Domingo, 31 julio 2022 | XVIII Tiempo Ordinario

Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23; Salmo 89; Colosenses 3, 1-5.9-11; Lucas 12, 13-21

Último domingo de julio, 31 de julio, fiesta de san Ignacio de Loyola, ya se nos ha pasado un mes de verano y aunque nos queda agosto lo afrontamos con más gente de vacaciones, más pueblos en fiestas, y con la esperanza de que las olas de calor no sean como las pasadas, acabe la guerra, la economía se vaya arreglando…

Pero todo eso sin Dios no es nada, es lo que nos recuerdan las lecturas, es lo que experimentó san Ignacio en su vida y nos trató de transmitir por medio de los Ejercicios Espirituales. Todo nuestro esfuerzo, todos nuestros logros, todas las obras, sin amor, sin Dios, son pura vanidad, acaban con la muerte, no tienen más futuro, e incluso las disfrutarán otros: sin Cristo, nada. Por eso Cristo no vino a ser juez para el reparto de una herencia, ni para hacer justicia entre lo que uno se merece y recibe… Cristo no vino a dar respuesta a nuestros intereses, ambiciones, derechos legítimos o ilegítimos, Él nos propone otra cosa, llenar nuestra vida de sentido.

Muerte de un padre

Este año, con mis hermanos y mi madre, vivo lo que es la muerte de un padre. Tras el entierro vienen los aspectos legales, la herencia… Ver lo que nos deja, ver lo que me quedo, lo que me toca, si mi hermano, hermana o sobrinos se llevan más… Y, puedo olvidarme de lo más importante que mi padre me ha legado: en primer lugar, mi madre, su esposa, la mujer con la que inició esta mi familia, que queda con nosotros, como María fue entregada por Cristo a su discípulo amado. Luego, mis hermanos, ellos son legado de mi padre, a ellos los ha amado como a mí, con ellos hemos construido la familia, en ellos su vida sigue presente, en ellos y en sus nietos, mis sobrinos.

Esa es la herencia de mi padre. Si todo se lo queda uno de ellos, no importa, pues siempre la casa de mi hermano será también una casa abierta para mí, como lo ha sido la casa de mi padre. Para qué quiero unos bienes materiales si luego me quedo solo, no puedo hablarme con mis hermanos, pierdo por algo caduco el verdadero legado de mi padre y de sus ancestros.

Vivir en el amor

Con Cristo no hay distinción entre personas, no hay diferencia entre este y aquel, todos somos hermanos, el griego y el judío, el esclavo y el libre, hombre o mujer. Lo importante es descubrir la presencia de Cristo en el otro para amarlo y servirlo, para ponerlo por encima de cualquier interés o ganancia que no me acompañará en el viaje tras mi muerte, cosa que, sí harán sus oraciones, su amor.

El verano, las vacaciones, los cursos de formación, son un buen momento para considerar estas cosas, como san Ignacio hizo, y vivir luego en Cristo, en el Amor, sabiendo que, con Cristo, aunque no tengamos riqueza material, lo tenemos todo.


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