26 de enero 2020 (III Tiempo Ordinario) | Isaías 8,23 – 9,3; Salmo 26; 1ªCorintios 1,10-13.17; Mateo 4, 12-23
Por JOSÉ LUIS BLEDA | Por primera vez celebramos en este tercer domingo del Tiempo Ordinario el domingo de la Palabra de Dios, expreso deseo del Papa Francisco para que en toda la Iglesia Católica vayamos tomando conciencia de la importancia de la Palabra de Dios, de la Sagrada Escritura, que es como diremos con el salmo 26: Luz y Salvación. La Sagrada Escritura, es Luz para guiar y orientar nuestra vidas, de manera que vayamos hacia la salvación.
Coincide este fin de semana con muchas otras celebraciones: en muchas iglesias el sábado 25, festividad de la Conversión del apóstol san Pablo, concluye la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, y en España se celebra también la Jornada de la Infancia Misionera.
Precisamente celebramos este domingo por vez primera en este año en que vamos leyendo domingo a domingo el evangelio de Mateo. Mateo escribe su evangelio principalmente para una comunidad de cristianos procedentes del judaísmo, una comunidad que conocía las Sagradas Escrituras (Antiguo Testamento), por ello, como se puede ver en la primera lectura (profecía de Isaías) y el Evangelio, va insistiendo en muchos momentos que lo que sucede y vive Jesús, no es otra cosa que el cumplimiento de las Escrituras, Jesús es el cumplimiento de las Promesas de Dios a su Pueblo. Por ello, el inicio de la predicación de Jesús a las orillas del lago de Galilea es presentado como el cumplimiento de la profecía de Isaías. Jesús, que según el Evangelio de Juan es el Verbo (Logos, Palabra), empieza a manifestarse en el país de Zabulón y Neftalí, en la Galilea de los gentiles, y así, llega la luz y la salvación a todos los pueblos. Dos conclusiones podemos aplicarnos en base a estos textos: que Jesús, que la Palabra de Dios, son quiénes deberían iluminarnos, guiarnos, orientar nuestras vidas, nuestro quehacer cotidiano, y todo ello para nuestra salvación. Y, que esa luz no es exclusiva para un solo pueblo, para una sola nación, para un pueblo escogido, eso era la predicación de Juan el Bautista, que se hacía más al sur, en el Jordán antes de llegar al Mar Muerto o Mar de la Sal, y que predicaba la conversión para los judíos que esperaban al Mesías. Jesús predica en la Galilea de los gentiles, para iluminar a todos, independientemente de su nación, cultura, religión, y es a todos a los que invita a la conversión y al seguimiento, un seguimiento que nos lleva a pescar a todos, a abrirnos al otro, a entrar mar adentro,…, por ello sus cuatro primeros seguidores son dos parejas de hermanos y todos pescadores.
Pablo cuya conversión acabamos de celebrar, fue también iluminado por Jesús, por su Palabra, y se sumo a los “pescadores de hombres”, pasó a ser apóstol, y él, precisamente en lo que leemos este domingo como segunda lectura, nos insiste en lo que nos une: Cristo y su Palabra. Con pequeñas diferencias, muchas de ellas provenientes de diferentes traductores de la Biblia, a todos los cristianos nos une la Palabra de Dios, la misma Escritura. Celebrar este domingo de la Palabra es también una invitación a mirar, sin recelos ni resentimientos, a quiénes también leen, creen y predican esa misma Palabra, aunque con versiones distintas. Tomarnos en serio lo que la Palabra dice, por encima de como la interpreta D. Fulano o D. Mengano, tomarnos en serio el amor al prójimo, ver al otro, también al hermano evangélico, como seguidor de Cristo, como hermano, es hacer caso a lo que la Palabra nos dice, y no empezar a hacer grupitos, como los que señala Pablo: Apolo, Pablo, de la iglesia tal, de… Si levantamos un poco la mirada, vemos a las personas de nuestro alrededor, niños, mujeres, hombres, ancianos, enfermos, buscando trabajo, los escuchamos, nos damos cuenta de sus necesidades, esperanzas, retos y desafíos; si, en nuestro corazón resuenan las palabras de Jesús: las bienaventuranzas, el “denles ustedes de comer”,… ¿Cómo es posible que dediquemos más tiempo a si este pastor ha dicho esto, ese otro dice lo otro, yo voy por aquí, usted va por allá…? ¿No deberíamos ocuparnos de amar, de vivir la Palabra, de predicar con nuestras vidas? Curiosamente, Pablo termina afirmando “no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio”. Creo que habría que reflexionar más sobre esta afirmación, que no le quita la importancia a los sacramentos, sino que los pone en su lugar: primero es predicar, anunciar a Cristo, y no con palabras elocuentes, sino con la vida, y luego vendrán los sacramentos… A veces, me da la sensación de que vivimos sólo para administrar sacramentos, y, los administramos incluso a quiénes sabemos que no creen y no conocen a Jesús, ni su Palabra.
Pongamos a Cristo y a su Palabra en el centro de nuestras vidas y dejémonos orientar y guiar abiertos a todos los hermanos.