Domingo 3 de enero de 2021 (II de Navidad) | Eclesiástico 24, 1-2.8-12; Salmo 147; Efesios 1, 3-6.15-18; Juan 1, 1-18

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 Por JOSÉ LUIS BLEDA FERNÁNDEZ | Lo primero, a todos los que leéis estás reflexiones, y aunque ya lo haya hecho, desearos un Feliz Año Nuevo, es decir: desearos que lo hayáis recibido con ilusión, esperanza y sabiendo en vuestro corazón que es un tiempo de Dios para seguir experimentando su amor en nuestra vida, en nuestro tiempo.

Y no es otra cosa la Navidad, lo que estamos celebrando. En este domingo se nos ofrece el mismo Evangelio que en la misa del Día de Navidad, es decir, contemplar el misterio de la Navidad con el Prólogo del Evangelio de Juan, y las lecturas nos invitan a dar Gloria a Dios y alegrarnos por su presencia, desde el Misterio, entre nosotros.

En medio de la Pandemia, de la indiferencia generalizada ante el sufrimiento de los otros (de los mayores, los enfermos, los inmigrantes, los sintecho, sin trabajo, sin la posibilidad de llevar una vida digna…), ante la violencia, la muerte, el mal, Dios, a través de la celebración de la Navidad y de la meditación de su Palabra vuelve a darnos el mismo signo de siempre de que está con nosotros. Ese signo es la vida, es la “doncella encinta” de la profecía de Isaías al rey Ajab, o la mujer vestida de sol, con la luna a sus pies, que va a dar a luz del Apocalipsis, o una mujer embarazada. Una mujer embarazada, un bebe, ver a ambos, verlos en medio de nuestra realidad, de nuestra historia, en las circunstancias que estamos viviendo, es un signo de Dios de que Él sigue apostando por la vida, la vida continua, a pesar de todo, la muerte no tiene la última palabra, como no la tiene el Mal, la última Palabra, la tiene la Palabra hecha carne, recostada en el pesebre, que guarda silencio, pero que mueve los corazones hacia la ternura, hacia el amor, como movió los corazones de los pastores, de los magos, como hizo que María fuese guardando todo en su corazón.

Dios está con nosotros, ha venido a nosotros, no desde el poder, la fuerza, la violencia, sino desde la pequeñez, la debilidad, la ternura, y con esto nos trae un mensaje para romper miedos, para que nos lancemos sin miedo a amar, a defender la vida, a luchar con esperanza, sabiendo que al final el triunfo es de lo pequeño, lo débil, lo tierno….

 

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Desde esto podemos releer las lecturas de la Liturgia de este fin de semana. La Sabiduría del libro del Eclesiástico es la Palabra del prólogo del Evangelio de Juan, y ella no necesita de nadie para tener honor y gloria, se la da así misma: su honor no depende de que le visiten personajes de categoría (reyes, sumos sacerdotes, grandes mercaderes…), le basta con la visita de los pastores, y la de los magos…En el pesebre, si podemos decir que la Palabra está en medio de la Humanidad, y lo está porque está al alcance de todos: si hubiese nacido en un palacio, los pobres no hubiesen podido entrar, no les hubiesen dejado, no sería para todos, sino para los que lo tienen todo y no necesitan nada, al nacer pobre, entre las gentes humildes, los pastores pueden acercarse, verlo, hablar con los padres, y lo que ellos pueden ofrecer: sus alimentos, su música, su mirada, es tan valioso como lo que ofrecerán los magos (oro, incienso y mirra).

Todos podemos reconocerlo, acercarnos, llevar nuestra ofrenda. ¿Pero queremos hacerlo todos? O ya no me interesa ¿Qué me puede dar un bebe? ¿cómo va a solucionar mis problemas? ¿Qué saco con ir a ver a un bebe? Al hacerse bebe, Dios comparte totalmente nuestra humanidad, desde el principio, desde lo más pequeño, y se nos da totalmente, pues se hace totalmente humano; a partir de este Misterio de la Encarnación, del Nacimiento, podemos encontrar a Dios en la Humanidad, en el otro, en el necesitado, en el débil, y podemos cambiar de perspectiva, en vez de ir a Dios, a la religión para que me cure, me libre, me bendiga, me ponga por encima de los malos, los pecadores,…, puedo ir al encuentro de Dios para poner mi granito de arena y escuchar, curar, atender, colaborar, ayudar, levantar, acompañar,.., puedo hacer lo mismo que esperaba que Dios hiciera conmigo, y al hacerlo puedo ir descubriendo lo cerca que Dios está de mí, de ti, de nosotros, de la Humanidad, y puedo ir haciéndome, poco a poco, como Dios. Dios se hace humano para que nosotros podamos ser divinos, pero para conseguirlo, hemos de aceptar un Dios humano (bebe, inmigrante, rechazado), y reconocerlo en la humanidad sufriente que nos rodea. “Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron” se nos dice en el Evangelio, ojalá que este tiempo de Navidad nos ayude a tomar conciencia de la presencia de Dios entre nosotros y seamos capaces de recibirlo con todas las consecuencias. Hemos empezado un nuevo año, el 2021, un año para poder acercarnos a Dios, reconocerlo, adorarlo como los pastores y llenar nuestras vidas de ternura y amor.