Domingo 17 de noviembre de 2019 (XXXIII Tiempo Ordinario) | Malaquías 3,19-20a; Salmo 97; 2ª Tesalonicenses 3, 7-12; Lucas 20, 27-38

Por JOSÉ LUIS BLEDA | En este domingo, el anterior al de Cristo Rey, celebraremos por tercer año la Jornada Mundial de los Pobres, una de las iniciativas del Papa Francisco encaminada a poner en su lugar la opción por los pobres en medio de tantas opciones y cosas que nos enredan en la Iglesia.

En el Evangelio, Jesús comienza presentando a los suyos que aquello que se considera importante, que nos sorprende y maravilla, es algo que no es importante: lo que se ve, lo que deslumbra, la belleza de las obras de arte, el oro y la plata, las piedras… A eso podemos sumar todas las cosas que sirven para ostentación y deslumbrar a las pobres gentes, son cosas que caerán, serán destruidas, no llegarán más allá…. Junto a ello, también advierte a sus seguidores de la tentación de seguir a los falsos mesías o salvadores de patrias, creer en los que se nos presentan, a veces en nombre de Dios y de la verdadera religión, es negar que Jesucristo, con su muerte y Resurrección es el que ya ha salvado el mundo. Junto a esto está la invitación a no tener miedo ni ante las violencias y guerras ni ante las catástrofes naturales, sino el mantenerse firmes, y desde la firmeza y el ser como sabemos que Dios nos pide que seamos y estemos dar testimonio del Él y de su Evangelio.

Precisamente en estos días de conflictos, algunos tan cercanos, pues son, al menos personalmente, muchos los amigos y conocidos afectados, que están viviendo en medio de ellos (Cataluña, Bolivia, Chile,…), es cuando más necesario se hace no sólo no perder la calma y la esperanza sino ser capaces de transmitir calma y esperanza, siendo parte de aquellos que tenemos claro que el sol saldrá para iluminarnos y que todos encontraremos la salvación o la salud, como se nos dice en la profecía de Malaquías. Nuestra esperanza no puede estar puesta en un partido, un hombre, un político, sino en Dios y en la capacidad que nos ha dado de amarnos, de acariciarnos, de apoyarnos unos a otros, de ver como en medio de las dificultades y problemas somos capaces de acompañarnos, de estar y de encontrar a otros que están, nos apoyan, nos abrazan, nos hacen capaces…

El discípulo lo es, en parte, porque imita al maestro, y a esto se nos invita en la segunda lectura, imitar a los maestros: primero a Jesús, luego a los que le han seguido, imitarlos en sus trabajos, preocupaciones, en lo que han hecho por los demás. El discípulo no puede estar ocioso, no es el que habla mucho y hace poco o nada, sobre todo en el contexto de un Evangelio de amor, el discípulo es el que ama, el que por amor actúa, se moja, va de acá para allá, y, cuando no puede hacer nada, sabe estar, está al pie de la cruz, como María.

Esto es lo que necesitan los pobres, y todos, gente capaz de transmitir esperanza, gente que sepa estar, no hace falta que digan nada, simplemente estar, acompañar, colaborar, para seguir luchando por la Justicia, la Verdad, la construcción del Reino, un Reino que ya está aquí, que ya se inició con Jesucristo. A esto somos llamados.