Domingo 18 de agosto 2019 (XX Tiempo Ordinario) / Jeremías 38, 4-6.8-10; Salmo 39; Hebreos 12, 1-4; Lucas 12, 49-53.
Por JOSÉ LUIS BLEDA / Reconozco que, aunque cuando era joven esto era para mí algo más secundario, me gustaría llevarme bien con todos, que todos hablarán bien de mí, o, al menos que no hablarán mal; me gustaría ser causa de concordia, de armonía, instrumento de paz, como dice una de las oraciones atribuidas a san Francisco de Así, pero, en conciencia muchas veces no he podido serlo, no he podido frenar mis impulsos, contener mi lengua, expresar lo que siento ante lo que veo,…, entonces es cuando algunos que se decían amigos se decepcionan, se escandalizan, y, descubren que soy un cura rojo, en otras ocasiones que soy cura… En fin.
Empiezo así mi reflexión porque las lecturas de este fin de semana me han llevado a considerar los enfrentamientos que he tenido por “meterme en política”, pero si vivo en el mundo: ¿es posible vivir sin meterse en política? ¿Callarse no es también hacer política? Cierto que, por mi opción de vida, desde el ministerio sacerdotal, no debo dedicarme exclusivamente a la política, ni creo que tenga derecho a optar por una opción concreta rechazando las demás, esto sin perder mi derecho ciudadano a votar…. Y, creo que no lo he hecho nunca, pero, sí que en numerosas ocasiones no he tenido más remedio que ponerme enfrente y apoyar a quiénes, a mi juicio, sufrían y sufren las consecuencias de decisiones políticas. Esto le pasó ya a Jeremías: él, como profeta, tenía que decir lo que veía, lo que Dios le inspiraba, lo que le llevo a criticar duramente las alianzas políticas de los que dominaban la vida de su país en su época, por eso quieren matarlo, y obtienen el permiso del rey, pero también, aunque menos, algunos ven la injusticia de su situación y con permiso del rey le sacan del pozo, por esta vez se ha salvado. Una historia curiosa para advertirnos que los poderes de este mundo hoy están con nosotros, mañana en contra, según quién les caliente la cabeza, pero que si queremos ser fieles a Dios, a su mensaje, no podemos callar, aunque nos metan en un pozo.
¿Quién nos salvará? El Señor, esa es la convicción del autor del salmo 39, acudir a Dios para que nos salve, pero para ello, nosotros no podemos eludir nuestra responsabilidad ante la petición de ayuda del otro. ¿Puede escuchar el Padre nuestra oración por mis cosas, por los míos, si yo en este tiempo permanezco impasible ante el clamor de quiénes se ahogan en el Mediterráneo, o sufren esclavitud en Libia, o la guerra en Siria, o gimen en un barco porque ningún puerto los rechaza? ¿Puede ser Dios mi Padre si nunca he visto a los que quieren llegar a nuestras tierras como hermanos? ¿Me es lícito evadir mi responsabilidad hacia el resto de la humanidad alegando que eso es cosa de los políticos, de los gobiernos, de Europa?
Si ya Pablo era consciente de que muchos lo miraban y que según hiciese él su carrera podría dar testimonio de su fe y por tanto evangelizar, lo mismo, pero en mayor grado, nos pasa hoy: son muchos los testigos, los que miran lo que hago, como vivo, lo que escribo, lo que digo, donde estoy… cada una de esa acciones no sólo las ve Dios, sino que son muchos los que las ven, las analizan, sacan sus conclusiones, y, con cada una de ellas, los que nos llamamos cristianos, alentamos o desalentamos a muchos a seguir a Cristo o a dejar la Iglesia. De esto, cada uno desde su posición, tiene que ser consciente, y esto es lo que Cristo nos pide a través de Pablo.
Si el pasado domingo Jesús nos invitaba a no temer, a venderlo todo y darlo en limosna, a demostrar nuestra fe con nuestro servicio al otro, en este nos avisa que eso no será fácil, implicará lucha, y lucha con los más cercanos, incluso con la propia familia, para expresarlo nos da el ejemplo del fuego, precisamente en este tiempo de calor y de incendios.
¿Acaso no quiere Dios la Paz? ¿No llamamos a Jesucristo Príncipe de la Paz? Sin duda que la quiere, como tú y yo, pero la Paz, no la podemos construir en base al silencio, a la resignación, no la podemos construir sobre el sufrimiento de miles de personas empobrecidas, violentadas, rechazadas,…, o cambiamos el mundo para que sea más humano, para que responda al plan de Dios, o nos quemaremos en el incendio que estamos provocando y que no hacemos nada por apagar.