III DOMINGO DE CUARESMA, 12-3-2023

Éxodo 17, 3-7; Salmo 94; Romanos 5, 1-2.5-8; Juan 4, 5-42.

Entramos en otra fase de la Cuaresma, tras las Tentaciones, este año, cambiamos de Evangelio, nos vamos al de Juan, que nos acompañará los tres próximos domingos con los tres evangelios que desde muy antiguo basan las catequesis cuaresmales: la samaritana, la curación del ciego de nacimiento y la resurrección de Lázaro.

También se nos ofrece otro salmo, aparte del 50, para este tiempo: el 94, en el que se hace referencia a lo que se nos cuenta en la primera lectura: el pueblo sediento en el desierto desconfía de Dios, y afirma que lo ha sacado de la esclavitud para dejarlo morir en el desierto, … Una actitud hacia Dios que es actual y que sigue presente, acaso no nos hemos preguntado alguna vez si Dios nos ha dado la vida para morir: ¿ha creado Dios el mundo para dejar que se destruya? ¿es posible creer en un Dios que crea y destruye? ¿tiene sentido que nos haya dado esta vida, la capacidad de amar… para que luego todo acabe en la tumba? ¿nos ha sacado Dios de la esclavitud para dejarnos morir de sed en el desierto? En la respuesta que se nos invita a dar en el salmo 94 decimos: “Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: No endurezcáis vuestro corazón”. La experiencia de desierto, vivir entre dificultades, saliendo de una para entrar en otra: hoy la enfermedad de uno, mañana la urgencia con otro, fracaso en el trabajo, discusión en casa, … Todo eso nos lleva a endurecer el corazón, hacernos duros para seguir adelante, para sufrir menos, para dejar de ser siempre el tonto que carga con todo y trata de solucionarlo todo. Frente a esa tentación, la voz de Dios nos dice: no endurezcas el corazón, sigue amando, a pesar de todo, con todo, sigue amando, sigue adelante, con el corazón quebrantado y humillado, imita a Jesús, no te canses, …

La carta a los romanos nos invita a no cansarnos, seguir esperando con fe, pues la Esperanza no defrauda, nos invita a fijarnos en Cristo, que murió por nosotros, que nos amó hasta el extremo, que no endureció su corazón, no lo cerró, es más, acabó con el costado y el corazón abierto, herido, desde el que derrama amor, misericordia.

La samaritana

Todo esto, y mucho más, lo vemos también en el pasaje de la Samaritana. Permitirme subrayar algunos aspectos de este encuentro entre Jesús y la samaritana, que creo que nos puede servir para posicionarnos hoy, en nuestra realidad, como seguidores de Jesús.

No sabemos el nombre de la mujer; sabemos que era samaritana, es decir no era judía. La mujer muchas veces en la Sagrada Escritura representa al pueblo amado por Dios, a la esposa de Dios, a la elegida por Dios. En este caso, al ser samaritana, se nos indica ya que Dios ama también al pueblo extranjero, al pueblo que desprecia el pueblo que se considera elegido, el pueblo judío. La samaritana es la extranjera, pero en este pasaje el extranjero es Jesús: la samaritana estaba en su pueblo, en Sicar, una ciudad de Samaría, es Jesús el que pasa como transeúnte, como emigrante, como los africanos que cruzan el desierto y Marruecos para llegar a Europa, como los sirios que esperan desde Turquía y Grecia llegar a Europa, aunque se ahoguen en el Mediterráneo. Jesús es el extranjero, está en una tierra que no es la suya. No sólo es extranjero, sino que se presenta como necesitado, tiene sed y no tiene con qué sacar el agua, necesita que le ayuden, que le dejen un cubo, o que le den el agua. Necesitado, sediento, pide ayuda: un judío pide ayuda a una samaritana, un hombre habla con una mujer, … La necesidad nos lleva a romper barreras y prejuicios. Barreras y prejuicios que tienen ambos: el judío y el samaritano, el hombre y la mujer, … Pero hay algo común que nos puede llevar a acercarnos: la necesidad, la sed.

Superado el primer momento, Jesús, el necesitado, ofrece algo mejor a la samaritana que le da agua, le ofrece algo que puede llenarla plenamente por dentro hasta el punto de convertirla en fuente, manantial capaz de llenar a otros. No es agua, es algo más, algo que puede cambiar totalmente la sed del ser humano. ¿Cuál es mi sed? ¿cuáles son mis necesidades, mis deseos, mis sueños? ¿qué me falta para ser feliz? La samaritana, como yo, como todos, había intentado ser feliz, pero había fracasado, había tenido cinco maridos y el actual tampoco era el suyo … Buscaba la felicidad, pero fracasaba, incluso en la situación actual tampoco la cosa iba bien. El primer paso para encontrar la solución, para encontrarnos realmente con Jesús, es darnos cuenta de nuestro fracaso, ser conscientes de que me falta algo, no tengo a Jesús, no soy feliz, hay algo que necesito. ¿Lo puedo encontrar? ¿Tengo que volver a buscar otro marido? ¿puedo encontrarlo aquí o tengo que ir a Jerusalén? Es entonces cuando Jesús nos habla del Espíritu y la Verdad, de que no es necesario ir a un sitio u otro: es necesario profundizar dentro de uno mismo, ir al corazón, sentir en el corazón, dejar que la verdad entre y salga del corazón, sin tapujos, sin excusas, sin condiciones.

Descubrir la Verdad, descubrir el Espíritu, nos debe llevar al encuentro con los demás. La samaritana, en el Evangelio de Juan, será la primera misionera, irá, sin ser enviada, a contar a todos sus conciudadanos lo que ha vivido, lo que ha experimentado de Jesús, y los llevará a él, consiguiendo la conversión de la mayor parte del pueblo. Mientras, los apóstoles, no se enteran de lo que ha pasado, no es explican lo que ha sucedido. Pero una mujer ha estado con Jesús, ha aprendido de él, y se ha convertido en su apóstol, ellos necesitarán seguir acompañándolo y ser testigos de su Resurrección para ser apóstoles, ella ya lo es.

Ojalá sepamos aprovechar la Cuaresma para encontrarnos con Jesús en el sediento, en el necesitado. Sepamos tender nuestra mano para ayudar, pero sobre todo, sepamos abrir el corazón para que todo lo que hagamos sea en Espíritu y Verdad, sea de corazón, y eso nos lleve a compartir vida y experiencia con los demás.