Domingo 22 marzo 2020 (IV Cuaresma) | 1Samuel 16, 1.6-7.10-13; Salmo 22; Efesios 5, 8-14; Juan 9, 1-41.
Por JOSÉ LUIS BLEDA | Este será mi primer domingo sin celebración pública de la Eucaristía, ya que el pasado, aún con restricciones, sí pude celebrarla y, aunque es una circunstancia para la que llevo toda la semana preparándome, reconozco que me cuesta hacerme a la idea.
Son muchas cosas nuevas: mi primera Cuaresma en Honduras, mi primera cuarentena o Estado de Alerta, saber que se vive en España, y, vivirlo también aquí, en compañía de Pablo, y de Claudia que no nos abandona, pero lejos de papá y de mamá, de mis hermanos, sobrinos… A veces parece que tengo la cabeza en otro sitio. Pero vivirla aquí, por otro lado, me parece una Gracia de Dios, rodeado de una naturaleza en explosión. Ya estamos en primavera, el calor se va notando, aunque, como dicen por acá, no es el de otros años, despertar con el sonido de los pájaros… aunque las noticias hablen de virus, muerte, miedo, contagio, peligro, quedarse en casa, toque de queda… lo que veo al abrir la puerta de casa y salir al patio de la casa y templo parroquial es vida, belleza, sol, esperanza, luz.
Y de esto nos habla precisamente la Liturgia de la Palabra de este IV Domingo de Cuaresma: de la Luz, de Cristo como quien da la luz al ciego de nacimiento.
Precisamente el Evangelio que se proclama se inicia con la respuesta a la creencia de que los males de la persona y del mundo son castigo divino: “… ¿Quién pecó para que este naciera ciego, él o sus padres?”. Igual que pasó con el SIDA, el Ébola, etc…, no faltan creyentes que ven en el virus este un castigo divino ante el pecado del mundo, consecuencia de intentar aprobar la ley de la Eutanasia, de la falta de respeto hacia la Creación, o incluso, en plan chiste, por haber desenterrado a Franco… Pero lo que estamos viviendo, al menos los creyentes, los discípulos que acompañamos hoy a Jesús, somos invitados a vivirlo y verlo como una oportunidad para ver la obra de Dios, que Él sigue a nuestro lado y lo que Él sigue haciendo, con el fin de aumentar nuestra fe y dar testimonio suyo.
De hecho, el evangelista Juan, a la hora de describir con detalle como Jesús cura al ciego, lo hace con la misma imagen que nuestra mente tiene de cómo Dios modelo a Adán, con arcilla, con barro, Jesús “escupió en el suelo, hizo lodo con la saliva, se lo puso en los ojos al ciego…” Jesús es el Padre terminando la obra creadora, ese hombre era ciego porque no había terminado de ser creado, y Jesús termina su obra, y, la termina contando con la participación del hombre, el ciego tiene que ir a lavarse (una clara referencia al Bautismo) para recuperar la vista. Así, Dios viene a nuestro encuentro por la Vida, la Creación, mientras que el ser humano inicia su camino hacia el encuentro con Dios por el Bautismo, lavándose en la piscina de Siloé.
Estas circunstancias en las que vivimos son una oportunidad para encontrarnos con Jesús, para dejar que Él termine en nosotros la obra que el Padre comenzó, para recordar y renovar nuestro Bautismo, lavarnos y volver con vista…. Ojalá salgamos de todo con una mirada nueva hacia la Creación, el Mundo, la vida, y no sea un terminar la cuarentena para volver a lo de antes, nuestras comodidades, costumbres sin caer en la cuenta de lo que se contamina, destruye o perjudica a otras personas o a la misma Creación.
Una vez con vista, el ciego se convierte en testigo de Jesús, y no sólo porque él quiera dar testimonio, sino porque la gente que lo conocía le empuja a ello con sus preguntas, y, para afirmar que él es el mismo que había nacido ciego, dando así testimonio del milagro de Jesús, de que el Reino había llegado y la obra de Dios se había completado dice: “Yo soy”, la misma expresión que usará Jesús cuando fueron a prenderle en el huerto de los olivos según el Evangelio de Juan (Jn. 18, 5) y que el evangelista nos explica que al decir “Yo soy” los que fueron a prenderle cayeron a tierra, pues habían oído el nombre de Dios (Yo soy el que soy (Ex. 3, 14) le dijo Dios a Moisés cuando le preguntó su nombre). Es decir, el hombre una vez terminado por Dios es igual a Dios mismo, recupera su imagen y semejanza con Dios. De hecho, en este pasaje el protagonista será el ciego de nacimiento, siendo él quién se enfrenta a los fariseos y sumos sacerdotes como si fuera el propio Jesús, cuestionando su falta de fe y la incredulidad en lo que Jesús había hecho con y por él. Es una bonita manera de decirnos que Cristo está en nosotros cuando somos capaces de dar testimonio de la Verdad y de mantenernos firmes en ella, aunque las autoridades traten de hacernos creer lo contrario o nos amenacen con expulsarnos.
Con esto me quedo: Dios está con nosotros, en nosotros está Jesús, ese Dios que elige siempre a lo más pequeño, a lo más débil, como cuando por medio del profeta Samuel ungió como rey a David, tal y como se nos cuenta en la primera lectura. Hoy, el ser humano se muestra en su pequeñez y debilidad, no somos nada frente a un virus, sin embargo, podremos derrotarlo, como David a Goliat.
Dios no nos deja de la mano, como se canta en el salmo 22 al decir que “El Señor es mi pastor, nada me falta”. No nos hace falta nada, no le hizo falta nada al ciego de nacimiento para dar testimonio de Jesús, ni siquiera el apoyo de sus padres. Ojalá que estos días confinados nos ayuden a ver todo lo que tenemos; yo empecé añorando a mi familia, pero al lado, puse a quiénes me acompañan, aguantan, y hacen llevadero mi confinamiento: Pablo y Claudia. Pues, como decía san Francisco: “El Señor me dio hermanos”. Y, es cierto, el encuentro con Jesús es en principio una experiencia personal, una experiencia que nos puede llevar a ser expulsados de la sociedad a la que pertenecíamos (como el ciego lo es de la sinagoga) pero que nos injerta en la comunidad de discípulos, de los seguidores de Jesús. Seguidores, que como afirma la segunda lectura, al igual que Jesús lo hizo, estamos llamados a ser luz, a dar luz, a iluminar, saliendo de las tinieblas, como he podido comprobar estos días en las redes: sacerdotes, laicos, cristianos comprometidos con el mundo, dando de diversos modos mensajes de esperanza, de ilusión, de victoria, animando a todos en esta situación, en esta oportunidad para encontrarnos con Dios, para completar nuestro ser.