divina. Pero antes, Dios también comparte la vida, nuestra vida. Es de una ternura insuperable como Juan narra como Jesús acompaña a Marta y María, llora al verlas llorar, se estremece, el dolor le llega a las entrañas, arranca de las entrañas, y, todos son testigos de eso, del amor que tenía a Lázaro, a Marta, a María.

Viene entonces la pregunta: ¿si nos ama tanto no podría impedir que muramos? ¿quién es capaz de curar un ciego de nacimiento no puede evitar la muerte de aquellos a los que ama? Dios, tal como se manifiesta en Jesús, a lo largo de la historia nos acompaña, está con nosotros, vive con nosotros y nos ayuda a superar los fracasos, dolores, enfermedades y la muerte, pero no las evita. Jesús sacia, da sentido a la vida de la samaritana, pero la samaritana ha tenido al menos cinco fracasos en su vida; Jesús sana al ciego de nacimiento, pero ese hombre nació ciego y vivió ciego, pidiendo limosna, hasta que Jesús se fija en él; Jesús llama a Lázaro, pero Lázaro ha muerto y lleva cuatro días enterrado, ya huele mal. No evita, supera.

Desatar

Pero para superar el fracaso, el dolor, la derrota, la muerte, hay algo que depende de nosotros. Los sepulcros, las sepulturas las hacemos nosotros, por eso Jesús nos pide que las abramos, nos pide que quitemos la piedra. ¡Son tantas las piedras que ponemos en nuestras vidas y en las de los otros! Quitar la piedra. Las dos hermanas, que momentos antes, habían confesado su fe en Jesús, se resisten a quitar la piedra, les cuesta creer, les cuesta fiarse de Jesús, la piedra está bien puesta, el muerto ya huele, no hay que quitarla. Es lo dicho anteriormente, creemos en Jesús, en la vida eterna, pero nos aferramos a esta vida, a nuestras posesiones, a lo que tenemos, a nuestros tesoros y secretos, aunque este muerto y huela mal. Pero la quitan, y entonces Jesús llama a Lázaro, y este sale, vendado y atado, pero sale. A las hermanas les queda otro reto por hacer: desatar y dejar andar a su hermano. Desatar, sin darnos cuenta, hay que ver con cuenta facilidad tejemos auténticas telas de araña para atar a otros a nuestras vidas, para dominarlos, para que estén siempre con nosotros, para que sean nuestros y de nadie más: eso sí, lo hacemos creyendo que eso son signos de amor, pues los amamos, los queremos, le damos todo lo que creemos que necesitan, …, pero los atamos y vendamos. Jesús nos manda desatar. Luego también les manda que le dejen andar. Lázaro ha resucitado para ir con Jesús, no para ir a casa, hay que dejarle andar, dejarle ir. ¿Dejo andar, dejo ir a mis difuntos, a los míos, o los quiero todos a mi alrededor? Lo de menos es si Lázaro resucitó realmente o no, lo importante es el mensaje, Jesús tras la muerte nos llama, nos llama a salir afuera, salir de nosotros mismos, salir de donde nos encierran y nos encerramos, nos llama a ser libres, a andar, a seguirle.

Ojalá escuchemos su voz, no endurezcamos el corazón, seamos libres y liberemos, andemos hacia Cristo y dejemos andar a todos hacia la libertad y la tierra prometida.


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