Domingo 7 de julio 2019 (XIV Tiempo Ordinario) / Isaías 66, 10-14c; Salmo 65; Gálatas 6, 14-18; Lucas 10, 1-12.17-20.

Por JOSÉ LUIS BLEDA / Ya en julio, precisamente en el día de San Fermín, con muchos de vacaciones en la playa, el monte, de campamentos,…, y nosotros en nuestra diócesis tras la celebración de San Pedro y San Pablo el pasado domingo, retomamos la lectura continuada del Evangelio de Lucas en los domingos del Tiempo Ordinario hasta que concluyamos el año litúrgico con la fiesta de Cristo Rey.

Lo hacemos con las lecturas del XIV domingo del Tiempo Ordinario en la que se nos recuerda, sobre todo en el Evangelio, que somos seguidores, discípulos, de Jesús y por tanto, enviados. Una lectura muy misionera que me hace mirar al Mes Misionero Extraordinario que celebraremos el próximo mes de Octubre con el lema de “Bautizados y enviados”. Sí, como aquellos otros 72, nosotros somos hoy los enviados por Jesús para ir a dónde piensa ir Él. Personalmente me hace mirar con temor y temblor (del espiritual) los lugares y personas dónde he estado, dónde estoy y a donde iré, al pensar que allí va ir Él, siendo mi misión la preparación de la visita que Él piensa hacer, y siendo aquellos con quienes comparto tiempo y vida los mismos con los que Él quiere compartir su tiempo y su vida; de ahí que mi misión, tanto me acojan bien, mal o con indiferencia, se limita a indicar que el Reino de Dios está cerca, sin condenar, ni amenazar, ni juzgar, simplemente compartiendo lo que soy, lo que sé, y dejando que el otro, los otros, puedan también compartir aceptando aquello que me ofrecen.

Esto debería ser motivo de alegría, de fiesta, realizándose así la profecía de Isaías con la que se abre la liturgia de la Palabra. Fiesta, alegría por el encuentro, el encuentro entre hermanos, el encuentro con el Señor, con su Palabra, especialmente lo vivimos en el verano, tiempo de encuentro entre amigos, entre familiares, entre aquellos que el ritmo cotidiano de trabajo nos tiene durante el curso más alejados, encuentro festivo, del que no debemos excluir a Dios, a Jesús, este tiempo es también propicio para encontrarnos con Él, con nosotros mismos, con los hermanos, consolándonos mutuamente de las heridas y golpes de la vida. Aprovechémoslo.

Y, para que este encuentro sea fructífero espiritualmente, debemos dejar a Cristo ocupar el lugar central, el principal, y para ello Pablo nos recomienda, como ya lo hizo a los Gálatas que no nos olvidemos de la cruz de Cristo, que no presumamos de otra cosa ni consideremos que hay algo más que la cruz. Precisamente ahora que estoy con la mente en la celebración del próximo 13 de julio: 23 años de sacerdote y 5 de ellos en Algezares, pueblo que dejaré al inicio del próximo curso para ir al encuentro de Cristo presente en otros hermanos, en este caso, los de Honduras, al mirar atrás y ver los sitios en los que he estado, las personas que he conocido, con las que he trabajado, el amor recibido y entregado, puedo caer en la tentación de presumir de lo que he hecho,.., pero, y no es falsa modestia, lo cierto es que no he hecho nada: más bien hemos hecho, y en ese hemos hay que incluir a Cristo, sin Él, sin su Palabra, sin su impulso, no se habría logrado nada, ni por mi parte ni por parte de todos y cada uno de los que nos hemos lanzado a la aventura de vivir en el amor, cargados de esperanza y de ilusión. Por eso, termino esta reflexión invitándoos a aclamar al Señor, como hacía el salmo 65, darle gracias por todo, y comprometiéndonos a seguir siendo bautizados y enviados, discípulos y misioneros, no tanto por los logros conseguidos, sino porque nuestros nombres, el mío con los vuestros están inscritos en el cielo.