Domingo 10 de enero de 2021 | Isaías 42, 1-4.6-7; Salmo 28; Hechos 10, 34-38; Marcos 1, 7-11

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Por JOSÉ LUIS BLEDA FERNÁNDEZ | ¡Vaya tiempo que nos hace por acá para renovar el Bautismo! Si el frío y la nieve me dejan, espero poder renovarlo junto a los fieles de Avilés, Coy, Doña Inés y Las Terreras este fin de semana, aunque no con agua, lo haremos en la profesión de la fe…

Cerramos el tiempo litúrgico de Navidad e iniciamos el llamado Tiempo Ordinario con la celebración del Bautismo de Jesús, y en este año lo haremos teniendo el breve relato del Bautismo de Jesús que nos presenta el Evangelio de Marcos. Hemos celebrado el Nacimiento de Jesús, que Dios se encarna, nace, se hace Niño-pobre, bebe… María sabía que el Niño es de Dios, san José sabe que no es suyo y por los sueños cree que es de Dios, los pastores, haciendo caso a los ángeles van a adorarlo, los magos siguiendo una estrella también, mientras que los escribas y sumos sacerdotes, que sabe que el Mesías nacería en Belén se quedan quietos, permanecen en su lugar, ellos son signo de que todo debe quedar  como estaba, no les gustan los cambios; y, el rey de los judíos ve en el Niño una amenaza, un peligro, y trata de matarlo… Todo esto lo sabemos y lo hemos celebrado, conmemorado estos días pasado, ahora bien ¿Sabía Jesús que era Dios? ¿Somos conscientes nosotros de las consecuencias del Nacimiento de Dios? ¿Qué significa que Dios ha nacido para mí, para mi vida? ¿Cambia algo, o como los escribas y sumos sacerdotes, no pasa nada, todo sigue igual?

La peculiaridad del Bautismo en el Evangelio de Marcos es que nos presenta que, en su Bautismo, Jesús toma conciencia de quién es realmente, por ello Marcos nos indica que, tras el Bautismo, Jesús al salir del agua ve los cielos abiertos y bajar hacia él al Espíritu Santo, es el comienzo de su vida pública; mientras que la voz del cielo queda como lo que todos los presentes oyen: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”. Sin duda que se refiere a Jesús, pero al usar “se oyó”, todos los que estaban allí para el bautismo lo oyeron, y oyeron: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”, aunque no vieron como Jesús los cielos abiertos y la bajada del Espíritu Santo. Esto es una manera peculiar de señalar a Jesús como el Ungido de Dios, al tiempo que se invita a todos los bautizados, también tú y yo, a tomar conciencia de que somos “hijos amados de Dios” por el Bautismo.

 

Juan nos invitaba antes a esperar al que viene, el profeta Isaías, en la primera lectura, nos invita a mirar; mirar a Jesús,…, ya no un Niño, sino un adulto, un hombre, de unos 30 años, pero no un príncipe, ni un guerrero, ni un héroe,…, sino alguien que no grita, no clama, no vocea,.., uno que no termina de romper lo que ya está quebrado, que no apaga siquiera la llama que vacila, pero que se mantiene firme en la implantación de la Justicia y de la Verdad, sin violencia, sin imposición, sin humillar… Uno que trae una bendición, que trae la paz, como se nos dice en el salmo 28.

La Navidad, el Bautismo, no acaban en Jesús, sino que nos alcanzan a todos y a cada uno: Dios se hace como nosotros, nosotros podemos llegar a ser como Dios si somos capaces como Jesús de ser justos, de vivir en la Verdad, sin gritar, sin clamar, sin vocear, sin romper, sin apagar,… Jesús es el Hijo amado de Dios, pero tú, el otro, todos los otros, también somos amados de Dios, estamos llamados a ser hijos suyos y hermanos entre nosotros, a esto nos conduce la Navidad y el Bautismo, si no, no hemos entendido lo que celebramos, no vivimos el Misterio de la Encarnación y por más fieles que seamos a ritos, tradiciones y costumbres, no somos más que los escribas de Jerusalén que sabían que Jesús había de nacer en Belén, pero no fueron a adorarlo.