Domingo 7 de octubre 2019 (XXVII Tiempo Ordinario) / Habacuc 1,2-3; 2, 2-4; Salmo 94; 2ª Timoteo 1,6-8.13-14; Lucas 17, 5-10

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Por JOSÉ LUIS BLEDA / Ya hemos comenzado octubre, el Mes Misionero Extraordinario, y en el Evangelio de este domingo se nos presenta a los apóstoles, a los elegidos y enviados por Jesús haciéndole una petición: “Auméntanos la fe”. Se ve que tras las parábolas de la misericordia, del administrador astuto, del pobre Lázaro,…, los apóstoles se habían dado cuenta de lo mucho que les faltaba para seguir bien al Maestro… Jesús les responde con cierta ironía, pues en su respuesta les da a entender que no tienen fe, pues si tuvieran, aunque fuese pequeña podrían hacer grandes cosas.
No está mal plantearnos al inicio del Mes Misionero Extraordinario si tenemos fe o no. Quizá muchas de las cosas que achacamos a la crisis de la Iglesia no son más que consecuencias de la falta de fe. ¿Os imagináis un hincha del Barça o del Madrid que no lo diga, que no salte de alegría cuando su equipo marca un gol? ¿os imagináis a un hombre o una mujer de fe que no sea misionero o misionera?

Este pasaje me recuerda algo que viví en primera persona en mi primer año de sacerdote, en una de las capillas que debía atender en verano, durante el resto del año no se celebraba en ella, me tropecé con un tipo de gente especial, venían de “buena familia”, la generación que les precedía habían construido la capilla, no con trabajo ni con obras, sino poniendo billete sobre billete, y, en consecuencia, ellos se consideraban merecedores de ocupar los primeros puestos, de que la celebración no empezara hasta que no llegarán, de que alguien les encendiera el ventilador si tenían calor o cerrara la ventana si les molestaba el aire,…, imagino que también habréis conocido cristianos con derechos…, que miran por encima del hombro a los demás… a los pecadores. Claro, tropecé con ellos, y llego el momento en que uno me dijo: “Con sacerdotes como usted no es extraño que la gente pierda la fe”. Me lo puso fácil, mi respuesta inmediata, entonces no solía pensar mucho las respuestas (ahora tampoco) fue: “Nadie puede perder lo que nunca ha tenido”. ¿Puede aumentarme Jesús la fe, si no tengo fe?

¿Qué es tener fe? Habacuc en su profecía nos presenta a alguien testigo del mal, del desastre. No he podido leer esta lectura sin que me viniera a la mente los argelinos que han llegado a la costa de Cartagena en patera, a los refugiados en las islas griegas, especialmente los de Moria, con el incendio y la posterior expulsión de miles hacia Turquía, los líderes ecologistas e indígenas de Brasil, de Centroamérica que son calumniados, perseguidos y asesinados… tanta injusticia, ¡hasta cuando! El hombre o la mujer de fe es el testigo de todo esto que no pierde la esperanza, que espera, que se mantiene firme, que no se hunde, que sigue luchando, que permanece en su sitio, en su puesto, que no tira la toalla… que, como nos dice el salmo: no endurece el corazón.

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Siguiendo el salmo responsorial, el hombre y la mujer de fe, es el que escucha la voz del Señor, escucha y no se limita a oír, escuchar implica entender y comprender lo que se oye, dejar que llegue a lo más profundo de nuestro ser, que toque el corazón, y que genere en nosotros una respuesta desde el corazón, por eso, el mismo salmo nos presenta como obstáculo a esa escucha el endurecimiento del corazón, todo aquello que nos lleva a no sentir el dolor ajeno, del otro, de los otros, como propio: las guerras en Siria, Yemen, República Centroafricana, Burkina Faso, Nigeria… no son mis guerras, no son mis problemas, el hambre, la sed, la búsqueda de futuro y de dignidad de los otros, de los que viven en la otra orilla, al otro lado de la valla, a mí no me afectan… endurecemos el corazón, y entonces nos creemos con derecho a que Dios bendiga mis acciones en favor de los míos, de mis intereses, aunque ello aumente el sufrimiento de los que ya sufren, y, con dinero, no es difícil encontrar cura que nos bendiga, ni cardenal que nos hable de la teología de la prosperidad y del bienestar, y nos diga lo que queremos oír.

Entonces hablamos de paz, del derecho que tengo yo y los míos a vivir en paz, a que me dejen en paz… de seguridad, de derechos, de… nos olvidamos de que el seguimiento de Jesús requiere esfuerzo, lucha, sufrimiento, Pablo nos lo recuerda en la segunda lectura, nos invita a tomar parte en los padecimientos por el evangelio, nos dice que el Evangelio, evangelizar no es para cobardes, sino para quiénes tienen un espíritu de fortaleza, amor, templanza… las virtudes del evangelizador, del misionero, del seguidor de Jesús.

Ojalá que este Mes Misionero Extraordinario que acabamos de comenzar nos ayude a tomar conciencia de nuestra corresponsabilidad en la Misión de la Iglesia, de que somos nosotros los llamados hoy a ser misioneros, a escuchar la voz del Señor, a no endurecer el corazón, a permanecer al lado, firmes, de los que sufren, a ser capaces, con nuestra poca fe, de mover montañas, de hacer posible lo que a muchos les parece imposible: ver al otro como hermano.