Domingo 17 de mayo 2020 (VI de Pascua) | Hechos 8, 5-8.14-17; Salmo 65; 1ª Pedro 3, 15-18; Juan 14, 15-21

Un momento de la celebración del Envío.

Por JOSÉ LUIS BLEDA | El tiempo pasa, aunque no lo parezca, el fin de la Pascua ya se vislumbra en el horizonte: el domingo 31 celebraremos Pentecostés. Y, ya las lecturas de este domingo miran hacia Pentecostés, hacia el Espíritu Santo y la obra de ese Espíritu en el hoy, en nosotros, en la Iglesia de ahora, que como la de los tiempos de los apóstoles es la que continua haciendo presentes las obras o maravillas de Dios en el mundo, como las que hizo Jesús, las que hizo Felipe, las que se han seguido haciendo hasta hoy, y, al mismo tiempo, dando razón de nuestra esperanza, de nuestra fe. Tres palabras han quedado en mi mente tras la lectura detenida y orante de la Palabra de este domingo: Espíritu, Oración, Amor.

La primera lectura nos narra lo que podrían ser las primeras confirmaciones: tras evangelizar Felipe Samaría y bautizar a muchos, van allí, enviados por la Iglesia de Jerusalén Pedro y Juan y al ver que no habían recibido todavía el Espíritu, oraron sobre ellos y les impusieron las manos…. Hay muchos detalles de esta lectura para tener en cuenta: una es la alegría que predomina en aquellos que reciben el Evangelio,…, una alegría que a pesar de las dificultades y momentos por los que estamos pasando también percibo entre las gentes con las que comparto vida y fe; otra el detalle de que también Pedro es enviado, él es el jefe, la piedra elegida por Jesús para ser el primero entre los apóstoles, pero él no decide ir, es la Iglesia quién le envía y lo envía con un compañero, se convierte no sólo en testigo sino también en ejemplo a imitar… salvando distancias, no hay comparación, hoy también doy gracias por haber sido enviado, yo  he sido enviado, y lo fui con un compañero: Pablo. Y, al ver las maravillas de Dios, lo que Dios hace por su Espíritu, oran e imponen las manos. Es también lo que, gracias al Espíritu puedo ver y ser testigo: las maravillas que Dios por su Espíritu ha ido haciendo en La Lima, en esta parroquia, que se ve en sus gentes, en el compromiso de tantos agentes pastorales que forman parte de esta parroquia, en su solidaridad, su preocupación los unos por los otros, en no quedarse parados ni cruzados de brazos, cada uno hace lo que puede: las religiosas, los delegados, catequistas, ministros,… Podría poner nombres: Mercedes, Eda, Lina, Oni, Claudia, Orlando, Pepe, Miguel, Josué, Amanda,… Perdonar si dejo a alguna sin nombrar,… Todo ello es motivo de alegría, de oración, de acción de gracias, es manifestación del Espíritu que sigue actuando en su Iglesia, hoy, aquí, como lo hizo en Samaría.

José Luis Bleda, junto a un grupo de feligreses de El Paraíso.

En esta escena podemos ver como la Iglesia, la comunidad de discípulos que sigue a Jesús hace vida concreta las palabras que Jesús dijo en la última cena, tal como nos las ha hecho llegar el evangelista Juan, hoy escuchamos la promesa de enviarnos el Espíritu Santo, una promesa vinculada al amor, al amor que Él nos tiene, por eso él le pedirá al Padre que nos envíe al Consolador, y al amor que nosotros le tenemos, por eso cumplimos los mandamientos que Él nos ha dejado: cumplir los mandamientos no es algo de lo que dependa nuestra salvación, ya estamos salvados por Él, por su amor, es lo que muestra que nosotros le amamos a Él. Un amor que debería ser el motor, la razón de nuestra vida, de nuestro ser, un amor que nos hace a todos hermanos entre nosotros y amigos de Jesús, ya no somos siervos… Un amor que sin el Espíritu no podemos vivir ni entender y mucho menos explicar, aunque, como Pedro nos indica en la segunda lectura, estamos obligados (si somos discípulos y testigos de Jesús) a dar razón de nuestra esperanza, en otras traducciones de nuestra fe, o, también podríamos decir de nuestro amor. ¿Se puede explicar el amor? ¿Es posible dar razones de por qué uno se enamora de una y no de otra? Quizá sea difícil, a lo mejor no nos parezca razonable, pero en eso consiste el seguimiento de Jesús, en dar razones de nuestro amor, de nuestra fe, de nuestra esperanza, en tratar de explicar por qué amamos, por qué creemos, por qué esperamos, y eso, si estamos enamorados sabemos hacerlo, a no ser que nos avergoncemos de nuestro amor, o que realmente no estemos enamorados…

Esperar la llegada del Espíritu, prepararnos para revivir nuestra Confirmación, para reavivar el Espíritu que un día recibimos, y hacerlo en oración, y enamorados, sabiendo que el Espíritu es signo de su Amor  y nos llevará a vivirlo más plenamente, es a lo que se nos invita ir haciendo poco a poco estos días…