I DOMINGO DE ADVIENTO | 1 de diciembre 2019 | Isaías 2, 1-5; Salmo 121; Romanos 13, 11-14a; Mateo 24, 37-44.
Por JOSÉ LUIS BLEDA / Iniciamos el Adviento, tiempo de Esperanza, de preparación para la Navidad, aunque cada vez más la sociedad civil, al menos en España lo va adelantando: ya se pueden ver las luces de Navidad, ya tenemos publicidad para los regalos de Navidad, películas navideñas, turrones, y en muchos pueblos ya se huele a Navidad, se huele en hornos los aromas de las típicas tortas navideñas…
Este año, personalmente, me toca iniciarlo en unas condiciones que nunca he tenido: estaré por Murcia, con mi familia, hasta el 19 de diciembre, viviré con ellos la preparación de tres de las cuatro semanas del Adviento, y no tendré una comunidad parroquial donde ir encendiendo las velas de la corona de Adviento ni ir poniendo las figuras del pesebre (estos días me acuerdo más de mis feligreses, especialmente de los de Algezares, pero, también de los Advientos vividos en Jumilla, Valentín, Cartagena, Santiago II, La Manga-Los Belones y Cabo de Palos,…) Pero, me queda la ilusión de iniciarlo como peregrino, peregrino a Tierra Santa, en compañía de mi madre, mi hermano, amigos procedentes especialmente de Jumilla, Algezares, incluso de Cartagena, y hacerlo como sacerdote, lo que me permitirá presidir la Eucaristía en los lugares de la Navidad (Belén, Jerusalén, Nazareth,…). Por eso, con el salmo 121, que se proclamará este domingo puedo decir “¡Qué alegría cuando me dijeron…” o en la respuesta, decir con todos los peregrinos: “Vamos alegres a la casa (tierra, país, lugares…) del Señor”! Alegría, gozo, que no impide la nostalgia, el recuerdo, el tener presente a otras muchas personas con las que físicamente no compartiré esta peregrinación, aunque las llevo en el corazón, algunas ya están en la Jerusalén celestial, otras las ocupaciones, las situaciones, por las que están viviendo no les permiten hacer este viaje, pero están presentes en mi corazón y las tendré presentes en la oración. Peregrinación que acabará el 8 de diciembre, el segundo domingo de Adviento, el día de la Inmaculada, y luego a preparar el viaje a Honduras,.., lo haré al revés, en Navidad no habré vuelto con mi familia, está no la celebraré con los padres, hermanos, sobrinos,… Lo haré con mis hermanos en el ministerio y la misión y con el pueblo que allí me espera, y que la Iglesia me confía ahora, otra parte de mi familia universal o católica. Y esto es lo que me lleva a ver las lecturas de este fin de semana, como lecturas que me invitan a preparar un encuentro, el encuentro con Jesús, lo que implica dos cosas:
– Por un lado ir hacia Él, como se hace o busca con una peregrinación, como nos invita Isaías en la primera lectura al decirnos: “Venid, subamos,…” Ir hacia Jesús, e ir subiendo, siempre una subida requiere mayor esfuerzo (aunque haya bajadas más peligrosas). Ir, subir, esforzarnos, prepararnos para esa subida, pero todo ello con ilusión, alegría, esperanza, tal y como se respira en la primera lectura y el salmo.
– Por otro lado, Él es el que viene, nos preparamos a celebrar el Nacimiento de Jesús, que Él vino, y celebrar su encarnación: que Él se hace como nosotros. Preparando está celebración nos preparamos para encontrarnos con Él, en su segunda venida. En la carta a los romanos se compara está venida como un amanecer, un salir el Sol, y nosotros lo tenemos que esperar levantados, levantarnos para iniciar el día, para disfrutar de la Luz, de la salida del Sol. De esta preparación nos habla también el Evangelio de Mateo, evangelio que seguiremos habitualmente en el año litúrgico que iniciamos, un texto en el que Jesús nos invita a estar preparados.
Feliz Adviento, vividlo con alegría, ilusión y esperanza y que nos ayude a estar preparados para encontrarnos con Jesús.