Domingo 10 julio 2022 | XV Tiempo Ordinario
Deuteronomio 30, 10-14; Salmo 68; Colosenses 1, 15-20; Lucas 10, 25-37
Precisamente en este domingo en el que Dios mediante iniciaré los ejercicios espirituales en Loyola, la Liturgia nos ofrece, a mi juicio, una de las páginas más bellas de los Evangelios, que podría ser el resumen del Evangelio, de La Ley, de la voluntad de Dios.
¿Cuántas veces te has preguntado qué es lo que Dios quiere de ti? Reconozco que cuando me lo he preguntado, la mayoría de las veces hacía la pregunta sabiendo o intuyendo lo que Dios me pedía en el corazón, pero era algo que me comprometía, que suponía un cambio en mi vida, cambio que conllevaba pérdida de comodidad, de seguridades, dejar lo que yo quería para lanzarme a lo incierto, a lo desconocido, a situaciones que yo no controlaba y no sabía si iba a controlar. Es como el maestro de la Ley que pregunta a Jesús en el Evangelio. ¿Es posible que un maestro de la Ley no sepa lo que Dios pide para salvarse? No preguntaba porque no supiera, sino porque quería poner a prueba a Jesús, quería examinarlo y si le era posible ridiculizarlo; pero Jesús no le responde, le devuelve la pregunta y luego, para rematar cuenta esta parábola, en la que nos muestra la voluntad de Dios al tiempo que deja al descubierto en lo que hemos convertido la religión, la justicia, la política.
Humanidad con excluidos
El hombre asaltado es la humanidad, golpeada por guerras, por la inflación, la injusticia, la violencia… Una humanidad con muchos excluidos y rechazados, dejados en las cunetas. Ante ellos pasan el sacerdote (la religión) y el levita (la Justicia, el derecho, y la política) y pasan de largo, no lo salvan. ¿A quién salva la práctica religiosa? ¿A quién salva que yo practique unos ritos, vaya de romería, lleve a hombros un trono, sea miembro de una cofradía…, si luego, paso de largo? ¿A quién salvan las normas, los derechos, las leyes…? ¿De qué sirve que la Constitución diga que tenemos derecho a una vida digna, con trabajo, techo, pan…, si luego te desahucian y dan tu única vivienda a un banco o a un fondo buitre?
No, nos tiene que quedar muy claro, ni la religión, ni las leyes, ni la política son capaces de salvar a la humanidad, si el hombre que practica la religión, que juzga y vive su compromiso político, no es capaz de ver al excluido, al herido, pararse, bajarse, tocar, limpiar, curar, montar en su cabalgadura y llevar al herido a un lugar seguro. Esta parábola lo deja bien claro, por ello, por esta parábola los religiosos, los juristas y los políticos de esa época buscaron la forma de eliminar a Jesús, al igual que hoy en día se hace con quiénes siguen a Jesús y proclaman que una práctica religiosa sin compromiso social, sin que nos lleve a ver al otro como hermano, sin que nos haga próximos, cercanos a los que sufren, no salva a nadie, no sirve para nada.
Revivir del corazón
Desde este Evangelio podemos entender en su profundidad las lecturas que lo preceden y acompañan. ¿Quién no puede amar? Todos podemos amar, otra cosa es que queramos amar, y amar a todos. Por eso, ya Moisés dijo a su pueblo que los mandamientos del Señor podemos cumplirlos, dependen de nuestro corazón, de nuestra boca. Por eso, como el mandamiento del Señor es amar, el salmo vincula el encuentro con el Señor con el revivir del corazón. Por esto, Pablo a los Colosenses, al invitarles a poner a Cristo como centro de sus vidas y de todo el Universo, los invita a la reconciliación, al amor.
Hagamos lo mismo: amemos.