Domingo 29 mayo 2022 | La Ascensión del Señor

Hechos 1, 1-11; Salmo 46; Efesios 1, 17-23; Lucas 24, 46-53

Por JOSÉ LUIS BLEDA | Con la celebración de la Ascensión en este último domingo de mayo podemos decir que iniciamos el principio del fin de la Pascua, que terminará la próxima semana con la celebración de Pentecostés.

La Liturgia nos ofrece como segunda lectura una petición de Pablo, un deseo, una oración, que él hace por aquellos a quienes ha llevado el Evangelio, también por nosotros, que escuchamos hoy sus palabras, una oración que hago mía, que pido para mí, pero también para todos: “… os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos y cuál es la extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros…».

Promesa del Padre

Es un tiempo especial, para unirnos en oración esperando la llegada del Espíritu Santo, tal y como Jesús pide, según Lucas, a sus apóstoles cuando antes de ascender les habla del cumplimiento de la promesa del Padre, en referencia al Espíritu Santo, quedarse en la ciudad, orando, unidos, recibir el Espíritu que será quién nos de fuerza, sabiduría, valentía; hace años que me gusta, durante estos días preparar Pentecostés invocando al Espíritu Santo al finalizar cada misa. Recibir su Espíritu, recibirlo para poder ver con los ojos del corazón, es decir, ver la realidad, el mundo, lo que vivimos, desde dentro, verlo como lo ve Dios, con el corazón, con misericordia, y desde el corazón, entenderlo todo desde el Amor: la esperanza de llegar a la plenitud en el amor, la riqueza de ser amados juntos con todos los santos, el poder del Amor, un Amor que es capaz de hacer nuevas todas las cosas, de llevarnos a la Vida, superando toda muerte.

Unidos a Cristo

La Pascua finaliza, pero nosotros seguimos, seguimos unidos a Cristo, seguimos la obra de Cristo, la realización de su Reino entre nosotros, y para ello no podemos quedarnos paralizados, mirando al Cielo, tenemos que ponernos en marcha, en camino, manos a la obra para construir ese Reino de Amor y Paz que deseamos, que Jesús nos ha prometido. Para ello, Jesús, él mismo, nos ha bendecido, con su bendición debemos continuar con alegría, caminando juntos, como el Sínodo al que nos ha convocado el Papa Francisco nos invita a hacer.


Imagen tomada de https://www.focolare.org/