Domingo 13 de diciembre de 2020 (III Adviento) | Isaías 61, 1-2a.10-11; Cántico Lc 1; Tesalonicenses 5, 16-24; Juan 1, 6-8.19-28
Por JOSÉ LUIS BLEDA | Domingo de Gaudete o de Alegría. En la celebración de la Inmaculada veíamos como lo primero que dice el ángel Gabriel a María es “Alégrate”, hoy, en este domingo, esa alegría se nos muestra en todas las lecturas: en el profeta Isaías se afirma “Desbordo de gozo en el Señor…”; en lugar del salmo responsorial hoy se nos ofrece el Magnificat, el cántico de María cuando visitó a Isabel, en el que se dice: “…se alegra mi espíritu en Dios…”; y san Pablo en la carta a los tesalonicenses nos pide: “Estad siempre alegres.”
Aunque en el Evangelio no aparece el termino alegría, lo cierto es que la descripción de Juan el Bautista y su respuesta a los sacerdotes y levitas que llegaron de Jerusalén implica dinamismo y alegría: su actividad en el Jordán, bautizando es un motivo de alegría para aquellos que viven en la tristeza, ya que sus pecados, la causa de su mal, puede ser limpiada, lavada, y se anuncia la cercanía del que viene detrás, del Mesías.
Esta alegría de la que se nos habla en las Escrituras no es la alegría de un momento o un estado, no es la alegría de quién con dos copas de más canta el “Asturias, patria querida…”, ni la de quién le ha tocado la lotería o ha conseguido el objetivo que se había propuesto…, no es un “estar alegre” sino que es un “ser alegre”. El cristiano, el seguidor de Cristo, quién vive el Evangelio, si bien comenzó recibiendo la Buena Noticia y al principio estuvo alegre, al permanecer en Cristo, pasa del estar al ser, de estar alegre a ser él mismo motivo y fuente de alegría para los demás, a vivir siempre en la alegría de la Buena Noticia. Así, la profecía de Isaías, con la que Jesús inició su predicación en la Sinagoga de Cafarnaúm hace del profeta, de Jesús, de quién sabe que el Espíritu Santo está sobre él (eso es lo que le dijo Gabriel a María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti…”) motivo de alegría para el pobre, el preso, el hambriento, el que sufre… La plenitud del Espíritu en María es quién la lleva a ponerse al servicio de Isabel en su necesidad y a proclamar desde el alma su alegría en el Magnificat; la alegría va unida a la experiencia de Cristo, a la oración, a la vida en común, a todo lo bueno, a todo lo santo, tal y como se nos expresa en la segunda lectura.
Está alegría o este ser alegre es lo que podemos encontrar en la presentación de Juan el Bautista que nos hace el evangelio de Juan. Confieso que, debido a películas y a documentales, me ha dado la impresión de que el Bautista era una persona seria, enfadada, un predicador apocalíptico y de calamidades, enfadado con la vida, el mundo, la gente…, y, para mí fue motivo de alegría descubrir que no es así. Era una persona humilde, sencilla, que no necesitaba mucho para vivir y para estar alegre, que atraía a la gente, que se convirtió en motivo de esperanza y de ilusión para muchos, iniciando en ellos un proceso de conversión, de cambio, de esperanza y de alegría. El pasado año, hace unos días hizo un año, pude peregrinar a Tierra Santa, con mi madre, mi hermano y muchos amigos, y estuvimos en el Jordán, allí pude renovar el bautismo de mis compañeros de peregrinación o viaje, en un agua color chocolate, y lo que recuerdo de ese momento es la alegría, la alegría que yo sentía poder estar con los pies metidos en el agua, agachándome para tomar agua con las manos y derramarla sobre las cabezas de amigos, la alegría de ellos, al acercarse, y eso que para muchos, por la edad, el agacharse, el bajar, y luego el dejarse mojar con esa agua color tierra, no era fácil, pero la alegría se contagió en todo el grupo, fue una purificación que nos alegró el alma… Imagino algo similar en aquellos que acudían al bautismo de Juan.
Pero, no quiero terminar sin señalar otro aspecto de este evangelio, y es como responde Juan el Bautista a la pregunta de ¿Quién es? ¿Quién soy? Juan empieza diciendo quién no es: él no es el Mesías, no es Jesús, no es la Palabra. La Verdad, la Humildad, no van reñidas con la Alegría. La figura de Juan el Bautista y la de San José, cuya imagen pongo este domingo en el pesebre, a mí me han ayudado para vivir mi identidad sacerdotal, sabiendo que yo no soy el Mesías, no soy Cristo, sino su siervo, su instrumento, alguien que a pesar de sus fallos y errores es usado por Cristo para llevar un mensaje de esperanza y alegría a otros, y para mí esa es la misión y la grandeza de mi ministerio. ¿Quién soy? ¿Soy motivo de alegría para otros? ¿A quién le he dado esperanza e ilusión? Son preguntas que me hago y que os invito a haceros para preparar la venida del Señor, que se acerca.