II DOMINGO DE ADVIENTO, 4-12-2022

Isaías 11, 1-10; Salmo 71; Romanos 15, 4-9; Mateo 3, 1-12.

Por JOSÉ LUIS BLEDA | Segundo domingo de Adviento, nos quedan 20 días para la Navidad, y la figura del Evangelio es Juan el Bautista, su predicación, su invitación a la conversión, a prepararnos para la llegada del que viene detrás de él, de quién nos bautizará con fuego, con el Espíritu Santo. El Bautista, su figura, su acción me recuerda el agua, el agua del río, de la fuente, del grifo, de la ducha, … Otros cuando se levantan necesitan tomar un café, hacer unas flexiones,…; yo, os confieso que necesito ducharme, si no siento el agua caer de arriba sobre la cabeza no me despierto, no me espabilo. El pasado domingo se nos invitaba a estar atentos, a espabilarnos, a velar, … Para ello necesito lavarme, limpiarme, bautizarme, convertirme, ….

Tras el sueño, tras soñar, es necesario espabilar, despertarse del todo para poder analizar el sueño, ver si era real, ¿realmente lo he soñado? ¿se puede llevar a cabo? La profecía de Isaías: el lobo con el cordero, el cabrito con el leopardo, el ternero con el león, juntos, viviendo juntos, sin hacerse daño,… ¿es posible? ¿no será solamente un sueño, una utopía, algo irrealizable? ¿lo he soñado? Pero, ¿no será eso la voluntad de Dios? ¿lo que Dios quiere? ¿lo que Dios me pide que construya? Acaso la Navidad, la humanización de la divinidad no está en función de conseguir que el lobo pueda vivir con el cordero, el cabrito con el leopardo, … ¿No será esto lo que debemos intentar hacer realidad en nuestro mundo?

Este sueño de Dios fue puesto por escrito para nuestra enseñanza, para darnos paciencia, consuelo, esperanza. Paciencia para esperar ilusionados el cumplimiento del sueño, para esperar que florezca la justicia y la paz abunde. Florecer, ¿cuánta agua se necesita para florecer? ¿cuánta para que brote el renuevo de lo antiguo, de lo viejo? Lavar, limpiar lo antiguo, para volver a descubrir o redescubrir su belleza. La profecía alude a Jesús como descendiente de David, la descendencia de David había llevado al desastre, a la ruina del reino de Judá, pero de ella brota la esperanza, la posibilidad de un mundo más justo, más bello, más humano y más divino, es lo que decimos cuando proclamamos a Jesús como hijo de David.

Prosigamos nuestro camino hacia la Navidad, hacia el encuentro con Jesús, lavándonos, limpiándonos, renovando nuestro bautismo, escuchando lo que nos dice el Bautista.