Domingo 11 de agosto 2019 (XIX Tiempo Ordinario) / Sabiduría 18, 6-9; Salmo 32; Hebreos 11, 1-2.8-19; Lucas 12, 32-48.  

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Por JOSÉ LUIS BLEDA / ¿Tengo fe? ¿En quién o en qué? ¿Cómo lo demuestro? Las lecturas de este fin de semana no solo me plantean estas preguntas, sino que también me ayudan a encontrar las respuestas.

¿Qué espero? El libro de la Sabiduría nos habla de cómo el pueblo de Israel esperaba la liberación, para ello tenían las profecías y la revelación. ¿La lectura y meditación de la Sagrada Escritura me sirve para ser una persona de esperanza, que espera la liberación? Sin esperanza, sin esperanza en una liberación de todo el pueblo, la religión puede convertirse en un elemento opresión que justifica el statu quo. Todos los Imperios han tenido un sistema religioso que han usado para dar unidad y justificar el poder y la opresión. De hecho, la primera acusación a los cristianos por parte del Imperio fue la de impiedad, y la primera prueba era que los cristianos no ofrecían sacrificios a los dioses y no acudían a los templos… Curioso ¿no? Pero eran capaces de jugarse la vida, de ofrecer sus vidas por mantener su libertad, por demostrar aquello en lo que creían.

¿Soy feliz, dichoso? ¿Es la felicidad un signo de los cristianos? El salmo 32 nos vuelve a recordar que la fuente de la alegría, de la dicha, del gozo, es haber sido elegido por Dios. La alegría, como nos recuerda el Papa Francisco es signo de elección, lo hemos visto como da gracias a Dios por la religiosa anciana que vive con alegría… ¿Tan raro es encontrar a un sacerdote, un religioso o una religiosa, alegre?  Cierto que hay muchos motivos para no estar alegres, falta de recursos, precariedad, enfermedades, muerte, falta de solidaridad…, pero, para el creyente siempre habrá uno, superior a todos estos, para estar alegres: Dios es el Señor, sus ojos están puestos sobre mí, me libra, me reanima, espero en Él, todo esto dicho con palabras del salmo 32.

¿Qué hago, qué doy, movido por mi fe? La carta a los Hebreos nos pone el ejemplo de Abraham, capaz de dejar su tierra, ponerse en camino, engendrar en la vejez, y ofrecer en sacrificio a su hijo (símbolo de lo que más quería y de lo que más había esperado), … Todo ello movido por la fe. Es fácil tener fe teniendo todas las necesidades cubiertas, sin arriesgar nada, sin lanzarte a la aventura de no tener otro apoyo ni otra garantía que la confianza total en Dios y en que sus promesas se cumplen.

El Evangelio nos invita a superar el miedo, el miedo a perder el bienestar, a perder las seguridades, el miedo que nos paraliza, que nos impide ser capaces de dejar tierra, de avanzar, de caminar, de navegar mar adentro: «No temas». Nos invita a vender, a dar, a desprendernos, al que no tiene, al que no considera nada como suyo ni como más importante que las necesidades del hermano no le pueden robar, no le pueden arrebatar nada, ni nada se le puede apolillar. ¿En qué consiste esperar la llegada del Señor, estar preparado ante ella? ¿en conservar aún a costa del sufrimiento, del hambre o del trabajo de otros? ¿no será más bien en atender las necesidades de los otros, en velar que todos tengan lo necesario?

Esto lo escribo en un país dónde los que se presentan como buenos, como católicos y fieles ya han propuesto oficialmente ilegalizar ONG y multar a quiénes rescaten a los que se ahogan… Y, los obispos callan, cuando no se alegran de su triunfo electoral.

¿Tenemos fe? ¿En qué?