Domingo 11 septiembre 2022 | XXIV Tiempo Ordinario

Éxodo 32, 7-11.13-14; Salmo 50; 1ª Timoteo 1, 12-17; Lucas 15, 1-32

Por JOSÉ LUIS BLEDA FERNÁNDEZ | La liturgia de la Palabra de este fin de semana nos ofrece, a mi juicio, una de las páginas más bellas de los Evangelios, al proponernos la lectura y meditación de las parábolas de la Misericordia, especialmente la que conocemos como del “Hijo pródigo”. Mucho se ha escrito y se ha dicho sobre está parábola, por ello, permitirme en mi reflexión, no centrarme tanto sobre ella, sino sobre todas las lecturas en su conjunto, y sobre la Misericordia de Dios en particular.

Pedir perdón

El salmo 50, conocido como el “Miserere”, es el salmo oración que la tradición atribuye al rey David para implorar de Dios su perdón tras su pecado de infidelidad y asesinato. Es el salmo para pedir perdón, pero a nosotros se nos ofrece con un estribillo tomado de la parábola del hijo pródigo, lo que se dice el hijo menor cuando arrepentido decide volver a los brazos del Padre: “Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi Padre”. Un buen objetivo para el inicio de curso, ahora que están comenzando todos los cursos y las actividades en la parroquia. Levantarse, ponerse en pie, olvidarnos del calor, sofá, cansancio, descanso, confort, etc. y caminar, peregrinar, volviendo nuestros pasos hacia Dios, hacia ese Padre del que nos hemos podido alejar, buscando nuestro interés, nuestro confort, nuestra comodidad.

El hermano mayor

La primera lectura nos presenta a nuestro hermano mayor del Antiguo Testamento: Moisés. Un hermano mayor muy diferente al de la parábola, todo lo contrario. Moisés permanece junto a Dios, por ello, de Dios recibe la Alianza, mientras que el resto del pueblo, recién liberado de la esclavitud de Egipto, se fabricaba su propio Dios, abandonando al Dios Padre-Madre, y ante la ira divina, Moisés intercede por sus hermanos, consiguiendo que Dios se arrepienta de su castigo, arrancado así de Dios el perdón, la misericordia. Muy distinto al hermano mayor que no quiere entrar a la fiesta del hermano menor, a quién no considera hermano suyo.

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Es una manera en cómo el evangelista nos presenta cómo el pueblo de Israel había perdido sus papeles en relación con Dios, Dios padre de judíos y cristianos, los judíos son los hermanos mayores que no consideran a los cristianos como hermanos suyos… Pero entonces, Dios, ¿de quién es Padre? ¿Quién rechaza a Dios como Padre? ¿El que se ha ido, pero vuelve? ¿Él que le dice al Padre que el otro es hijo suyo, pero no es su hermano? ¿Es Dios mi Padre? ¿Son los demás mis hermanos? ¿Cómo me relaciono con ellos? ¿Intercedo buscando el perdón o acuso buscando castigos? ¿Quiero entrar a la fiesta de mi hermano? ¿Quiero que todos mis hermanos estén en la fiesta conmigo?

La Misericordia de Dios

A estas preguntas nos puede ayudar a responder lo que nos dice san Pablo en su primera carta a Timoteo. Recordar nuestra historia, como Pablo siempre tiene presente su pasado, él siempre se reconocerá indigno, pues fue un blasfemo, un perseguidor, un insolente… Él pensó en una época que Dios era como él pensaba y quién tuviera otro Dios distinto era un blasfemo que merecía la muerte, tomó el nombre de Dios en vano, en nombre de Dios despreció, persiguió e hizo daño, incluso llegando a causar la muerte, de aquellos que defendían otras doctrinas, …. Pero descubrió la Misericordia de Dios, y es entonces cuando se da cuenta de que Dios lo hizo capaz, como me ha hecho capaz a mí, a ti, a todos, capaces de amar, de perdonar, de ayudar, de tender la mano, interceder…

Pero no sólo lo hace capaz, sino que Dios se fía de él, como se fía de cada uno de nosotros cuando nos da la vida, nos confía las vidas de los demás, de quiénes se relacionan con nosotros. Y por ello nos ha confiado este ministerio, cierto que no todos tenemos que como Pablo ir llevando el Evangelio a las naciones, pero sí que a todos se nos ha confiado el Evangelio para llevarlo a los demás, a los de casa, a la familia, a los compañeros de trabajo, de lucha, de reivindicación, a todos en la medida de las circunstancias de cada uno.

El Padre, aquél de quién me fui, me espera, sigue capacitándome para poder seguir amando, perdonando, misericordiando (como diría el Papa Francisco), sigue confiando en mí, me sigue confiando el poder servir a mis hermanos, a quiénes Él ama. ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo voy a responder ante la Misericordia y la confianza que Dios deposita en mí?


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