IV DOMINGO DE CUARESMA, 19-3-2023

1Samuel 16, 1b.6-7.10-13a; Salmo 22; Efesios 5, 8-14; Juan 9, 1-41.

En este domingo, que cae en 19 de marzo, festividad de san José, día del padre y también en España un día para poner nuestra atención en los Seminarios y en los jóvenes que respondiendo a la vocación recibida se preparan para ser sacerdotes, la liturgia de la Palabra nos recuerda que estamos llamados a ser luz, que somos hijos de la luz, y nos orienta sobre cuál es el sentido de nuestra vida.

¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Para qué me la ha dado Dios? ¿Por qué estoy en el mundo? En este momento que hemos superado la mitad de la Cuaresma está podría ser la cuestión a iluminar y meditar desde la Palabra de Dios.

El elegido

La primera lectura nos muestra a Samuel enviado por Dios a casa de Jesús para ungir al que será rey, no saben ni Samuel ni Jesé quién es el elegido, y, lo es aquél que había sido descartado por su padre desde el principio, el pequeño, el destinado a cuidar de las ovejas.

Algo similar se nos presenta al principio del Evangelio: los apóstoles se fijan en un ciego de nacimiento, alguien destinado a vivir de las limosnas que podía recibir a la entrada del Templo, la pregunta de los apóstoles refleja el prejuicio también vigente en muchos hoy día ante cualquier desgracia o enfermedad: “¿Quién pecó, este o sus padres, para que naciera ciego?” El pequeño, el último, el ciego, no son malditos por Dios, son precisamente sus elegidos, pues en ellos se manifestará la Gloria de Dios. Ya tenemos una primera respuesta a la pregunta: estamos aquí para que en nuestra vida se manifieste la Gloria de Dios.

La iniciativa es de Dios.

Dios manda a Samuel a buscar a su ungido, a buscar a David, no es David el que quiere se rey. En el Evangelio, en esta ocasión, es Jesús y los apóstoles quiénes se fijan en el ciego, no es el ciego el que implora a Jesús que lo cure, sino que Jesús, sin petición previa, se acerca a él, hace barro y se lo unta en los ojos (es una manera de indicar que Jesús termina la obra que inició el Padre cuando creo del barro a Adán) y le manda ir a la piscina de Siloé a lavarse. La iniciativa la tiene Dios, siempre la tiene Dios, como el Papa Francisco tantas veces nos ha dicho, llegando incluso a inventarse el término “primerear”. Primero Dios. En la Cuaresma también primero es Dios, su iniciativa. Cierto que estamos en camino para encontrarnos con Él, pero el primero en salir en camino hacia nuestro encuentro es Él.

La iniciativa la tiene Dios, pero luego nos toca a nosotros actuar, nos toca a nosotros vivir lo que Dios nos llama a ser. David será ungido, pero será él quien tendrá que vencer a Goliath y ganar el reino; san José tuvo un sueño, pero luego, fue él quien tuvo que hacerlo realidad en su vida; el ciego tiene que ir a lavarse, y, desde ese momento convertirse en testigo de Jesús: contará lo que le ha pasado a las gentes, declarando que Jesús es ese hombre; luego ante los sacerdotes, sin saber, sin formación, dará testimonio de Jesús, lo confesará como profeta, para terminar enfrentándose a los sacerdotes que pretendían declarar a Jesús como un pecador, afirmando que sólo alguien que viene de Dios puede curar a un ciego de nacimiento.

Testimonio

Dar testimonio de Jesús, el ciego no solo ve, sino que invita a los demás a ver, incluso a aquellos, como los sacerdotes, que no querían ver ni quieren que los demás vean, dar ese testimonio le llevará a ser expulsado, rechazado del Templo, y es entonces cuando vuelve a encontrarse con Jesús.

Estamos llamados a ser luz, o como dice san Pablo en la carta a los Efesios, somos hijos de la luz. Vivamos en la luz, no queramos refugiarnos y permanecer en las tinieblas y la oscuridad. Jesús tiene la iniciativa, pero ahora nos toca a cada uno de nosotros ir a lavarnos, y, vivir en coherencia con lo que vemos, con lo que experimentamos en nuestra vida.


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