Domingo 11 de octubre 2020 (XXVIII Tiempo Ordinario) | Isaías 25, 6-10a; Salmo 22; Filipenses 4, 12-14.19-20; Mateo 22, 1-14

Por JOSÉ LUIS BLEDA FERNÁNDEZ | Este domingo, el segundo de octubre, culmina una semana especial: una semana que comenzaba con la firma y publicación de la tercera encíclica del Papa Francisco, “Hermanos todos”, una semana en que se nos invita a los creyentes a dar gracias a Dios por todos los dones recibidos, y en la que junto a la fiesta de la Virgen del Rosario, hemos sido invitados a movilizarnos por el trabajo decente con el lema “Nos movemos por el trabajo decente”; e inicia la semana central del DOMUND, jornada misionera que celebrará su día el próximo domingo 18.

La verdad es que, en el contexto actual de pandemia, crisis y enfrentamiento de unos contra otros, hablar de fraternidad, trabajo decente, misiones, puede parecer como algo utópico, fuera de la realidad, irrealizable, pero tenemos las lecturas de la liturgia de este domingo, que al menos a mí me llenan de esperanza.

La primera lectura, la profecía de Isaías, es una de las lecturas que se nos ofrecen en la liturgia de las exequias, de los funerales, pero que transmite una esperanza que va mucho más allá de la muerte: es la esperanza de ver la victoria, el triunfo, la gloria en el mismo sitio donde ahora sufrimos, vivimos el fracaso y la frustración. Una esperanza para el futuro, una esperanza que está en las manos de Dios, Él será quién consuele, quién quite el velo que lo cubre todo dejando que la Verdad quede a la Luz, no habrá lágrimas y nuestras esperanzas se harán realidad. Esperanza que continua en el salmo 22, en que se nos ofrece como respuesta la esperanza de vivir en la casa del Señor, pero nos da como prueba de que esa esperanza está bien fundada en el hecho de que el mismo Señor ahora, en el presente, está con nosotros, nos conduce, guía y orienta nuestras vidas y nos lleva, aunque por sitios difíciles y peligrosos, hacia los pastos que necesitamos. La esperanza cristiana no es una esperanza sin fundamento, se basa en nuestra experiencia, en nuestra vida, en lo que vivimos y en los signos que Dios nos va dejando cada día de nuestra vida.

Que Dios esté presente y nos acompañe, nos guie, no quiere decir que no tengamos problemas, no estemos expuestos a la persecución, difamación, hambre, necesidad, precariedad,… Pablo lo sabía, es más, desde el momento de su conversión y aceptar realizar en su vida la misión que Cristo le confía, es cuando empiezan para él los peligros, persecuciones, las dificultades, que afronta y supera gracias a la fe en aquél que se le manifestó en el camino a Damasco, y que cuenta en cada momento con el apoyo y la ayuda desinteresada de aquellos que en los momentos difíciles le tendieron la mano y le apoyaron incondicionalmente. Esta segunda lectura me lleva en estos momentos a dar gracias a Dios por todos los que en Honduras han manifestado su apoyo y solidaridad conmigo y con Pablo, por quiénes siguen orando y trabajando por la paz, la verdad y la fraternidad allá, y también por mi familia y por los que aquí, me siguen apoyando y mimando. Todo ello, me hace seguir esperando en el final, un final que sin duda será para mayor gloria de Dios, como san Pablo expresa en su carta.

Y cerramos la reflexión con otra parábola de Jesús, en este domingo con la del banquete de bodas que había preparado un rey con motivo de la boda de su hijo, y que los nobles rechazan, llegando incluso a matar a los siervos del rey. La parábola, como la del pasado domingo, está dirigida a los sacerdotes y a los que son autoridad moral y religiosa del pueblo, aquellos que pueden creerse salvados porque están en la verdad, ellos lo saben todo, todo lo hacen correctamente, y lo que ellos dicen es lo que Dios quiere. Hay varios aspectos que me gustaría señalar de esta parábola:

Primero, como también paso con la de la viña, la descripción de como el rey había preparado el banquete, y, como insiste a los invitados para que vayan. Él prepara, invita, quiere que todos participen del banquete, insiste incluso después del primer rechazo.

Luego la actitud de los invitados, los nobles, los señores, los que son algo en la sociedad, tienen cultura, saben, conocen…, pero desprecian al rey, desprecian su esfuerzo, su banquete, desprecian a los siervos del rey, los llegan a matar, se creen impunes. Estos, están ocupados en lo suyo, sus tierras, sus posesiones, sus intereses, no les importa ni las ilusiones, ni el trabajo, ni el esfuerzo ni la vida de los otros, sólo cuenta lo que ellos quieren hacer, sus proyectos, sus vidas, …

El banquete se celebra, si los invitados no van se invita a otros, a todos. Es una clara alusión al pueblo de Israel, si Israel no acepta al Mesías, todos los pueblos son invitados a aceptarlo, es una parábola que explica la apertura del Evangelio, de la Salvación, a todas las naciones, y a todas las personas: “malos y buenos”.

Un cuarto aspecto sería lo del invitado que no llevaba el traje de fiesta… ¿Cómo es posible que el rey, consciente de que ha invitado a los pobres, a los que van por los caminos, al banquete, eché ahora a uno por no llevar el traje? La respuesta la encuentro en el silencio. El rey al verlo no lo echa, le llama amigo y le pregunta por qué no lleva el traje de fiesta, y él calla, no responde, ese silencio es otra manera de despreciar, ignorar, como habían hecho los primeros invitados, … Aquí veo una manera de pedirnos a los que hemos sido invitados al banquete, a seguir a Jesús, a dar razón de nuestra situación, de nuestra vida, de lo que hacemos. Ante Dios todos somos responsable, ante Él no vale el callar y mirar a otro lado, tenemos que responder.

No quiero terminar sin volver a la esperanza de la que hablaba al principio, esperanza a entrar en el banquete, a participar en él, no porque sea “bueno”, los “malos” también serán llamados a entrar al banquete, la única condición es no rechazarlo, no ignorar ni despreciar a quién nos invita ni al resto de invitados y saber dar razón de lo que vivimos y hacemos.