Por JOAQUÍN SÁNCHEZ | Cada vez que se plantea el tema del sacerdocio de la mujer en la Iglesia Católica surge un debate desgarrador, nada sereno, donde los sectores más conservadores sacan toda su crudeza y toda su capacidad de amenaza; la mentalidad patriarcal-machista en estos sectores está muy arraigada y les hace daño este planteamiento; me imagino que no podrán evitarlo y no es por justificarlos, sino por intentar comprender esa postura y esa mentalidad que no comparto en absoluto.

De hecho, el papa Francisco ha manifestado que no tiene fuerzas suficientes para acometer el proceso de acceso de la mujer a los ministerios, expresando que no se lo pidan porque sabe que sería una batalla campal que le exigiría muchísimo esfuerzos. Y sabe que se tendría que enfrentar a la amenaza y el chantaje de la ruptura, como es habitual cada vez que hay una reforma eclesial aperturista y de encuentro abierto con la sociedad, poniendo los valores evangélicos, como la justicia, la paz y la fraternidad como criterio de discernimiento y camino de evangelización, que es llevar la buena noticia a los empobrecidos y la igualdad como expresión de esa evangelización.

Si el Cardenal Müller y seguidores episcopales niegan la validez del Concilio Vaticano II y van en contra del papa Francisco, irían en contra de este acceso y lo harían con todo los resortes del poder y del chantaje.

Necesidades

Este debate necesita una reflexión tranquila y serena, y si algún día llegara a que la mujer
accediera a los ministerios, sería un paso importante. No habría vencedores ni vencidos, no
habría que desgarrarse las vestiduras. Unos justifican el no en que el grupo de los apóstoles no habían mujeres, apelan a la tradición; otros apoyan el sí fundamentándolo en que habían
seguidoras de Jesús, que el Hijo de Dios se encarnó a través de María de Nazaret, una mujer; o que los primeros creyentes en tener el primer encuentro con Jesús resucitado eran mujere; o que Jesús no era sacerdote y no por ello se dejó de crear el ministerio sacerdotal masculino. El debate tiene mucho más contenido de lo expresado aquí.

Yo soy partidario del sacerdocio de la mujer, porque tiene la misma dignidad que el hombre y negarle el acceso al ministerio es considerarla por un peldaño por debajo en la dignidad. La iglesia es un medio para la construcción del Reino de Dios, para anunciar a Jesús en su vida, en su muerte y en su resurrección, para ser un lugar y un tiempo para el encuentro personal y comunitario con el Dios trinitario, un Dios que es comunión en el amor, y expresión de esa comunión en que todos somos hijos e hijas de Dios. Por tanto, formamos una hermandad universal, y para ser hermandad tenemos que tener las mismas obligaciones y derechos. El trato diferencial es signo de exclusión y marginación y eso no es hermandad, aunque exista el trato correcto y educado.

Construir el Reino

Lo importante es seguir construyendo el proyecto vital de Jesús de Nazaret: El Reino de Dios.
Un Reino de Dios que es revolucionario porque pone el amor en contra del odio, la paz en
contra de la guerra, el compartir en contra del egoísmo, el perdón en contra de la venganza, la solidaridad en contra de la indiferencia, la acogida en contra del rechazo, el abrazo en contra de la discriminación… En definitiva, pone al ser humano como centro de la creación, una creación que hay que conservar, no destruirla. Las estructuras eclesiales envejecen y caducan, dejan de tener sentido y es necesaria su renovación ininterrumpida en función del proyecto vital de Jesús, a la luz de ese Dios comunión en el amor.

Al hilo de esto, me comentaban que en una Diócesis, ante la falta de sacerdotes, el Obispo
buscó seglares que celebraran en pueblos pequeños la Palabra. A unos pueblos mandaron una mujer y esos pequeños pueblos la recibieron muy mal: “Sin cura y encima nos manda a una mujer”. Pasó el tiempo y la gente vio en ella a una creyente y a una buena persona, de tal manera, que le dijeron al Obispo que ya no hacía falta que le mandarán un sacerdote, que estaban encantados con ella.

Este tema causa al interior de la iglesia muchos enfrentamientos y dolor en un sentido y en
otro, situación que no pasa en la sociedad que sí está preparada, en su mayoría, para aceptar este paso.

A veces reflexiono y me preguntó qué pensara Dios de que la mujer acceda a los ministerios y, aunque tal vez esté equivocado, creo que a Dios no le importaría en absoluto.


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