II DOMINGO DE CUARESMA | 13 marzo 2022 | Génesis 15, 5-12.17-183; Salmo 26; Filipenses 3, 20 – 4, 1; Lucas 9, 28b-36
Si el pasado domingo, el 1º de Cuaresma, nos encontrábamos con el relato de las Tentaciones, en este, el 2º, nos encontramos ante el relato de la Transfiguración, en el que Jesús, ante tres de sus apóstoles, los mismos que estarán más cerca de él en la oración del Huerto, se manifiesta como Luz y Salvación, tal como decimos en el salmo 26, y como cumplimiento de la Ley (representada por Moisés) y de los Profetas (representados por Elías).
La belleza de la Transfiguración la comparo con la belleza del cielo estrellado que se puede contemplar desde el monte o el campo, en una noche despejada sin nubes, como el que contempló Abraham cuando hablaba con Dios, y nos relata la primera lectura. Contemplar la belleza del cielo estrellado, la naturaleza, la Luz de Cristo, es estar en contacto con Dios, en su Presencia, sentirnos ciudadanos del Cielo, iluminados por la Luz de Dios, que nos transforma en seres de Luz, capaces no solo de vivir con Luz, sino también de llevar o ser Luz para los demás.
Superar la tentación
Pero, para esto, para ser Luz, hemos de superar la tentación en la que estuvo a punto de caer Pedro, la de las tres tiendas. Pedro, que según Lucas no sabía lo que decía, nos muestra en este pasaje, como se inicia la tentación que nos puede conducir al clericalismo. Él ante la experiencia de Dios, de la Transfiguración propone levantar tres tiendas, una para Jesús, otra para Moisés y otra para Elías, que ellos descansen en las tiendas, y él se queda con ellos, pues se está muy bien, para custodiarlos y velar su descanso.
La experiencia de Dios, la manifestación de Jesús en la Transfiguración y en el Calvario, se hace en la cima de un monte, a la vista de todos, para que todos puedan verlo; pero Pedro, a Jesús, una vez transfigurado, quiere ocultarlo en una tienda, es decir, apropiarse de él, para cuidarlo, pero a la vez, para ser el único privilegiado que lo puede ver. Lo mismo podemos decir con la Ley y los Profetas. Pedro, que simboliza a la Iglesia, se convierte en custodio de la Ley, los profetas y del propio Jesucristo, y todos tienen que pasar por él para acercarse a ellos, y, él puede mostrar lo que le interese y poner precio a lo que muestra, es decir, usar el privilegio de haber sido llamado por Jesús en beneficio propio.
Escuchar a Cristo
Así, el sacerdote, el apóstol, el seguidor de Jesús puede pasar de ser un instrumento en manos del Espíritu para llevar a Dios al corazón del ser humano y a la Humanidad a Dios, a tratar en nombre de Dios vivir a costa de la Humanidad. Es lo que llamo la tentación del clericalismo, una Iglesia que no lleva a Cristo a la humanidad, sino que vive a costa de Cristo y de la humanidad.
Pero la voz de Dios nos da el remedio para evitar esta tentación: escuchar a Cristo, al Hijo, al Elegido. No quedarnos en la contemplación, en la belleza externa, en lo superfluo, sino escuchar, oír lo que nos dice, entender lo que nos dice, dejar que llegue al corazón y que lo toque, para desde allí dejar que la Palabra que escuchamos vaya transformando nuestra vida, nos vaya moldeando según ella. Este es el camino que se nos propone realizar en la Cuaresma, para ello, no nos podemos quedar en la cima y en la contemplación de la Luz, hemos de descender, bajar y llevar en la bajada la Luz al resto de la humanidad, sin buscar provecho propio.
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