I DOMINGO DE CUARESMA, 6-3-2022 | Deuteronomio 26, 4-10; Salmo 90; Romanos 10, 8-13; Lucas 4, 1-13

            Ya estamos en Cuaresma, el pasado miércoles recibíamos la ceniza, este domingo escuchamos en el Evangelio las tentaciones de Jesús. Una Cuaresma que vivimos, aunque esta algo lejos (unos 3.000 km), bajo la sombra de una guerra y sus consecuencias: destrucción, violencia, hambre, frío, impotencia, sufrimiento…

            En este contexto la primera lectura nos viene bien para situarnos frente a Dios sabiendo bien quiénes somos y de dónde venimos. Nos encontramos ante las palabras que cada familia debía decir al entregar las primicias de sus cosechas como ofrendas, reconociendo así que lo que han recogido se debe a la misericordia de Dios. Si hoy la guerra está en Siria, Yemen, Ucrania y no en España, no es porque ellos sean peores que nosotros, ni nosotros seamos mejores que ellos. En otros tiempos nosotros hemos vivido la guerra (la guerra civil) y el terrorismo (ETA, GRAPO, GAL, …), y como el pueblo elegido vivió bajo la esclavitud del Faraón, también en España se ha conocido la Dictadura y la opresión. Unos, cuando miran al pasado, ven a los reyes godos, al Cid y a los Reyes Católicos, pero lo cierto, es que todos somos fruto del encuentro en la Península de íberos, celtas, fenicios, romanos, vándalos, visigodos, bizantinos, bereberes, árabes, sirios, francos… Y, todos podemos decir que venimos de una mezcla de pueblos errantes, que hemos pasado por momentos difíciles, pero gracias a Dios, hoy podemos habitar esta tierra y vivir de sus frutos… Aunque no lo merezcamos, al menos no lo merezcamos más que otros.

No perder la esperanza de la Resurrección

Junto a esto, tenemos la oración que presentamos en el salmo 90: “Quédate conmigo, Señor, en la tribulación”. Una petición muy de acorde con el seguimiento de Cristo. Si seguimos a Cristo, creemos que Jesús es Dios, y Cristo padeció y murió, como estos días se nos recuerda en los viacrucis que se celebran los viernes, no podemos pedir que nos evite el dolor, la pasión y la muerte; pero, si, podemos pedirle que nos acompañe, que sintamos su presencia, su cercanía, su estar con nosotros en los duros momentos, y así no perder nunca la esperanza ni el horizonte de la Resurrección, de que, con Él a nuestro lado, todo puede ser y será superado y vencido. 

Él nos acompaña en nuestro camino, pero somos nosotros quienes hemos de recorrerlo, por ello, el apóstol Pablo escribe a los romanos diciéndoles que su salvación depende de ellos, de lo que creen, de lo que dicen, de lo que hacen. Quizá yo, nosotros, desde aquí no podamos evitar la guerra en Ucrania, en Yemen, en …, pero, yo sí puedo evitar las guerras, las peleas, las actitudes violentas en mi ambiente, en mi alrededor, con aquellos con quiénes convivo, con quiénes me relaciono, y juntos, podemos ir construyendo un ambiente de paz. Eso depende de nosotros, de mí depende lo que llevo en mi corazón, lo que siento, lo que quiero sentir, por lo que quiero luchar, y hacerlo depende de mí.

Cumplir la voluntad de Dios

El inicio del Evangelio nos muestra que Jesús va al desierto empujado por el Espíritu Santo. Ir al desierto no es ir a encontrarse con el diablo ni a luchar contra las tentaciones, es cumplir la voluntad de Dios, es dejarse llevar por el Espíritu, que nos lleva allí, a un lugar de soledad, de silencio, de oración, es aprender de Dios, del Espíritu para vencer al diablo, para vencer el mal, para superar toda tentación. Tres son las tentaciones: la de saciar uno mismo sus necesidades, la del pan; la del poder, la gloria, a cambio de adorar el Mal; y, la de poner a prueba a Dios, dando un espectáculo que nos puede presentar como inmortales, hay quién la llama la de la fama.

Para seguir a Cristo primero debe ser Dios y después el prójimo, luego vendría uno mismo, esto va en contra de buscar la solución para mí, de conformarme con conseguir lo mío, lo que yo quiero, lo que yo necesito, Jesús siente hambre, tiene hambre, pero no es sólo hambre física, es hambre de justicia, no de justicia para Él, sino de que todos tenga un trato digno y justo, que cada uno tenga lo que necesita, que todos puedan vivir, ese hambre no queda saciada con una sentencia que me da la razón a mí en un caso concreto que beneficia mis intereses.

No merece la pena tanto sufrimiento

No hace un mes, antes de la invasión de Ucrania, Putin, era para muchos que se llaman católicos, el ejemplo de gobernante recto, que protege a la familia, modelo provida, anti LGTBI, que rezaba, ponía orden, detenía delincuentes… es fácil encontrar (aunque algunos ya las están eliminando) fotos de políticos conservadores con Putin, su modelo. Hoy, ya es el monstruo, ha mostrado su cara. ¿Era tan bueno? ¿Es tan malo? ¿Ha caído en la tentación del Poder, de crear un Imperio? Todavía, tras tantos siglos de Historia, no hemos aprendido que todos los Imperios se construyen con el sufrimiento del pueblo, y que todos, tarde o temprano, caen. ¿Cuántos años de vida le quedan a Putin? ¿Serán suficientes para que puede dormir una noche en cada ciudad que forme parte de su Imperio? ¿Merece la pena tanto sufrimiento para un logro tan efímero?

No estamos dispuestos a quedarnos sin nada, desnudos en la cruz, por la dignidad de todo ser humano

El espectáculo, el circo. Esta tentación la veo más relacionada con el clericalismo (¿será por lo del alero del Templo?) Milagros, cosas extraordinarias, gente engañada que sigue admirada al que anda sobre el agua, o se eleva unos metros sobre el suelo. Nos quedamos en lo superficial, en lo externo, en lo que se ve y en las apariencias, y, nos dejamos engañar. Apariciones, mensajes, videntes, … Hoy mismo he podido ver en la red la petición de que el Papa consagre públicamente a Rusia y Ucrania al Inmaculado Corazón de María, o sea, si no lo hace ¿él será el culpable de que siga la guerra? Pero, seguimos sin cambiar nuestro corazón y nuestra vida, buscamos nuestra sanación o la de los nuestros, pero no estamos dispuestos a quedarnos sin nada, desnudos en la cruz, por la dignidad de todo ser humano. Eso sólo lo hizo Jesucristo, andar por el alero del Templo, no es algo tan complicado, lo hemos visto durante la Pandemia por los tejados de algunos templos.

Sigamos a Cristo, aprovechemos este tiempo, don de Dios, para dejar que el Espíritu nos lleve a lo profundo de nuestro corazón. Purifiquemos nuestros pensamientos, sentimientos, deseos y ambiciones, pongamos en primer lugar a Dios, como dicen en Honduras: “Primero Dios…”, y junto con Dios a los otros, a los hermanos, a la Humanidad.


Imagen de Samuel F. Johanns en Pixabay


José Luis Bleda Fernández

Sacerdote | Párroco de San Juan Bosco (Cieza, Murcia)