Domingo 26 de julio de 2020 (XVII Tiempo Ordinario) | 1º Reyes 3, 5-13; Salmo 118; Romanos 8, 28-30; Mateo 13, 44-52

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Por JOSÉ LUIS BLEDA FERNÁNDEZ | Este domingo cae en 26 de julio, día en que celebramos la memoria de san Joaquín y santa Ana, los abuelos de Jesús, así que quiero comenzar esta reflexión honrando la memoria de los abuelos, felicitando a los que todavía viven, y agradeciendo a Dios por todo lo que nos ha dado a través de los abuelos, de nuestros mayores, que precisamente ahora, con esto de la covid-19, viven en una situación de riesgo.

Si en estos momentos Dios me concediera un deseo, lo cierto es que no sé lo que pediría ¿poder regresar a España para ver a mis padres, la familia…? ¿Poder quedarme en Honduras, trabajando como a mí me gustaría? ¿Que se acabara la pandemia? ¿Salud, dinero, paz…? Siendo honesto conmigo mismo, dudo que en ese momento tuviese la reacción del rey Salomón en la primera lectura… Cierto que yo no soy rey, no gobierno un pueblo, pero no es menos cierto, que yo, que todos, deberíamos seguir los mismos criterios que Salomón a la hora de pensar qué le pediríamos a Dios. Salomón ya era rey, ya tenía un pueblo, no pide victorias, ni triunfos, ni éxitos, no pide nada para él, lo que pide para él es para ponerlo al servicio de su pueblo, de un pueblo que en la oración de petición reconoce que no es suyo. Salomón es el rey humilde ante Dios, reconoce que es rey no por sus méritos, sino por los de su padre, el rey David, se reconoce como un muchacho que no sabe cómo actuar, y, reconoce que el pueblo que le ha sido encomendado no es suyo, sino de Dios. Ponerme frente a Dios, como cuando me pongo en oración, reconociendo que ocupo un lugar que no merezco, que me ha sido dado: si estoy aquí, si puedo sentarme ante el Sagrario, es un don de Dios, Él me lo ha dado; y que aquellos sobre los que tengo alguna autoridad para enseñar, orientar, guiar, consolar, animar, no son míos, son también un don de Dios, y todos y cada uno de ellos son de Dios, es algo que debería tener siempre grabado en mi mente y en mi corazón, entonces mi oración, mi petición no podría ser otra que la de Salomón: discernimiento para saber hacer lo mejor para el bien de quiénes me han sido confiados.

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Esto es amar la voluntad de Dios, amar sus mandamientos, que no son otra cosa que lo que nos decía el profeta Miqueas en la primera lectura del pasado lunes: respetar el derecho (los derechos de los demás), amar la misericordia (lo que implica ser siempre misericordiosos con los demás) y andar humildes ante Dios (no tengo nada que Él no me haya dado). Y con esto, con esta sabiduría que procede de Dios, podríamos decir que se hace realidad lo que se afirma en la segunda lectura: para los que aman a Dios todo les sirve para bien. Incluso las circunstancias negativas a consecuencias del covid-19 y las crisis que ha ido creando en la sociedad, la sanidad, la economía, todo sirve para bien…. Veo con, cierta preocupación, como en Europa, hay quienes andan preocupados por si la gente no vuelve a las iglesias, a la práctica religiosa, e incluso hay quien ha escrito que el covid-19 ha puesto de manifiesto que la religión y la Iglesia no son necesarias… Nada más lejos de la realidad que estoy viviendo en La Lima: llamadas, mensajes, pararme por la calle, para pedirme que los tenga en cuenta cuando celebre, cada vez más, incluso mensajes de gente que no acudía a la iglesia, ahora vuelven a Dios… Ver jóvenes trabajando por hacer posible que los mayores asistan a las celebraciones con las medidas de bioseguridad, ver mayores, que venciendo miedos, acuden a colaborar para preparar lotes de ayuda a los más necesitados, ver a tantos necesitados, algunos con más de dos meses sin cobrar que dan su ofrenda para ayudar a quiénes andan más necesitados; reunirte con algunos miembros de una comunidad para ver que necesitan y escuchar de ellos lo que necesitan los vecinos de otras comunidades,… No sé, a lo mejor soy raro, seguro que soy afortunado, como siempre, pero veo tanto bien en medio de tanto mal, me siento tan útil como iglesia, en medio de estas circunstancias, que desde aquí no puedo compartir los temores que me llegan como eco desde Europa. Eso sí, veo que todo hay que hacerlo de nuevo, de otra manera, partir desde lo pequeño, lo poco, lo pobre,…, y empezar a recorrer un camino que para los guías también es una novedad, pero Dios está delante y detrás, es el primero y el último.

Desde estas experiencias, y desde la oración de Salomón, enfoco estas últimas parábolas del capítulo 13 del Evangelio de Mateo. Parábolas que nos hablan de encontrar algo de gran valor, un tesoro, algo por lo que merece la pena dejarlo todo por tenerlo… Con la edad me voy haciendo nostálgico, y la lectura del Evangelio, me ha llevado a la infancia, al momento del día de Reyes, cuando encontraba entre los regalos aquello que más quería o deseaba, y ya pasaba todo el día con esos, los otros regalos quedaban abandonados… También he recordado la vocación, que confieso nunca he vivido como una renuncia, sino como una opción: es decir, nunca he renunciado a nada, sino que he optado por aquello que me ha hecho y me hace más feliz…. Uno no es del Barça y del Madrid al mismo tiempo, pero el que es de uno de los dos no se centra en que ha renunciado a ser del otro, sino en que él es de su equipo; o, como cuando he elegido menú, si opto por la carne o por el pescado, me quedo con lo que elijo, porque me gusta o apetece más, lo considero mejor, no renuncio al otro, sino que elijo… Lo mismo en mi vida, ser sacerdote, estar en Honduras ahora, no lo vivo como una renuncia, sino como una opción, una opción de vida que me llena, me hace feliz, me da sentido… Como el tesoro del Evangelio,…. Opción que no se cierra, siempre se abren nuevas opciones, nuevos campos, nuevos tesoros, pero para gozarlos, disfrutarlos hemos de evitar estar atados a otras cosas que nos pueden impedir o limitar la libertad para optar, elegir.