Domingo 27 de octubre 2019 (XXX del Tiempo Ordinario) / Eclesiástico 35, 12-14.16-19a; Salmo 33; 2ª Timoteo 4, 6-8.16-18; Lucas 18, 9-14

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Por JOSÉ LUIS BLEDA / Último domingo de octubre, último domingo del Mes Misionero Extraordinario, y, siguiendo lo que he hecho en los tres domingos anteriores, comparto el mensaje de las lecturas de la misa del domingo, desde la clave de la cuarta dimensión que el Papa Francisco nos invitaba a vivir durante este mes misionero, está es la Caridad Misionera.

A lo mejor hubiese sido mejor presentarla para el pasado domingo, que era el de la colecta del Domund, en vez de la Formación, pero prefiero seguir el orden que estableció el propio Papa Francisco, y, además las lecturas nos invitan a considerar 4 características de la caridad misionera, o, si se quiere, cuatro aspectos que hacen posible la caridad misionera: la Justicia, la Escucha, el Esfuerzo, la Humildad.

Precisamente la primera lectura comienza afirmando que el Señor es Juez, lo que también nos recuerda la parábola del Evangelio del pasado domingo. El Señor es juez, pero no es un juez como los que conocemos, no es un juez como los que conocía el pueblo de Israel, sino que es un Juez justo en el sentido bíblico (cumple la voluntad de Dios) por lo que atiende al oprimido, al huérfano y a la viuda, y es a ellos a quiénes hace Justicia. El misionero lo es por amor, pero especialmente por un amor con predilección hacia los que son los preferidos del Señor, los oprimidos, huérfanos y viudas de hoy día, los que viven en las periferias, los que se nos acercan desde las periferias, aquellos a los que nadie escucha, a los que incluso muchos de los que nos confesamos creyentes, no queremos ver, no queremos atender, les negamos la palabra, el nombre, la identidad (se les califica de ilegales después de negarles la posibilidad de tener papeles). El misionero, el Señor, es quién los escucha, les atiende, les da la dignidad de hijos, de hermanos, de personas, …

El salmo 33, que se nos presenta como respuesta y complemento a esta primera lectura, nos habla de la Escucha: “El afligido invocó al Señor, y él lo escuchó”. La escucha es fundamental para la misión. El misionero antes de hablar escucha, atiende, aprende, deja que lo que escucha le llegue al corazón, y la respuesta a lo escuchado la da desde el corazón. La escucha es lo que hace al misionero un discípulo imitador del Maestro Jesús, que al escuchar puede enfrentarse con el malhechor y situarse cerca del atribulado, salvar al abatido, redimir al siervo…

 

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Pablo, en su carta a Timoteo, se nos presenta como oblación, y para ello va presentando su situación, hasta donde ha llegado en su esfuerzo por predicar el Evangelio: el pasado domingo leíamos que llevaba cadenas por el Evangelio, en este que está a punto de ser derramado como libación, como ofrenda…, siendo así imitador de Cristo que es Sacerdote, Víctima y Altar al mismo tiempo. Cristo y el misionero se ofrecen a sí mismos, los idólatras hacen sacrificios a los ídolos, pero nunca se sacrifican ellos, ni su bienestar, ni su comodidad, ni su status, ni su posición,…, el nuevo culto, el inaugurado por Cristo consiste en el sacrificio de sí mismo por los otros, sacrificio que se hace por amor, que conlleva el perdón, perdón de los que nos han abandonado o traicionado, y en el que se experimenta la compañía y cercanía del Dios que nos salva. Por esto, lo que a los ojos de los de fuera nos puede parecer esfuerzo, sacrificio, renuncia, para el que lo vive es algo que no cuesta, que llena de alegría, que da sentido a la vida, aunque duela.

Y, por último, la humildad. Gracias a mis años de experiencia fuera, y como delegado de Misiones, he podido conocer muchos misioneros, y, aunque parecen de otra madera, ellos no se consideran ni mejores, ni más importantes, ni superiores a nadie, simplemente como servidores de Dios y de los hermanos, que valoran como superiores y más dignas de admiración la entrega y sacrificio de aquellos a quienes acompañan y sirven, más que lo que ellos hacen, por eso, su oración, su hacerse presente ante Dios es similar a la oración del publicano, más que la del fariseo. La caridad, el amor, nos lleva siempre a considerar más al amado que a uno mismo, a ver al otro como merecedor de todo, y de ahí, a trabajar, esforzarnos por darle al otro, por amor, por caridad, todo lo que necesita.

Vivamos así de manera misionera la caridad, una caridad que nazca de la humildad, que nos lleve a escuchar a quiénes nadie escucha, y que nos mueva a hacer justicia, atendiendo sus necesidades, ya que Dios los ama, nos ama, y nos hace capaces de amar como Él, y de amar a los que Él ama.