Domingo 15 de marzo 2020 (III Cuaresma) | Éxodo 17, 3-7; Salmo 94; Romanos 5, 1-2.5-8; Mateo 17, 1-9.
Por JOSÉ LUIS BLEDA | Ya entramos en el centro o corazón de la Cuaresma y se nos invita a hacerlo de corazón. Así, el salmo 94 nos invita a no endurecer el corazón, y la Carta a los Romanos afirma que Dios ha infundido su amor en nuestros corazones por el Espíritu Santo. Descubrir que la religión, la relación con Dios, es cosa del corazón, fue lo que me permitió pasar de la duda, de la crisis de fe, al ir recuperando poco a poco mi pertenencia a la Iglesia, mi relación con un Dios que se me iba presentado como nuevo, pues ya no era el Dios del castigo, la ira y la justicia, sino el del amor, el perdón y la Misericordia. Y, de esto se nos habla en la Liturgia de la Palabra de este domingo.
Sin amor, sin historia de amor, la relación con Dios es una relación de dar y recibir, una relación que siempre entrará en crisis, especialmente cuando las cosas van mal ¿Por qué permite Dios el Mal? ¿Por qué hay guerras? ¿Por qué hay hambre? ¿Por qué un simple virus, el covid-19, tiene arrodillados a tantos poderosos y a tantas naciones? ¿Dónde está Dios? En la época de Moisés, el pueblo de esclavos liberados, que habían visto las plagas de Egipto, que habían sido testigos del paso por el Mar Rojo y la derrota del Faraón, pronto se olvida de todo lo recibido y se ve angustiado y agobiado por la sed, la falta de agua, se queja, piensa que Dios les ha abandonado, que no importan a Dios, que el Dios que les ha liberado es indiferente ante sus necesidades y sufrimientos. Lo mismo pueden pensar miles de refugiados sirios, que huyen de la guerra, que sufren entre Turquía y Grecia, que ven que nadie les quiere y nadie hace nada por ellos,… Pero, muchos no reniegan de Dios, de Alá, se mantienen firmes en su fe, una fe que les da esperanza en medio de tanta dificultad, de tanto rechazo, de la muerte. Tampoco, están solos, hay, con ellos, nuevos Moisés y nuevos Aarón, que incluso sin fe, no dudan en mojarse por ellos, complicarse la vida por ellos, acompañarlos, aunque les peguen, les insulten, y, ofrecerles una vez más el agua de la esperanza.
Sin amor, no se ve a Dios, sólo la necesidad y el problema, y sólo se tiene el impulso de buscar la solución individual, saciar mi necesidad, ir al súper y llenar mi cesta, aunque con eso lo único que haga sea motivar una subida de precios y dejar a muchos que necesitan lo mismo que yo sin lo que necesitan,…, y cuando enferme, me contagie el virus, muera, tendré mi armario lleno de mascarillas, geles, toallitas… que no me servirán y que no servirán a nadie.
Por esto: ante el drama, la necesidad, la pandemia, la violencia, la voz de Dios nos susurra en el corazón: “No endurezcan su corazón”… no cierres el corazón, abre los ojos del corazón, vuelve a mirar la realidad, mira a tantos que sufren a causa de ellas, no les niegues tu mirada, tu amor, tu abrazo, tu compromiso. Ellos son la oportunidad que Dios nos da para hacer brotar lo mejor de nosotros mismos, lo que Dios, por su Espíritu encerró en su corazón.
Hoy, al cerrar los ojos y querer reproducir en la mente la escena de la samaritana, a Jesús lo veo como uno de esos refugiados sirios a los que le han despojado de la ropa, lo veo como a un joven hondureño, sin recursos, sin poder ir al colegio, sin poder ir al comedor popular, porque todo ha sido cerrado, sin poder lavarse, pues en su colonia no hay agua, sin…, sentado al lado del pozo, esperando que alguien llegue, le mire, le escuche, le pueda dar de beber…
Hoy Jesús se identifica con todo necesitado, con todo sediento, con todo aquél que nos pide. La mujer samaritana bien puedo ser yo; también necesita agua, pero tiene recursos para obtener la que cree que necesita, tiene para vivir en este mundo, según los criterios de este mundo, aunque no sea feliz, aunque haya fracasado varias veces en su vida en la búsqueda de la felicidad: autosuficiencia y fracaso que le pueden llevar a despreciar a quién le pide algo, especialmente si es extranjero. Y, aquí vuelve mi imaginación, la mirada de amor, el tono de voz, la petición: “Dame de beber”…, la invitación: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber…”. No hace falta mucho para que la mujer samaritana se desarme, ya no ve a un extranjero, sino a un Señor, ya puede hablar con él, sincerarse, reconocer sus carencias, su falta de amor, de amor verdadero, que se une a sus dudas de fe… Todo le queda resuelto en el encuentro con Jesús, y le queda tan resuelto que busca a los suyos, a los de su pueblo para que también se encuentren con Jesús, ya que la salvación, el agua, el amor que Jesús hace brotar en nuestros corazones, no es algo individual, para mí solo, sino que es algo que necesito comunicar, compartir, con todos, que me lanza al otro, al hermano, que me lleva a abrirme…
La Cuaresma es un tiempo oportuno para encontrarnos con Jesús, nuestra época, nuestra situación de pandemia, que nos invita a encerrarnos, a que no nos toquen, es un buen momento, para mirar al otro, al que queda aislado, excluido, en la calle, en la cuneta, mirarlo con amor, dejándonos también interpelar y mirar por él… ¿Quién sabe? ¿Puede ser el momento de cambiar de vida, de manera de vivir? ¿De pasar de sediento a ser fuente capaz de saciar la sed de otros? Pero para ello, debemos vivir desde el corazón, sin cerrarlo, sin endurecerlo….