Domingo 29 de septiembre 2019 (XXVI Tiempo Ordinario) / Amós 6, 1a.4-7; Salmo 145; 1ª Timoteo 6, 11-16; Lucas 16, 19-31

Por JOSÉ LUIS BLEDA / En este último domingo de septiembre, en el que la Iglesia celebra la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, que hasta el 2018 venía celebrando en el tercer domingo de enero, con el lema “No se trata solo de migrantes”, nos encontramos en la liturgia de la Palabra con estas lecturas que nos invitan a luchar por conquistar la vida eterna (2ª Lectura), siendo conscientes de que el principal obstáculo para ella es no mirar al hermano que sufre que tenemos a nuestra puerta (Evangelio) o la indiferencia ante la situación de ruina de tantos (1ª Lectura), y nos muestra la acción de Dios (Salmo) que hace justicia, da pan, libera, abre, endereza, ama, guarda y sustenta, y trastorna el camino.

Sin duda que el mensaje del Evangelio es un mensaje que trastorna el camino, el salmo dice que trastorna el camino a los malvados, pero ¿quiénes son los malvados? ¿Sólo los que de manera consciente hacen el mal? ¿No incluye también a todos los que, consciente o inconscientemente, se siente seguros de sí, de su fe, se acuestan en lechos de marfil, banquetean, visten ropas lujosas, pero no se conmueven ante el sufrimiento de los que huyen de la guerra, la miseria, las catástrofes naturales…?

La parábola que nos presenta el Evangelio de Lucas, parábola para formar bien a los discípulos, como las que hemos ido escuchando los anteriores domingos, va dejando clara las cosas: nos presenta dos personajes, un hombre rico (de quien no se dice el nombre) y el pobre Lázaro, los dos, por el diálogo que mantienen una vez muertos con Abrahán, son creyentes, reconocen a Abrahán como su padre, y, el rico, una vez en el infierno, no sólo piensa en él, también piensa en sus hermanos y familiares y no quiere su condena,…, podríamos decir que no tiene mal corazón, pero, en vida no se fijó en el pobre Lázaro que tenía en su portal, se dedicó a vestir bien y banquetear, mientras que el otro sufría por la enfermedad (llagas), por el hambre, y no fue capaz de darle ni las sobras… Este texto siempre me trae a la cabeza tantos cristianos, de práctica frecuente, que presumen de su fe, y, que rechazan al hermano, al que se ahoga en el Mediterráneo, al que se queda en el desierto, al que no solo quieren dejar al otro lado de una valla, sino que proponen construir un muro de hormigón. Lo hemos visto estos días, con la respuesta que ha dado el secretario general de un partido, que en las pasadas elecciones se definía como católico y el único que defendía a la Iglesia, a las palabras del cardenal Carlos Osoro, arzobispo de Madrid, quién siguiendo al Papa Francisco, hablaba de crear puentes y no muros, de acoger, proteger, promover e integrar; palabras (las del político) propias de las dictaduras totalitaristas del pasado siglo en las que pide que los curas se dediquen a las cosas del cielo y dejemos las terrenales a ellos. Se ve que no reza el Padrenuestro, al menos eso de “hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo”; esa es la misión de la Iglesia, luchar para que en la tierra se viva, se haga la voluntad de Dios, como se hace en el cielo, trabajar para hacer de este mundo el mundo que Dios quiere, que es lo que llamamos su Reino, y, si eso es hacer política, pues tendremos que hacerlo… no hacerlo es terminar en el destierro, yendo a la cabeza de los deportados, como amenaza Amós en su profecía, o como el rico de la parábola.

Entre esta lectura tenemos la de Pablo, en su primera carta a Timoteo, puesta en este domingo, para señalar mejor en qué consiste la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre, en qué consiste combatir el buen combate de la fe para conquistar la vida eterna, y hacerlo como lo hizo Jesucristo ante Poncio Pilato, hoy, sin duda que somos los cristianos los que tenemos que situarnos ante los Poncio Pilato que nos juzgan y condenan por hacer justica a los oprimidos, por dar pan a los hambrientos, por romper cadenas, por desde la fe ver al otro como hermano y no como moro, negro, terrorista, delincuente, peligro o amenaza, abrir ojos, enderezar, amar, practicando los cuatro verbos que nos proponía el pasado año el Papa Francisco para actuar frente a las Migraciones y a los refugiados: acoger, proteger, promover, integrar. Esta es la verdadera piedad, esto es lo que Dios, Jesucristo nos pide, y esto es lo que nos llevará a la salvación.

No se trata solo de migrantes, se trata de nosotros, de ti y de mí, de la humanidad: ignorarlos, abandonarlos a su suerte, no acogerlos, no contar con ellos para construir el mundo, solo nos llevara a la destrucción y a la nada, al fracaso más absoluto, en otras palabras: al infierno. Mirarlos, acogerlos, tender puentes, trabajar para que no tengan que emigrar ni huir, construir el futuro con ellos, es construir el Reino de Dios, aquí y ahora, es caminar hacia nuestra salvación.

Podemos pensar que esto es algo nuevo. No lo es, como refleja la profecía de Amós, pero permitirme recordar una vez más a fray Bartolomé de Las Casas, quién ante el trato que se daba a los indios por parte de sus conciudadanos españoles desgastó su vida en luchar por la justicia hacia los pobres o los indios, y al final de esta afirmo preguntado por si creía que los indios se salvarían: “Ellos se salvarán por la misericordia de Dios, pero nosotros nos salvaremos según les hayamos tratado a ellos”.