Domingo 14 julio 2019 (XV Tiempo Ordinario) / Deuteronomio  30, 10-14; Salmo 68; Colosenses 1, 15-20; Lucas 10, 25-37

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Por JOSÉ LUIS BLEDA / Este fin de semana lo afronto con varios sentimientos encontrados: alegría, tristeza, gratitud, pequeñez… El sábado, el 13, harán ya 23 años desde que fui ordenado sacerdote, también un sábado, aunque las lecturas de dicho sábado fueron las correspondientes al ciclo B y no al C, también comenzó la Eucaristía a las 8 de la tarde, como haremos en Algezares para dar gracias a Dios por ese aniversario y por estos cinco últimos años de servicio como párroco de Algezares.

Cuando fijé la fecha lo hice pensando más en la coincidencia con el aniversario de ordenación que con las lecturas, aunque, la Liturgia nos ofrece una de las parábolas de Lucas que más me han marcado y que hacen que este Evangelio pueda ser llamado el de la Misericordia. Una misericordia que Dios ha tenido conmigo, que tiene con todos y cada uno de sus hijos y que espero haya podido saber reflejar y transmitir a lo largo de mi servicio como sacerdote.

Pero vayamos en orden. Lo primero es la escucha. La primera lectura se inicia con la invitación a escuchar la voz del Señor, y volver a Él con todo el corazón y con toda el alma. Escucha que no sólo deben realizar los fieles, sino todo creyente, todo fiel, también todo sacerdote. Escuchar la voz del Señor, con el corazón y con el alma… Precisamente lo que menos se hace y lo que más falta nos hace ¿Cuántas veces no nos sentimos escuchados? ¿Cuántas veces escuchamos? ¿Cuántas escuchamos al otro poniendo todo nuestro corazón y nuestra alma como si aquél a quién escuchamos fuese el Señor? Escuchar, algo que he tenido que ir aprendiendo por los lugares que he ido pasando, algo que cuando lo he hecho realmente me ha permitido crecer en humanidad, en gracia, en capacidad de servicio,…, algo a lo que especialmente me han ayudado siempre las gentes, las personas que me han sido confiadas en cada parroquia por la que he ido pasando. Quiero agradecer desde aquí, a todos y cada uno de los que venciendo prejuicios, temores, habéis sabido hablarme con sinceridad, para corregirme, para mostrarme otros caminos, otras maneras, para decirme que no y que sí.

 

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Este domingo nos dan a elegir dos salmos como responsorial, me quedo con el primero, con el 68, pues en su respuesta nos da la característica principal de la escucha: la humildad, sólo desde la humildad se busca sinceramente al Señor, sin humildad es fácil creer que ya se tiene todo, que Él está conmigo, con lo que yo pienso, con mi modo de ver y de actuar, y entonces, que fácil es suplantar al Señor, sustituirlo, ponerme en su lugar, ya no soy su servidor, ni tampoco el del pueblo, soy el Señor, se cae en el clericalismo que tanto mal ha hecho y sigue haciendo a nuestra Iglesia. Ver en las parroquias tanta gente, con tantas dificultades, compromisos, tareas y aun así con una generosidad y capacidad de entrega a favor de la Iglesia, de los demás, mayor que la mía, me ha ayudado y ayuda a no subirme, no creerme mejor que nadie, sino uno más que camina con los demás, desde donde estoy, hacia el futuro que Dios nos depara. Humildad y escucha es lo que nos permite vivir la verdadera obediencia, la obediencia evangélica, la obediencia de Jesús al Padre, que nace de la escucha atenta a Dios, a la humanidad, al grito o clamor de los pobres (que es lo que escucha Dios) y a la humildad para ponerte al servicio de lo que dicho grito o clamor nos pide. Gracias a todos los que desde vuestra sencillez, pequeñez, labor silenciosa pero firme y constante me habéis enseñado y me seguís mostrando ese camino de humildad y escucha, el único que nos lleva a Dios.

 

Cristo Amarrado a la Columna

Del himno cristológico de los colosenses permitirme subrayar el comienzo: “Cristo es imagen del Dios invisible…” Para mí, desde mis raíces jumillanas, decir Cristo es tener presente la imagen del Cristo Amarrado a la Columna, un Cristo flagelado, atado, humillado, pero con mirada serena, un Cristo que te mira, me mira, al tiempo que parece querer avanzar hacia mí, que me transmite paz, ternura, misericordia, un Cristo que en medio de la miseria, de la miseria provocada por la violencia de los hombres, por la injusticia, por la mentira, por el afán del poder, ama, sigue amando… Esa ha sido desde mi infancia, y, gracias a Dios, lo sigue siendo, la imagen del Dios invisible, y, esa es la imagen que yo, desde mi ministerio sacerdotal, creo que debo reproducir y dar, y soy consciente de que son numerosas las ocasiones en las que he fallado, que no lo he hecho: mi sentido de lo justo, de lo legal a veces ha estado por encima de la misericordia, del cariño, y he hecho daño a personas diciendo no, manteniéndome intransigente e inflexible en el cumplimiento de normas; otras veces las incomprensiones, los prejuicios, el cómo me cae el otro, ha podido hacer que alguien se sintiera marginado, no escuchado, no valorado. Reconozco también que soy algo torpe o necio, para darme cuenta de lo que necesitan los que tengo más cerca, simplemente no estoy atento, y aunque eso no tenga por qué ser algo grave si lo es porque como sacerdote debería estarlo. Por todo ello, a todos, hoy creo que también es momento oportuno para pediros perdón.

 

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Por último el Evangelio, la parábola del Buen Samaritano, que ya he compartido muchas veces con vosotros. No voy a repetir lo que tantas veces os he dicho, solo resumiendo volver a subrayar que observéis como en ella, Jesús nos deja claro que la religión, la práctica religiosa, representada en el sacerdote no salva al ser humano que esta tirado en la cuneta; tampoco la ley, las normas, el derecho o la política, representados en el levita, es lo que salva al ser humano (quizá por esto sacerdotes y políticos se pusieron de acuerdo para crucificar a Jesús), lo que es capaz de salvar al ser humano, a la humanidad, es nuestra capacidad de compasión, de ver al otro, ver su sufrimiento, su situación, acercarnos a él, bajarnos de nuestra posición, tocarlo, darle lo nuestro y dejarlo en manos de quién puede cuidarlo: es la Misericordia, la capacidad de poner corazón en medio de la Miseria lo único que nos puede salvar. El mundo se salvará gracias a los buenos samaritanos, gracias a los capitanes, marineros y gentes de buena voluntad que infringiendo normas, leyes y arriesgando su libertad y sus vidas son capaces de salir al encuentro y rescate del que se ahoga en nuestro Mediterráneo; gracias, a los que sin tener necesidad ni por qué hacerlo, dedican su tiempo, su pensamiento y ponen sus dones al servicio de los que necesitan un hogar, alimento, ánimos, esperanza y consuelo. Algezares, si algo he visto y admiro de los algezareños es su capacidad para sacar adelante aquello que se proponen: un ejemplo lo tenemos en la casica de la Cruz, otro en la labor de Cáritas parroquial, en la generosidad de tantos. No voy a entrar en detalle, pero no dudo que si los algezareños queréis podréis conseguir casi todo, y os animo a ello, pensando siempre en los demás, os animo especialmente a uniros para luchar que la guardería pueda funcionar en Algezares, sin tener que desplazarse fuera, para seguir trabajando por la reconstrucción de San Roque, patrono de Algezares y ejemplo de buen samaritano, y para seguir haciendo de Algezares un lugar de acogida, de encuentro, de fraternidad, donde el desarrollo y progreso no sea solo para unos privilegiados sino que sea e incluya a todos. Por eso, permitirme acabar con las mismas palabras que el Evangelio: “Anda y haz tú lo mismo”.

Espero que todos veáis en mi marcha no un irme porque no os quiero o no os aguanto… sino un poner también en mi vida y en aplicar a nivel personal ese “Anda y haz tú lo mismo”. Cierto que podría seguir intentando hacerlo aquí, pero no es menos cierto que se han dado las circunstancias que me permiten hacerlo en otro lugar, y, eso creo que me permite ser a la vez testigo más universal de la misericordia de Dios: los hondureños son hermanos de los algezareños, y de los nigerianos, bolivianos, cameruneses, etc., el compartir vida ahora con ellos, como la he compartido con vosotros y con tantos otros antes es una manera de recordarlo a todos; aparte, creo que en nuestra sociedad, tentada y llamada por tantos a aislarse, a protegerse del otro al que se nos quiere presentar como un invasor, un peligro, una amenaza, hace falta mostrar que el otro, que los otros que quedarán al otro lado de la valla, del muro, del mar, dónde es más difícil la vida, son nuestros hermanos, y yo, ahora, me siento llamado a manifestarlo optando por ir a vivir mi ministerio entre ellos, al otro lado de la valla, con mis otros hermanos. No os olvidaré, no me olvidéis, nos os olvidéis de vuestros hermanos, de los del otro lado.