Domingo 19 de enero 2020 (II del Tiempo Ordinario) | Isaías 49,3.5-6; Salmo 39; 1ªCorintios 1,1-3; Juan 1, 29-34.  

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Por JOSÉ LUIS BLEDA | Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. ¿Cuántas veces habré orado con este salmo 39 y con estas palabras? Precisamente en las circunstancias que estoy viviendo me ha venido muy bien orar con este salmo y meditar con las lecturas que la Liturgia de la Iglesia nos propone para la celebración de este domingo. Estoy aquí para hacer tu voluntad, para hacer la voluntad del Señor, pero siempre recuerdo un comentario de Cantinflas al Padrenuestro, a la petición de hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, a lo que el genial actor añadía “pero si la tuya coincide con la mía…, pues mucho mejor”.

Cuando no coincide ¿qué es lo que quieres que haga? ¿Realmente la otra, la que no es la mía, lo que yo no quiero hacer, es tu voluntad o es voluntad de otros? y, aquí, al menos a mí, no me vale eso de que quién obedece nunca se equivoca, pues como añadía Ginés Pagán, “siempre que el que manda no se equivoque”. Hacer lo que Dios quiere, buscar lo que Él desea y me propone, en medio de una realidad nueva, que voy descubriendo poco a poco, con muchos matices, con muchas variantes, en la que no tengo duda que estoy porque Él lo ha hecho posible y lo quiere, pero también tengo claro que hay otras cosas, otras maneras, otras opciones que también pueden ser su voluntad.

Las lecturas me ayudan a profundizar en esto. Así, la profecía de Isaías me impulsa a querer ir más allá, pues no le basta con que esté aquí, al igual que no es suficiente que su siervo sea solo instrumento de salvación para un pueblo, Israel, sino que tiene que ser luz de las naciones, creo que tampoco puedo conformarme con el estar, con el hacer lo que siempre se ha hecho y como siempre se ha hecho, tengo que aspirar más, aportar más, aunque ello me complique más la vida, aunque me queme. Siempre que sale el tema de ser luz, me viene a la memoria un poema de Luis Espinal, en sus “Oraciones a quemarropa”, en una de ella nos dice que “somos antorchas…”, y nuestras vidas solo tienen sentido si se queman dando luz. Podemos vivir más tiempo, podemos vivir mejor si no nos quemamos, pero ¿será una vida con sentido? Una vela que no se enciende no se consume, pero ¿para qué quiero una vela si no la enciendo? ¿para que se llene de polvo? De la profecía me quedo con esa sensación de que Dios me pide algo más, no le basta con que…

La segunda lectura es el encabezamiento de la primera carta a los Corintios, breve pero pleno de contenido. Lo primero que se nos presenta es a Pablo que no se llama apóstol, sino, llamado a serlo, lo que me lleva a meditar en lo que me falta para serlo. A veces creo que ya soy, que ya he llegado a la meta, ya he hecho, ya he conseguido…, pero no, la vida es camino, y la de la fe, es seguimiento, respuesta, un responder continuamente en el tiempo y la historia, un caminar junto a y detrás de Jesús, es algo que tengo que ir haciendo, y que debo seguir haciendo cada día. Luego viene la presencia de Sóstenes, su hermano y colaborador en la misión: no estoy solo, no se sigue a Jesús solo, no se construye el Reino solo, se hace con, lo que me lleva a mirar con agradecimiento a quiénes me acompañan y acompaño: a mis hermanos en el ministerio Pablo y José, pero también a los delegados de la Palabra, catequistas, ministros de la comunión, responsables de comunidades eclesiales, … Es hermoso, lo estoy haciendo entre semana, visitar las comunidades, acompañado por el o la delegada de la Palabra (que preside las celebraciones en ausencia del sacerdote) y de catequistas y ministros de la comunión, ver su trabajo, su relación con el pueblo, su interés, como hablan de los enfermos, de los que están de viaje, de los que por cuestiones de trabajo no pueden acudir, … Sin su labor, sin su trabajo cotidiano, estoy seguro de que no habría Iglesia católica en esas comunidades o colonias. Mirar agradecido a los demás, contar con ellos, colaborar con ellos, por ahí va la voluntad de Dios, de un Dios que me llama a la santidad, pero que me llama a la santidad “con todos los que en cualquier parte del mundo invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo”.

Por último, el Evangelio. Si el pasado domingo Mateo nos contaba el Bautismo de Jesús, en este vamos al relato de Juan. A diferencia de Mateo, que nos presenta el Bautismo de Jesús como una experiencia mística del propio Jesús, que es la que da origen a su vida pública, Juan nos presenta la experiencia desde el Bautista, que lo convierte en testigo de Jesucristo. De este relato, especialmente me ha llegado como Juan el Bautista marca la diferencia con Jesús: Jesús es el otro que viene a su encuentro, es aquél que no conocía, pero que existía antes que él, que va por delante. Este pasaje me reafirma en mi rechazo a la teoría del alter Christus, es decir, a presentarme como sacerdote como si yo fuera otro Cristo, y lo fuera en un grado mayor que otro bautizado o que un pobre o alguien que sufre: cierto que creo que la esencia de mi ministerio está en dejarme usar por Dios, en dejar que Dios actúe a través mío, por lo que lo bueno que haga se debe a Él, y lo malo a mi condición humana, pero yo no soy Él, Él es el otro, está presente en el otro, lo he visto presente en otros, como la madre Teresa de Calcuta lo vio presente en el moribundo en Calcuta,… Cristo es el otro que viene a mi encuentro, que estaba antes que yo,…, aquí en Honduras, como antes en Bolivia, como en el 2018 en Camerún, Cristo ya estaba allí antes, no lo llevo yo, sino que yo me encuentro con Él, allí donde él me ha llevado o traído, y allí, en ese sitio, como hoy aquí, mi misión, al verlo, al conocerlo, es señalarlo, mostrarlo, dando ese mensaje de esperanza y de ánimo que da el saber que Él está con nosotros, camina junto a su pueblo, sigue actuando hoy, y el futuro es suyo y nuestro si permanecemos en Él.

Soy consciente de que me he alargado demasiado, y a lo mejor, esto es más complejo, pues es una meditación más personal, pero es lo que ha salido, y para remate, quiero compartir con vosotros la oración de Luis Espinal, por si no la conocéis.

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GASTAR LA VIDA

Luis Espinal Camps, sj

 

Jesucristo ha dicho: “Quien quiera economizar su vida, la perderá; y quien la gaste por Mí, la recobrará en la vida eterna”.

Pero a nosotros nos da miedo gastar la vida, entregarla sin reservas. Un terrible instinto de conservación nos lleva hacia el egoísmo, y nos atenaza cuando queremos jugarnos la vida.

Tenemos seguros por todas partes, para evitar los riesgos. Y sobre todo está la cobardía…

Señor Jesucristo, nos da miedo gastar la vida. Pero la vida Tú nos la has dado para gastarla; no se la puede economizar en estéril egoísmo.

Gastar la vida es trabajar por los demás, aunque no paguen; hacer un favor al que no va a devolver; gastar la vida es lanzarse aún al fracaso, si hace falta, sin falsas prudencias; es quemar las naves en bien del prójimo.

Somos antorchas que solo tenemos sentido cuando nos quemamos; solamente entonces seremos luz.

Líbranos de la prudencia cobarde, la que nos hace evitar el sacrificio, y buscar la seguridad.

Gastar la vida no se hace con gestos ampulosos, y falsa teatralidad. La vida se da sencillamente, sin publicidad, como el agua de la vertiente, como la madre da el pecho al niño, como el sudor humilde del sembrador.

Entrénanos, Señor, a lanzarnos a lo imposible, porque detrás de lo imposible está tu gracia y tu presencia; no podemos caer en el vacío.

El futuro es un enigma, nuestro camino se interna en la niebla; pero queremos seguir dándonos, porque Tú estás esperando en la noche, con mil ojos llenos de lágrimas.