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Por JUAN GARCÍA CASELLES | El personal, por lo común, se hace cruces con lo de la pandemia del virus este que nos ha tocado vivir y tiene tendencia a echarle las culpas a Dios o a su mala suerte, según sus convicciones. Eso pasa porque la cultura, presionada por la eficacia y la productividad y la necesidad de sobrevivir en el capitalismo, es muy baja y la gente tiene escasos conocimientos sobre su propia existencia y su origen. Como saber de estas cosas no da dinero ni le interesa a los empresarios, hoy conocidos como emprendedores (para que no caiga la gente en lo de la presa, pero conocidos por la gente rojilla como burgueses), el público en general no se mete en estos vericuetos de saber de dónde venimos, y menos a dónde vamos.

Bueno, pues según dicen muchos de los que saben de la cosa, hace más de tres millones de años (el capitalismo lleva doscientos mal contados) se produjo una tremenda sequía en el África que hoy llamamos subsahariana que terminó haciendo desaparecer la selva, en la que vivían unos monillos que, como los geladas o los babuinos, tuvieron que bajarse de los árboles en los que siempre habían vivido para comer en el suelo, lo que les obligó, a algunos de ellos, a aprender a andar solo con las patas traseras, bien porque tenían que mirar por encima de la maleza para prever el ataque de los depredadores, bien porque las patas largas eran más útiles para trepar por los riscos, bien porque en materia de resistencia era más útil correr sobre dos patas, bien por todas estas cosas y quizá algunas más.. Estos fueron nuestros antepasados y lo somos exactamente por la catástrofe.

Cuando, pasado el pandemónium de la pandemia, nos adaptemos al nuevo reto, habremos avanzado otra vez como humanos en vez de languidecer en una vida de trabajar para consumir cada uno en su guarida a la que parecíamos destinados.  Claro que los cambios adaptativos no serán fáciles, profetizo.

Hay vida después del capitalismo. No sabemos cómo será y costará lo suyo adaptarse a lo nuevo. Pero así es nuestra historia.