Domingo 8 mayo 2022 (IV de Pascua)

Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones y de las Vocaciones Nativas |
Hechos 13, 14. 43-52; Salmo 99; Apocalipsis 7, 9.14b-17; Juan 10, 27-30

Por JOSÉ LUIS BLEDA FERNÁNDEZ | En este Domingo de Pascua, el del Buen Pastor, dos verbos pueden resumir el mensaj Evangelio de Juan nos ofrece el relato de la tercera aparición de Jesús a sus discípulos, antes de la Ascensión e que la Iglesia nos da hoy a los que queremos seguir al Resucitado y por el bautismo formamos parte de su rebaño: Escuchar y Seguir. En el breve Evangelio que se proclama en este domingo estas son las dos acciones del rebaño: escuchar la voz del Pastor, y, seguirlo.

Escuchar

Una vez más, aunque me vuelva cansino con esto, permitirme indicaros que escuchar y oír no son lo mismo. Oír podemos oír muchas cosas: palabras, sonidos, ruidos… y no entender nada, y no dejar que nada influya en mí, en lo que hago, pienso, siento. Escuchar es mucho más, es entender lo que oímos, dejar que lo que se oye pase por la mente y el corazón, dejar que toque el corazón. En el salmo 94, que recuerda lo que sucedió en el desierto, durante el Éxodo, en Masá y Meribá, se nos dice que: “Ojalá escuchéis hoy su voz, y no endurezcáis vuestro corazón”. El corazón endurecido, protegido para que no sufra, no sea vulnerable, es el principal obstáculo para escuchar, para oír la voz del Señor, del Pastor, y dejar que entrando en nuestro interior nos transforme, nos impulse a actuar conforme a su voluntad.

Imagen de Myriams-Fotos en Pixabay

El rebaño de Jesús, del Buen Pastor, es un rebaño conformado por quiénes escuchan, escuchan la voz del Señor, una voz que nos llega a través de los misioneros, de los apóstoles, de los catequistas, sacerdotes, … Un ejemplo de esto lo tenemos en la primera lectura: Pablo y Bernabé llevan la voz del Señor a Antioquía de Pisidia, y muchos los escucharon, estos se sumaron al número de los discípulos, pero hubo otros que no escucharon: la envidia, el temor, el miedo a perder la posición, a dejar de ser, a no tener seguridades, les lleva a rechazar el mensaje, a no oír nada que no sea lo que quieren oír, lo que siempre han oído; y manipulando los miedos de quiénes quieren que todo siga como esta: las autoridades, las damas distinguidas, expulsan a quiénes traen una buena noticia, un evangelio, abierto a todos los que esperan un mundo mejor, que las cosas cambien, … Pero, aunque puedan expulsar a los apóstoles, lo que no pueden es impedir la alegría de aquellos que han escuchado, y que han decidido vivir, obrar, actuar, conforme a lo que han escuchado, a lo que ha tocado y transformado su corazón. Y yo, ¿escucho u oigo? ¿Qué me impide escuchar? ¿Cuáles son mis miedos, mis temores, mis envidias, …?

Seguir

La escucha nos permite seguir al Pastor a quién no vemos. La voz, su voz, nos permite orientarnos, saber por dónde está, saber hacia dónde ir. El Pastor guía, orienta, va delante, y nosotros le seguimos. Los de Antioquía, perdieron a Pablo y Bernabé, pero ellos, quiénes habían escuchado, dejado que la voz, el Evangelio entrará en sus corazones, ya no siguieron lo de antes, sino que con alegría y con el Espíritu Santo, ya formaban parte de los discípulos y siguieron actuando, viviendo como tales, eran ya pueblo de Dios, ovejas de su rebaño, como se nos dice en el salmo 99. Un pueblo numeroso, diverso, donde todos caben, yo también, junto contigo, junto con todos los otros que hay por todo el mundo, esto es lo que nos refleja la segunda lectura de este domingo, la del Apocalipsis. Gente de todo tipo, condición, lugar, …, gente que como nosotros ha sufrido, ha luchado, no lo ha tenido fácil, pero no se ha rendido, lo ha superado todo, y ahora es el Cordero quién nos lleva a las fuentes de agua viva.

Nosotros estamos llamados a escuchar y a seguir. Jesús, el Buen Pastor, en cambio nos conoce y nos da la vida eterna. Es Él quién nos conoce, no nosotros a Él. Él sabe lo que necesitamos, lo que pensamos, lo que sentimos, es Él quien cuenta con nosotros, quién nos quiere en su rebaño, quién nos conduce hacia la felicidad definitiva y verdadera. Es Él quién nos da la vida, su vida, quién nos hace participar de su Resurrección. Nosotros, solo tenemos que reconocerlo como Pastor, escuchar su voz y seguirlo, haciendo posible que todos puedan llegar a escucharlo, invitando a todos a seguirlo.