Domingo 9 de agosto de 2020 (XIX Tiempo Ordinario) | 1º Reyes 19, 9a.11-13a; Salmo 84; Romanos 9, 1-5; Mateo 14, 22-33

Por JOSÉ LUIS BLEDA FERNÁNDEZ | Continuamos el Evangelio del pasado domingo, Jesús, tras dar de comer a la multitud vuelve a buscar la soledad, la oración, se queda aparte, mientras manda a los suyos continuar viaje, ir a la otra orilla, cruzar el mar en la barca… Un mar que es símbolo a la vez de vida y de muerte: no podemos vivir sin el agua, la vida en Galilea se desarrolla en torno al lago… pero no podemos vivir bajo el agua. Atravesar el mar, cruzarlo, es como cruzar de la Muerte a la Vida, de la Esclavitud a la Libertad, una travesía peligrosa, una travesía que solo puede hacerse en comunidad. No sé, pero, precisamente esta semana, la imagen de esta barca con los discípulos me recordaba la imagen de una de tantas pateras que tratan de cruzar de África a las costas de España, que llegan a Cartagena, y que tanto temor y rechazo causan en tantas personas a las que quiero. Me recordaba la patera en la que monté en Kribi, Camerún, hace poco más de dos años con unos amigos, y que ilustra este comentario.

¡Cómo me vienen y van imágenes e ideas a la cabeza! Creo que va a ser complicada la reflexión de este domingo, pero voy a intentar expresar todo lo que me va diciendo.

El mar, la otra orilla, la meta, la vida, una vida difícil, dura, con enfermedad, frustraciones, pandemia, una vida que estamos llamados a atravesar. Contamos para atravesarla, cruzarla con la barca, la comunidad, la familia, el grupo, los amigos, los otros, como los discípulos, uno de los miembros de ese grupo, de esa familia, esté ahora o no presente puede ser Jesús. Con los otros, con su ayuda, apoyo, amor, cruzamos la vida, aunque sople el viento y haya tempestad, aunque llegue la noche…. Y cruzando nos damos cuenta que Jesús también cruza con nosotros el mar, pero lo hace andando.

Andar sobre las aguas. Recuerdo que de adolescente, en Jumilla, en las piscinas, me gustaba tirarme por donde cubría viendo a ver cuántos pasos podía dar en el agua antes de hundirme: no recuerdo llegar a más de tres. Pero lo que si me queda es la sensación de suavidad. Suavidad en la planta del pie, suavidad en el agua,…. Para andar sobre el agua no hay que pesar, ni se puede hacer desde la fuerza, la potencia,… Lo imagino como un extremo de suavidad, ternura, ligereza. Y, me viene el contraste: el mar, el agua, bruto, encrespado, como la vida cuando se vuelve dura, y por encima de la mar, Jesús, suave, tierno, el de las “Bienaventuranzas”, el que no quiebra la caña cascada ni apaga el pábilo vacilante,… Es como la brisa suave de la primera lectura: en el viento huracanad, el fuego, la destrucción no está Dios presente, pero llega una brisa suave y el profeta se cubre el rostro, ahí está Dios. Frente a la dureza y violencia de la vida, Jesús se nos acerca con ternura, delicadeza, amor, paz,….

No es fácil reconocerlo, no será fácil seguirlo, podemos considerarlo un fantasma, cosas de la mente, de la imaginación, no real, pero él está ahí, y si queremos, él nos invita, como a Pedro, probar a caminar sobre las aguas,… podemos hacerlo, ¿podemos hacerlo? Pedro lo hizo, lo intentó y parecía conseguirlo, pero vino el miedo, la falta de seguridad, la duda, y empezó a hundirse,… Pero Jesús estaba ahí, le tendió la mano, lo sacó, a pesar de su falta de fe, y sigue contando con él. Lo mismo me veo yo a lo largo de mi vida. Intentar andar sobre ella, cuanto más dura, con mayor ternura, y, sabiendo que ya, sobre ella, anda Jesús, cerca, por si me hundo, siempre tendré su mano para salir, salir y seguir,….

Andar sobre el agua es el desear lo mejor para los demás, como se nos pone de ejemplo en la segunda lectura. Pablo afirma estar dispuesto a vivir lejos de Cristo con tal que su pueblo, los suyos, conocieran a Cristo. Debo reconocer que no llego tan lejos, quizás porque mi conversión no ha sido tan radical ni fuerte como la de Pablo, pero sí que es un dolor interior ver a tanta gente que quieres andar perdida, desorientada, incluso equivocada,… Me duele, me duelen los comentarios, las falsas noticias compartidas por redes, las frases y excusas que tantos a los que puedo llamar “amigos” (los conozco, me conocen, hemos compartido mesa, buenos y malos ratos, nos queremos, les debo favores,…) hacen contra los inmigrantes, a quiénes no conocen, a los que temen  como si fueran un ejército invasor, o una plaga de langostas que nos traen un virus mortal, y, no los ven como seres humanos, que sangran, lloran, padecen, tienen una historia, muchas veces más trágica de lo que podemos imaginar y de lo que nos pueden contar,… ¡Cómo me gustaría que los reconocieran como hermanos!…, al menos, como humanos, como personas,….

¡Cómo me gustaría andar sobre las aguas! Una Iglesia andando sobre las aguas, atravesando las dificultades de la vida, con paso firme, pero suave, tierno, amoroso, delicado, sin romper nada, respetando la fragilidad del otro, sin salpicarle, tendiendo la mano como Jesús, para reflotar al que se hunde a causa del viento, el temor, el descuido, y avanzando todos, hacia la otra orilla, la orilla del Reino, la orilla donde el Maestro y los discípulos descansan juntos.