Domingo 13 de septiembre 2020 (XXIV Tiempo Ordinario) | Eclesiástico 27, 33 – 28, 9; Salmo 102; Romanos 14, 7-9; Mateo 18, 21-35
Por JOSÉ LUIS BLEDA FERNÁNDEZ | “Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos”, con estas palabras de la carta a los Romanos, que encontramos en la segunda lectura quiero abrir esta reflexión sobre las lecturas de este domingo. Vivir o morir para el Señor, en otras palabras, ser del Señor, creo que esto “ser del Señor”, o como también dijo san Pablo: “es Cristo quien vive en mí” (Gálatas 2, 20), es la clave para interpretar la llamada al perdón total, a un perdón que nace también de un Amor total, con mayúsculas, que se nos hace en la Liturgia de ese domingo.
Escribo está reflexión en el Día del Niño en Honduras, un día para mirar y pensar en los más pequeños, en aquellos a los que todavía no se les deja acudir a la iglesia, y que se quedan en la puerta cuando sus papás o abuelos entran, … Un día que viene precedido por el incendio del campo de refugiados de Moria, en la isla de Lesbos (Grecia), donde habitaban 13.000 refugiados de la guerra de Siria esperando que se les reconozca su derecho al asilo y se les permita pasar al continente europeo; un campo preparado para acoger a 2.500, pero que contaba con 13.000, muchos de ellos niños, hasta 400 menores no acompañados según las ONG, y ahora, han perdido hasta el miserable lugar que tenían para dormir,…; también, me llega desde Murcia la situación de precariedad de la Coordinadora de barrios de Alcantarilla, que llevan 34 años trabajando con la población más vulnerable de dicha ciudad, pero que ante los retrasos de pagos de las instituciones, la crisis generada por la Covid-19, y la falta de compromiso institucional tienen que plantearse el cerrar, o, al menos reducir drásticamente los servicios que ofrecen a menores y familias,… Junto a esto noticias de muerte, si uno que ha fallecido por el covid-19, que si al hermano de otro lo han matado, que… Y, ves que muchas de estas cosas se deben al egoísmo, la corrupción, la violencia del ser humano…; y, suceden ante la indiferencia, muchas veces insultante, de la mayoría, también de la mayoría de los que nos decimos seguidores de Cristo. ¿Tendrá perdón la Humanidad?
Jesús nos habla de perdonar siempre, ya que el 70 veces 7 no es contar hasta 490 veces el perdón a un mismo individuo, sino que nos indicar un perdón permanente, eterno, divino, que se mantiene siempre por parte del que perdona… Pero luego nos cuenta una parábola, donde el perdón conlleva una exigencia, una condición sin la cuál puede ser revocado, y es que el perdonado debe a su vez perdonar. Experimentar el perdón de Cristo, saber que todo el mal que he hecho no cuenta para Cristo, está superado, Él sigue confiando en mí y me confía a los que quiere, es lo que experimentó san Pablo en el camino a Damasco, Jesús sale a su encuentro, lo perdona y cuenta con él para convertirlo en apóstol de los gentiles, a partir de ese momento, Pablo ya no vive para sí, ni muere para sí, si vive, vive para Cristo, si muere, muere para Cristo,… Por ello, Pablo en Cristo lo puede perdonar todo.
Este perdón de Dios no es nuevo, ya casi todo el Antiguo Testamento es una historia donde Dios perdona a su pueblo una y otra vez, aunque, como Jesús, la primera lectura, nos muestra unas condiciones para el perdón, unas actitudes que pueden impedir vivir el perdón: la ira o la cólera, el rencor o el odio, la venganza. No hemos de confundir la ira o la cólera con la indignación, ni con una reacción muy concreta y casual, sino con una actitud, un estar siempre enfadado, un responder siempre con violencia ya sea psicológica, verbal o física,… Es la actitud de quién se cree con derecho a todo, y que todos pisotean sus derechos, su dignidad, que se ve perfecto, rodeado de gente imperfecta (incluso su propia familia: su esposa, sus hijos,…) y que no tolera que nada salga mal, que la sopa esté fría o le falte sal, que no haya sacado la máxima nota, que se haya roto esto o lo otro,… Esta forma de ser impiden verse como necesitado de perdón, e impiden ver a los demás como hermanos, parte de una misma humanidad, en la que nos necesitamos unos a otros, el “ser perfecto” no necesita de nada ni de nadie, todo lo contrario que el Amor, que siempre necesita de alguien a quién amar.
Estamos pasando casi a la venganza. La venganza también la rechaza el Señor, que “se vengará del vengativo y llevará rigurosa cuenta de sus pecados”.
A esta cólera o ira, se le suma el rencor o el odio, con motivo o sin motivo, a veces un rencor heredado, porque el abuelo de tal le hizo tal cosa a mi abuelo y desde entonces no podemos hablarnos. Un rencor y odio que a veces se ha fomentado desde sectores de la Iglesia: “los judíos mataron al Señor”, eso es algo que oía de pequeño, gracias a Dios, hoy no es tan frecuente… Pero ahora, gracias a los medios, veo otros rencores y odios menos comprensibles y fomentados desde las redes, muchos nacen del miedo: miedo a los musulmanes, a los inmigrantes, a las feministas,… Cierto que en todos los colectivos podemos encontrar gente que nos da miedo, y, a la que hay que temer, pero no es menos cierto que en todos los colectivos hay gente generosa, dispuesta a ayudar,… Otros rencores vienen por la política, sobre todo en España, nuevas generaciones, ya no nietos, sino bisnietos y tataranietos, se lanzan a reivindicar justicia por la guerra civil y la represión franquista, una justicia que en el fondo es revancha; cierto que hay muchas heridas que curar y que sanar, pero no es menos cierto que la solución no está en repetir la guerra para que ahora pierdan los otros….
Estamos pasando casi a la venganza. La venganza también la rechaza el Señor, que “se vengará del vengativo y llevará rigurosa cuenta de sus pecados”. La venganza se disfraza de justicia, para cometer todo tipo de injustica con el fin de conseguir la venganza. El Dios de Jesús, el de la Biblia, tiene una justicia muy distinta a la nuestra, sino releer la historia de Caín y Abel, y ved el castigo a Caín y la maldición sobre quién mate a Caín: “Si alguien mata a Caín deberá pagarlo multiplicado por siete.” (Génesis 4, 15). Recuerdo que de pequeño, un día en un arrebato de ira le desee la muerte a alguien, y mi abuela, que me oyó enseguida me corrigió: “No, tu pide que viva, que viva por mucho tiempo, hasta que se dé cuenta de sus errores”. La venganza, el ojo por ojo, es la norma o la ley del pueblo que no conoce a Dios, que no ha sido liberado, ni perdonado, ni elegido a pesar de su pequeñez y de su infidelidad, que no ha recibido la Ley en el Horeb. La venganza es lo contrario a hacer justicia, y lo podemos ver en la muerte de Jesús: muere perdonando y justificando a quiénes lo ejecutan, derrama su sangre por todos, luego la realización de la justicia de esa sangre, es que todos por los que fue derramada se salven, desde este punto de vista no queda nada menos justificado que el condenar a los judíos porque mataron al Señor. Desde la venganza, san Pablo, que fue perseguidor de los cristianos no hubiese podido ser apóstol, desde la justicia de Dios, san Pablo pasará de perseguidor a perseguido para llegar a ser uno con Cristo a quién perseguía.
Ojalá, entendiéramos todos este mensaje de perdón, de vida con Cristo, y lo vivamos hasta el punto de que realmente si vivimos, vivimos para el Señor, si morimos, morimos para el Señor.