Domingo 24 de noviembre 2019 (XXXIV Tiempo Ordinario) | 2Samuel 5, 1-3; Salmo 121; Colosenses 1, 12-20; Lucas 23, 35-43 | Festividad de Jesucristo, Rey del Universo

Imagen tomada de https://www.nationalgeographic.com.es/

Por JOSÉ LUIS BLEDA | Termínanos el ciclo litúrgico en el que hemos ido leyendo el Evangelio de Lucas, también conocido como el Evangelio de la Misericordia, y lo concluimos con la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo.

Jesucristo Rey, el rey que reina desde la Cruz, tal y como lo presenta Lucas, y como corresponde a la Misericordia de Dios. Sin duda que la contemplación del hombre crucificado es una de las imágenes más claras d hasta dónde puede llegar la miseria del ser humano contra el mismo ser humano. El crucificado es imagen del sufrimiento del hombre, del hombre que sufre, pero no por causas naturales (enfermedad, accidente, catástrofes naturales…), sino del que sufre a consecuencia de la violencia y el rechazo de otros seres humanos, es, al mismo tiempo una ejecución (Jesús fue condenado a muerte por el gobernador Pilato y por el Sanedrín o tribunal religioso de su pueblo), un linchamiento (el pueblo comprado gritaba “¡Crucifícalo, crucifícalo!”), un asesinato, ya que todos, especialmente los que le condenan sabían que era inocente…

En la cruz se nos hace presente, una vez más en el Evangelio, la opción preferencial por el pobre, una opción que no es de la Iglesia: es la opción de Dios, de Jesucristo, él quiso ser contado entre los pobres, ser condenado como un pobre (a los ricos no se les crucifica) y morir entre otros pobres (los dos malhechores). En la cruz de ayer, Jesús se identifica hoy con los nuevos crucificados: las víctimas de las guerras, de nuestras guerras, las que enriquecen a empresas y a las naciones del Norte, y causan víctimas entre las poblaciones de los países en vías de desarrollo y empobrecidos (Yemen, Siria, Irak, República Centroafricana, Nigeria, Camerún, Burkina Fasso,…), muchos de ellos obligados al exilio o a la inmigración ilegal, retenidos por años en campos de concentración en situaciones inhumanas (Grecia, Bosnia, Turquía,..) o vendidos como esclavos en Libia o Sudán,…; muchos ahogados en el Mediterráneo o parados ante una valla en Ceuta, Melilla o Estados Unidos. Nuevos pobres, nuevos crucificados, nuevos Cristos…, en los que Jesús se nos vuelve a presentar como Rey. ¿Son ellos mi Rey? Entonces ¿Cómo puedo celebrar ante el crucificado que Jesucristo es el Rey? ¿Qué celebro? ¿Qué implica esta celebración?

Jesucristo Rey implica en primer lugar reconocer que somos parte de Él y que Él es parte nuestra, como nos presenta la primera lectura que nos presenta a los ancianos de Israel cuando buscan a David en Hebrón para pedirle que acepte ser rey de todo Israel: “Hueso tuyo y carne tuya somos”. Esta fiesta no consiste en proclamar que Jesucristo es superior a nosotros, está arriba y nosotros abajo, sería contradecir el Misterio de la Encarnación y de la Redención, y afirmar lo contrario a la voluntad de Dios. Él quiso dejar la divinidad para compartir la humanidad, Él por amor toma nuestra condición, de manera total, y no como cualquiera, sino como esclavo, sometiéndose hasta la muerte y muerte en cruz. Proclamar a Cristo como Rey implica poner al ser humano al mismo nivel que Dios, porque es lo que Dios quiere. Ya no puede haber distinción entre lo sagrado y lo profano, pues todo es sagrado: todo ser humano, menor o mayor, hombre o mujer, esclavo o libre, es sagrado, pues Dios se hizo hombre.

Lo segundo es creernos capaces de construir la paz, de vivir los valores del Evangelio, de llegar a la reconciliación con Dios, con el mundo, con el Universo, y, todo ello, en virtud de la sangre de Cristo. Aunque nuestra miseria sea grande, aunque estemos como los dos malhechores crucificados con Él, pero con motivo, podemos como uno de ellos, reconocer a Dios a nuestro lado, en nuestra vida, en nuestra historia, y sabernos salvados, y vivir ya con esa esperanza y victoria.

Con esta Solemnidad, se nos invita a vivir en la esperanza, a construir un mundo sin crucificados, a reconocer al otro, al que sufre, al más pequeño, como aquél más grande que yo que será quién me ofrezca la salvación, quién me diga que “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Se nos invita a creer que el Amor, la respuesta del Corazón, es siempre más grande y poderoso que toda clase de Miseria.