Domingo 19 de julio 2020 (XVI Tiempo Ordinario) | Sabiduría 12, 13.16-19; Salmo 85; Romanos 8, 26-27; Mateo 13, 24-43
Por JOSÉ LUIS BLEDA FERNÁNDEZ | Tras la celebración de los aniversarios sacerdotales, la fiesta de la Virgen del Carmen, la marcha de Pablo a España, se acabaron las fiestas, las celebraciones, y vuelve la vida ordinaria, bueno, a la vida en la pandemia, el covid-19, a la fase 1 en un país donde sigue en aumento los contagios y los muertos…, algunos muy cercanos, como Mons. Eugenio, obispo de El Alto, que nos dejaba la mañana del miércoles, desde aquí un abrazo a los hermanos de la diócesis de El Alto.
Ahora, al volver la mirada al hacer cotidiano, junto a la labor de tantas personas que ayudan a otras, junto al trigo sembrado que está creciendo y va a dar buena cosecha, como nos contaba Jesús en la parábola del pasado domingo, veo la cizaña: el sufrimiento, el dolor de tantos,… Dolor a veces provocado por otras personas que buscan soluciones para ellas sin pensar en que todos necesitan comer, vestir, vivir,… No es fácil ver la cizaña entre el trigo; no es fácil verla y no querer arrancarla como los trabajadores de la parábola de este domingo; no es fácil vivir haciendo el bien y sin juzgar ni condenar a quiénes crees que hacen el mal.
Jesús sigue enseñándonos con sus parábolas, sigue con el símil de la siembra y la cosecha, y nos invita, no sólo a crecer para dar fruto, sino a ser conscientes de que tenemos que crecer junto a la cizaña. Sin duda que a todos nos gustaría crecer sin mal, pero no es menos cierto que el mal está siempre ahí, alrededor, a veces no sabemos por qué ni como ha surgido: como la pandemia, el covid-19, una enfermedad, un terremoto, un accidente; otras veces es el ser humano quién lo provoca a causa de su egoísmo y ambición, usando la violencia, humillando y machacando al pobre y al necesitado. Ante el mal nos surge la pregunta: ¿Cómo Dios lo permite? ¿Hay una fuerza divina que protege el mal? Las respuestas no son fáciles, hoy la primera lectura nos invita a considerar que Dios es solamente uno; el mal, que no procede de él, no procede de una fuerza similar a la suya, y que frente al mal y la miseria que el mal produce, está el corazón, la misericordia, por eso, de esta confrontación lo que podemos afirmar es que el justo debe ser humano, y que por ello, siempre tiene que quedarnos la esperanza de que el mal puede ser vencido.
Desde esta convicción se puede orar con las palabras del salmo 85, que es más antiguo que la primera lectura: es precisamente de la experiencia de convivir junto al mal y de tener la esperanza de poder superarlo, de donde nace el calificativo de Dios como bueno y compasivo, como el entrañablemente compasivo, todo amor y lealtad. Aquél que puede castigarme para corregirme nunca para hacerme daño o por placer; pero que por encima del castigo, Aquél que está dispuesto a perdonarme y que no deja de amarme.
Esto es algo que como expresa la segunda lectura conocemos gracias al Espíritu y al corazón, es algo que corresponde a los sentimientos, a lo que sentimos ante el mal, ante el mal que sufren otros, ante el mal que causo yo mismo, ante el mal que me aflige, el Espíritu gime conmigo, me ayuda a convertir esa experiencia en oración, y esa oración, ese gemido, se convierte en fuente de esperanza.
Entonces, ante el mal, ¿sólo cabe rezar y esperar? ¿No podemos actuar, eliminarlo? No. Esta parábola la vivo especialmente desde dos perspectivas: una como trabajador a las órdenes del Sembrador; y, la otra como semilla sembrada por él y llamada a dar fruto. No entro aquí por tanto al tema del mal que yo mismo pueda causar, y, contra el que siempre debo luchar sin tregua. Desde la primera perspectiva el texto me da unas orientaciones sobre el mal que veo que surge a mi alrededor, que daña a los demás, que se mezcla en muchas ocasiones e incluso se disfraza de bien (los inquisidores creían que obraban bien y que salvaban almas); un mal que no sé de donde surge, sé que no es lo que ha sembrado el Señor, pero está ahí,… entonces ¿qué debo hacer? Arrancarlo, usar la violencia, quemarlo,…. La respuesta del Señor es dejar crecer, no responder con violencia, sobretodo mirar el bien que hay entre el mal, y procurar no dañar ese bien,… No ocupar el lugar de Dios, no soy yo quién debe juzgar, es el Señor quién juzgará al otro y también a mí, yo, solamente con mis criterios limitados, no alcanzo a tener la visión universal de Dios ni de Cristo, no soy quién para juzgar, para condenar, para arrancar,… lo que sí puedo hacer es velar por el bien, por lo bueno, cuidarlo, ayudarle a crecer, aunque crezca en medio del mal,…. Hay una colonia en la que especialmente los niños acuden asilvestrados (descalzos, sucios,…), pero más alegres y con más desparpajo que en las otras, es donde el nivel educativo está por los suelos, no entremos ya en la situación y la moral familiar,…, ¿esos niños son peores a los que tienen una mejor educación, visten de manera formal, acuden al colegio, saben leer y escribir? ¿No habrá que ayudarles más, empezando por la alimentación y salud y siguiendo por la cultura? ¿Quién sabe lo que serán el día de mañana unos u otros? ¿Yo, que nunca he carecido del calor de una familia, de alimentación, cultura, sanidad, teniendo siempre más de lo que necesitaba, quién soy para juzgar a quién ha tenido que luchar desde la infancia para conseguir comer cada día? Lo he visto en el contacto en España con los inmigrantes, su mirada limpia, sus ganas de trabajar, su solidaridad entre ellos y para con sus familiares que han quedado en África, sus lágrimas al no poder mandarles más ayudas,…, y el miedo (en el mejor de los casos) y egoísmo de quiénes teniéndolo todo porque han nacido en el norte, y viven en una sociedad con recursos, acuden a misa, se dan golpes de pecho, y les molesta ver al inmigrante paseando por sus calles, tomando un té en una cafetería o temen que sean parte de un ejército invasor…. Mi labor, al servicio del Reino, es ayudar, dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, acoger a quién lo necesita, si ese en vez de trigo es cizaña, ya dará cuentas a quién nos las pedirá, pero mi labor no es rechazar, temer, difamar, a quién puede ser trigo….
Como trigo sembrado por el Señor, mi labor es crecer, si, crecer, incluso entre la cizaña, y dar fruto, como se nos pedía el pasado domingo, sabiendo que la cizaña crece a mi lado, conmigo, pero eso no debe volverme en cizaña, sino animarme a ser fiel a lo que soy, sin ocupar el puesto del Señor. El que pasa a juzgar, a distinguir entre trigo y cizaña, a condenar, al final, le pasa como al Sanedrín de tiempos de Jesús, que en vez de llevar a su pueblo al encuentro con Dios, condena a muerte y rechaza al Dios que viene al encuentro de su pueblo. No juzguemos, no condenemos, vivamos y dejemos vivir, ayudemos a vivir, dejando a Dios su papel y siendo nosotros los justos que para serlo, en primer lugar, nos esforzamos en ser humanos.