Domingo 14 de agosto 2022 | XX Tiempo Ordinario

Jeremías 38, 4-6.8-10; Salmo 39; Hebreos 12, 1-4; Lucas 12, 49-53

Por JOSÉ LUIS BLEDA | Ya no sé si estamos en la sexta o en la séptima ola de calor, así como la séptima o la octava de Covid. Solo sé que, como muchos, ahora me toca estar en Cieza en mi puesto, junto a los que no han tenido vacaciones, los que ya las tuvieron como yo y los que están por Cieza por las fiestas que están a punto de comenzar. Y, aunque este domingo, antes de la fiesta de la Asunción, las lecturas que nos ofrece la Liturgia son breves, al menos para mí son de las que me resultan, sobre todo el Evangelio, más difíciles de comentar.

Lenguaje excesivo

Tras los incendios que en España hemos vivido y estamos viviendo esto de prender fuego al mundo parece un poco excesivo. También el lenguaje de Jesús, como en el caso de la mujer cananea de Tiro que leímos hace unos domingos, me choca con la imagen del Jesús de las bienaventuranzas, de la acogida, del Jesús frente a la samaritana o ante la mujer adúltera, del Jesús que quiere estar cerca de los niños, del Jesús que nos habla y nos muestra el Amor y la Misericordia del Padre a toda la Humanidad. También a mí me gustaría que todo fuese mucho más sencillo y fácil, me gustaría no molestar a nadie, llevarme bien con todos, que todos me quisieran… Pero, no es posible, hay cosas que me exasperan, y no siempre, cuando actuó en conciencia, haciendo lo que creo que debo hacer, agrado a todos y a todos les sienta bien lo que hago.

Jesús no engaña a nadie, no trata de endulzar las cosas a sus discípulos para que le sigan. Habla claro, sin duda que quiere la Paz, el Bien, la Verdad para todos, pero no es menos cierto que en nuestro mundo, en nuestra sociedad, hay que luchar, esforzarse y enfrentarse para que la Verdad, el Bien, la Paz, se consigan. Con el silencio, el callarse, el ceder siempre, no se consigue instaurar el Reino, sino que nos podemos convertir en cómplices de los que van en contra del Reino.

Hablar sinceramente

Si Jeremías no hubiese hablado, se hubiese callado cuando se lo dijeron, no hubiese sido acusado por los intrigantes de la primera lectura, ni dejado el rey en manos de estos. Es curioso que el rey, que se llama Sedecías, nombre que significa “mi Justicia es Dios”, se nos presente como un rey que en vez de hacer justicia se deja llevar por las habladurías de sus cortesanos, y luego, cede también al consejo de uno de ellos que es quién salva en este momento al profeta. ¿Tengo que callar? ¿No me está diciendo el Señor que hable sinceramente, aunque con ello prenda fuego al mundo?

Muchos nos ven, aunque no seamos conscientes, lo que decimos, lo que hacemos, lo ven muchos, y lo que hacemos y decimos nos convierte en testigos de lo que creemos, de quién creemos. Nuestra vida es lo único que muchos tienen enfrente para creer o no. ¿Cómo la vivimos? ¿Cómo la recorremos? ¿Para dar testimonio del Reino? ¿Para llegar a la meta?

No es fácil, pero es lo que estamos llamados a hacer, lo que da sentido a nuestra vida, a nuestra fe… Es a lo que hoy se nos invita, a correr, a hablar, a luchar, a prender fuego, para que un día el Reino de Dios sea una realidad en nuestro mundo.


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