Domingo 1 de noviembre de 2020 (Fiesta de Todos los Santos) |Apocalipsis 7, 2-4.9-14; Salmo 23; 1ª Juan 3, 1-3; Mateo 5, 1-12a
Por JOSÉ LUIS BLEDA FERNÁNDEZ | Entre Halloween y el día de los difuntos en la Iglesia celebramos la solemnidad de Todos los Santos, una celebración en la que se nos invita a vivir con gozo y alegría la gloria de todos los santos, de todos los que siendo como nosotros, a lo largo de la historia, han vivido fieles al Evangelio; y, al mismo tiempo, se nos invita a ser santos, a tomar conciencia de que tras Jesucristo ya no hay diferencia entre lo Sagrado y lo profano, pues lo Sagrado se hizo profano para que lo profano llegue a ser Sagrado, por eso todos estamos llamados a ser santos, tal y como Jesús lo proclamo en el mensaje de las bienaventuranzas.
Ya llevamos mucho tiempo, viendo como las celebraciones de Halloween se va comiendo la fiesta de Todos los Santos, fiesta que ya iba perdiendo y confundiéndose con la memoria de los difuntos, que se celebra el día 2. Para muchos, cómo por otra parte es normal, es más importante, más cercano, recordar con dolor, ternura y cariño a padres, abuelos, hermanos, e incluso a hijos, ya difuntos, que, a los santos, a quiénes vamos celebrando también durante todo el año. Pero es con la llegada y el auge de la tradición anglosajona de Halloween cuando se trata de reivindicar y recuperar el significado de Todos los Santos, con el Halloween, y este año, el 2020, un año en que Todos los Santos cae en domingo, lo que en condiciones normales sería motivo de dar mayor realce a la celebración, vemos que, con la pandemia y sus consecuencias, lo que parece que gana es el terror, el miedo, la desesperanza, la indignación, la violencia, la ira….
En este contexto estamos llamados a proclamar las Bienaventuranzas, a escucharlas, dejar que toquen el corazón, meditarlas y vivirlas, … Con esta celebración, Jesús muestra cómo nos ve Él. El pasado año pude, en diciembre peregrinar a Jerusalén, y tengo la imagen del Monte de las Bienaventuranzas, al lado del Mar de Galilea, imagino a Jesús sentado, más alto, y a esos 5.000, sentados, más abajo, viendo, algunos escuchando, pero todos pendientes de Él, muchos mirándolo como a alguien superior, no sólo un Maestro o Rabí, sino como alguien capaz de curar, de sanar, de ilusionar, de dar respuestas ante las dificultades de la vida, … Y, luego está la mirada de Jesús hacia ellos, los ve con los “ojos del corazón”, pues como escribe el Papa Francisco en “Fratelli Tutti”, Dios mira con el corazón, los ve, nos ve, pobres, mansos, humildes, sencillos, nos ve como gente que sufre, que llora, que necesita ser consolados, animados, nos ve con deseos y ganas de justicia, de amor, y, también nos ve capaces de amar, de ayudar al necesitado, de esforzarnos de luchar por lo que es justo, por lo que es bueno….; nos ve iguales a Él, capaces de hacer sus mismas obras, vivir su misma Vida. Y, entonces, va proclamando las bienaventuranzas, despacio, con serenidad, desde el corazón, nos va diciendo que somos nosotros, que soy yo, como Él es, que lo mejor de mí no es mi dinero ni lo que tengo, sino mi pobreza, que desde ella puedo amar, puedo luchar por la justicia, puedo consolar, trabajar por la paz, superar las adversidades, los ataques, las difamaciones, y vivir con dignidad y dar dignidad.
Este mensaje no es sólo para mí, ni para los míos, es para todos, somos todos los llamados a salvarnos y a dar gloria a Dios, todos estamos incluidos en esos 12x12x1.000=144.000, somos parte de las tribus de Israel, de la predicación de los apóstoles, de la multitud, de los muchos, de la muchedumbre que sigue al Cordero, por todos derramó su sangre Jesús, todos estamos llamados a vivir la Santidad. Y, una prueba de esto es lo que ya somos, como Juan lo expresa en su primera carta: Ahora somos hijos de Dios, somos parte de su familia, ya somos sagrados, ya contamos con Él para recorrer nuestra vida, y aún no se ha manifestado lo que seremos, pues seremos como Él, seremos santos como Él es santo.
A pesar de todo lo que nos rodea, de las circunstancias negativas en las que vivimos, no olvidemos las Bienaventuranzas, vivámoslas…