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Por JUAN GARCÍA CASELLES | Anda medio mundo preguntando y preguntándose como será el mundo tras la Covid esta. Mirar la bola de cristal es tan inútil como escuchar a tanto opinador que anda por los medios esparciendo ciencia tal que, después de escucharle con atención, termina uno preguntándose qué habrá querido decir este señor, o señora, según los casos.

Así que parece necesario volver a las viejas tácticas. Primero, saber dónde estamos. Segundo, ver que se está moviendo y hacia donde tira y, tercero, como este nuestro mundo es tan complejo, que ya sabéis aquello de la mariposa, y que, cuando alguien se mueve, los demás toman posiciones y viene aquello de las estrategias y las tácticas, termina formándose tal lío que no hay quien se aclare. Así que me guardaré muy mucho de afirmar cual va a ser el futuro, pero hay algunas cosas en movimiento que conviene resaltar.

Lo primero es constatar que ya antes del covid el mundo seguía funcionando según el modelo capitalista, si bien en estado preagónico. No solo por las amenazas de descomposición interna (ecología, digitalización y automatización, fracaso en todos los niveles de la economía, la política y la ideología, feminismo, emigración, envejecimiento en los países ricos), sino especialmente por la incapacidad radical de seguir funcionando sin el auxilio de los poderes públicos porque la financiación era y es gratuita (interés cero o negativo) y son los organismos del estado o de las organizaciones políticas superestatales los que les suministraban los créditos. En contra de su ADN el estado ha sustituido al mercado. Y para asombro de propios y extraños, el capitalismo crecía como una rosa en China o en Vietnam, bajo la férrea dictadura de partidos comunistas. Y entonces vino el coronavirus.

Ya se sabe lo que pasa con el barco que se hunde. Las ratas son las primeras en buscar la salvación. En todo el occidente capitalista, cristiano y liberal, la gente buscó salidas varias con ejemplos tan estrambóticos como Trump o Bolsonaro Y en España, Abascal o los fieles seguidores del superhéroe Aznar.

No es que sean los políticos los que se han dividido, es que lo que se ha dividido es la patronal, de modo que la función hegemónica se ha ido al traste. Las grandes empresas, las multinacionales, tienen claro como el agua que sus posibilidades de supervivencia se encuentran en un estado (o en cualquier otra organización del poder político) fuerte y sin complejos, democrático o no. Por eso, al llegar el virus, se ponen a las órdenes del estado colaborando en todo lo posible, sabiendo que su supervivencia depende de él (véase Alemania y la Lufthansa) y esperando ser recompensadas y tenidas en cuenta. Los demás que se apañen. La pequeña burguesía vuelve a apostar por el fascismo, convenientemente puesto al día. Y la burguesía media, haciendo discursos nacionalistas y sin saber para donde tirar.

Y para colmo, los trabajadores desnortados y desorganizados.

Guerras como la de Siria, o Libia, o Afganistán, ya no pueden resolver los problemas del capital. Del bajón de la demanda no hay quien sepa cómo se puede salir. Así que pensar que puede volver la vieja normalidad del capitalismo es un sueño roto. Los remedios conocidos son tan inútiles para la economía como lo son contra la pandemia.

No hay que darle muchas vueltas. Cada uno que rece lo que sepa. Si la cura del covid es cosa lejana, lo de reactivar la economía está aún peor. Y si los que han de pilotar el cambio andan a la greña, pies ya veréis.

¿Hay alguien que me venda una utopía, aunque sea barata? Creo que me voy a comprar una bola de cristal.