Por JUAN GARCÍA CASELLES | Es necesario relatar aquí, para memoria de desmemoriados y para constancia eterna, los gloriosos hechos que acaecieron ante el intento cruel de invasión del suelo patrio de aquella fementida y astuta Delcy que, so pretexto de la escala de un viaje a lejanas tierras, osadamente pretendió hollar suelo europeo a pesar de haberlo prohibido expresamente el emperador transoceánico y sus nobles vasallos de acá los mares.
Intervino, apoyando el intento, el caballero Ávalos, descendiente espiritual directo de Vellido Dolfos, hijo de Dolfos Vellido, que si traidor fuera el padre, más traidor lo fuera el hijo, quien (el Ávalos) aparentando ir a ver a un conocido, facilitó a la invasora el horrendo delito de tomar tierra hispana y pasearse lindamente de acá para allá, como Pedro por su casa, sin que nunca llegara a saberse qué demonios estaban tramando, que nada bueno sería, como podría esperarse de semejante pareja.
Pero cuando en la hispana tierra pasos extraños se oyeron, hasta las tumbas se abrieron gritando “venganza y guerra” A partir de tamaña felonía se precipitaron los hechos. Advertido que fue por sus vigías, el caballero castellano Pablo Casado, el de los rabiosos decires, lanzó al combate sus leales, apoyados por el vascón Santiago Abascal, Conde, que abandonando a los de su tribu empeñados en inútiles batallas por salirse de la monarquía borbónica, se había unido a las huestes hispanas para defender, no solo a España, sino también (y esto debe ser resaltado) la integridad del Sacro Imperio de la UE agredido sin causa ni fundamento por los bolivarianos de ultramar, rojos radicales comunistoides como eran.
Cayeron en tromba los leales a la patria en el parlamento contra el fementido Ávalos, que hubo de retroceder y negar los evidentes hechos de traición, pero que se negaba una y otra vez a dimitir, seguramente porque, a las órdenes del usurpador Sánchez, se preparaba para la nueva y más odiosa traición, cual fue el intento de vender la Marca Hispánica (o sea, Cataluña) a los odiosos independentistas, tal y como quedaba probado por los síntomas que los más agoreros sabios advertían en sus bolas de cristal.
Y aquí se acaba la historia de los discursos vacíos, ellos siguen engordando, yo me quedé haciendo pío, pio, pio, papío…