Domingo 22 mayo 2022 (VI Pascua)

Hechos 15, 1-2.22-29; Salmo 66; Apocalipsis 21, 10-14.22-23; Juan 14, 23-29

Por JOSÉ LUIS BLEDA FERNÁNDEZ | Ya hemos brincado la mitad de mayo y la Pascua se acerca a su fin, que será el 5 de junio con la celebración de Pentecostés. Antes, el próximo domingo, celebraremos la Ascensión. Recordar, revivir estos momentos pascuales con los apóstoles testigos de la Resurrección y de las apariciones de Jesús Resucitado es como se nos invita a formarnos como seguidores del Resucitado para vivir siendo sus testigos tras las fiestas pascuales.

El Evangelio ocupa un lugar de bisagra entre el mandamiento del Amor y la Ascensión y Pentecostés. Por un lado, es continuación del discurso de Jesús en la última cena, invitándonos a permanecer unidos a Él, unidos en su Amor, en su Palabra; y, por otro lado, nos habla de que se va al Padre, lo cuál debería ser un motivo de alegría para todos, y que, aunque se vaya, permanecerá con nosotros por el envío del Espíritu Santo.

Clave del amor

La clave de todo esto la tenemos en el Amor, el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo, comunidad de Amor, unidos por el Amor, que habitan y nos prometen habitar en nosotros si vivimos en el Amor, si nos amamos unos a otros como Él nos ha amado. Pero… La primera lectura nos presenta el primer obstáculo grave que debe vencer la primera comunidad cristiana para vivir en el amor, un obstáculo que pervive hasta nuestros días. Dentro de la comunidad hay quiénes no aman, o, al menos, no aman lo suficiente, y cuando falta el amor surgen las normas, los protocolos, las reglas…

En los Hechos de los Apóstoles hemos visto los esfuerzos y trabajos de Pablo y Bernabé por llevar el Evangelio a muchos pueblos y a los gentiles, cómo se han jugado la vida, y todo ello lo han hecho por amor a Jesús y por amor a las gentes a quiénes les han predicado el Evangelio, y, ahora llegan unos hermanos de Jerusalén que se ponen a decir que para salvarse hay que… Para salvarnos hay que rezar el rosario, oír misa en latín, comulgar de rodillas y en la boca, llevar velo, vestir “decorosamente”…

Dónde queda el amor

Y ¿dónde dejamos la Muerte y Resurrección de Cristo por Amor? Si por rezar una u otra jaculatoria la Virgen vendrá en la hora de mi muerte, ¿Para qué murió Cristo en la cruz? ¿No hubiese bastado con que escribiera un manual de jaculatorias? Y ¿Dónde dejamos el amor, el amor al prójimo? ¿Reza el rosario, sé indiferente ante los que se ahogan en el Mediterráneo o vagan sin papeles por nuestro país y vota a Vox y te salvas? Imagino el disgusto de Pablo y Bernabé y la fuerza del altercado, que provoco lo que llamamos el primer Concilio, el Concilio de Jerusalén que determinó que no había que observar más que lo indispensable, y, desde luego circuncidarse o no, no era indispensable.

Nos guste o no, sin Amor no hay salvación, sin Amor no será posible llegar a la realización final del sueño de Juan en el Apocalipsis, una ciudad con 12 puertas, tres a cada punto cardinal, una ciudad abierta para que todos puedan entrar (en aquella época las ciudades más abiertas solían tener 4 puertas), en la que todos caben, en la que todos podemos vivir con Dios entre nosotros, en medio de nosotros. Pero para eso debemos creer en Jesús, debemos creer en el Amor, en sus posibilidades, en su fuerza, en que es posible, aunque nos cueste la vida, vivir en al amor, como hizo Jesús, como han hecho tantos a lo largo de los siglos, vivir y morir sin odios, amando, perdonando, pensando en el otro antes que, en mí, vivir resucitado.