Domingo 9 de febrero 2020 (V Tiempo Ordinario) | Isaías 58, 7-10; Salmo 111; 1ª Corintios 2, 1-5; Mateo 5, 13-16

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Por JOSÉ LUIS BLEDA | Si al celebrar el pasado domingo la Candelaria se nos presentaba a Jesús como Luz de las naciones, en este domingo, se nos hace una llamada a ser luz, a ser sal, o, dicho de otra manera, a vivir de tal forma que con nuestras vidas iluminemos las vidas de los otros y les demos sabor. Del mismo modo que no tiene sentido una luz que no ilumina ni una sal que no sala, no tiene sentido seguir a Cristo y no ser capaces de iluminar, brillar, y de dar sentido y sabor a la vida. Pero ¿cómo podemos hacerlo?

Pablo en la segunda lectura nos da una pista: No hace falta ser un buen orador o predicador, ni saber mucho, sino simplemente, tener en el centro de nuestra vida a Jesucristo y manifestarlo a los demás. No importa el como, ni los métodos, sino el vivirlo, predicar lo que se vive, eso convence, aunque no se tengan estudios ni se haya recibido formación universitaria. ¿Cuántas personas de nuestro alrededor, sin títulos ni carreras, nos dan lecciones de humanidad, bondad, entrega…?

El profeta Isaías, de modo poético nos lo dice con otras palabras, para él brillar consiste en partir el pan, tu pan, con el hambriento, vestir al que va desnudo, acoger al sin techo… es lo que hay que hacer para brillar, para ser luz, para cumplir la voluntad de Dios. Cosas sencillas y que todos podemos hacer, también los pobres, no hace falta tener mucho pan, sino ser capaces de compartir el que tenemos, de no comer solos, de no quedarnos solo en satisfacer nuestras o mis necesidades, sino tener siempre presente las necesidades de los demás.

Este ser Luz, y, en el Evangelio, ser sal, es lo que en la Biblia se conoce por ser justo, por ello en el salmo 111 se afirma que el justo brillará como una luz, al tiempo que se nos recuerda en que consiste esa justicia, una justicia que aparece siempre unida a la clemencia y a la compasión, nunca a la venganza. El justo es el que vive según la voluntad de Dios, y, ¿cómo quiere Dios que vivamos? Practicando la compasión, la clemencia, compartiendo lo nuestro con los necesitados, tendiendo siempre la mano y construyendo puentes….

Claro que este modo de brillar, de iluminar es difícil, es mejor estar una hora de rodillas, rezar cadenas de rosarios, reducir la espiritualidad al ámbito de lo personal e individual (se elimina el pueblo, la comunidad y la iglesia), y nos quedamos en mi misa, mis oraciones, mis devociones, mi, mi…, y somos incapaces de dar sabor a las cosas, de iluminar, ni siquiera de iluminar nuestras vidas. Ojalá que tengamos la valentía de hacer caso al Evangelio.