V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO | 6 febrero 2022

Isaías 6, 1-2a.3-8; Salmo 137; 1Corintios 15, 1-11; Lucas 5, 1-11.

Por JOSÉ LUIS BLEDA | Si algo me siento en estos momentos en que escribo estas palabras para compartir con todos vosotros lo que me dice este fin de semana la Liturgia de la Palabra que nos ofrece la Iglesia es débil, pequeño, impotente, inútil, pecador, …, nada, … Ser testigo de la marcha, del sufrimiento, de la vida que se apaga, no poder hacer nada, no saber hacer nada, ni siquiera acompañar…

Hoy, precisamente me siento identificado con ese “hombre de labios impuros, que habito en medio de gentes de labios impuros” tal y como se define Isaías: o como un aborto, el menor de los apóstoles, ni siquiera digno de ser llamado apóstol, como se define san Pablo a sí mismo; o, como Pedro, que se siente pecador, no digno de que el Maestro, Jesús, se acerque a él y le dice: “Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador”. Mientras que el salmo 137 se lo aplico a Blas o a mi padre: “Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor”.

         No soy puro, mis labios son impuros, mis palabras no son correctas, como tampoco lo es mi pensamiento, ni mi corazón, pero, Él me hace puro, viene a mí, me mira, se da cuenta de mí, mi situación, mi sentir, no es algo ante lo que Dios queda indiferente, sino que lo ve, se da cuenta, por ello manda al ángel hacía mí con la ascua en la mano para que me purifique al tocarme. No soy lo que soy porque yo lo haya conseguido, sino porque Él me ha purificado, me ha tocado, cuenta conmigo y me envía.

         No merezco ser sacerdote, si lo soy no es porque lo merezca, por mis méritos, por mis notas, por mis esfuerzos, el ministerio sacerdotal no es un premio, ni una recompensa, ni una meta, es simplemente un don y un servicio, algo que nos ha sido dado sin merecerlo, y es ponerse al servicio sin ser más ni mejor, simplemente como respuesta a la llamada y a la confianza que Él ha puesto en mí.

         Y estoy con Él, escucho su Palabra, como Pedro escucho sus palabras mientras limpiaba sus redes, y le dejo lo mío, como Pedro le dejó su barca; incluso sin estar convencido, sin ganas, soy capaz, por cariño, por ser Él de ir adentro, aunque sepa que no hay pesca, … Si pesco, si doy fruto, si sirvo, si soy capaz de ayudar a otros, alimentar a otros, conseguir peces para todos, no es porque yo sea mejor, no sea pecador, crea más, …, sino simplemente porque Él es mi Señor, cuenta conmigo, me lo pide, me mira, no me deja solo, no se aparta de mí, especialmente cuando más débil y pecador me veo.