Domingo 28 de abril 2019 (2º de Pascua) / Hechos 5, 12-16; Salmo 117; Apocalipsis 1, 9-11a.12-13.17-19; Juan 20, 19-31.

falco / Pixabay

Por JOSÉ LUIS BLEDA / Concluimos la primera semana de Pascua, en la que litúrgicamente el día de la Pascua se ha prologado en todos los días de la semana (el día de la Resurrección ha durado 7 días) y termina con la proclamación del pasaje del Evangelio de este domingo, que se inicia con la aparición de Jesús a sus discípulos la tarde del domingo de Resurrección y concluye con la aparición, el siguiente domingo, a los discípulos entre los que esta vez si estaba santo Tomás.

La Resurrección es la máxima expresión de la Misericordia de Dios hacia la Humanidad, ante la miseria de la Humanidad que genera crucificados, Dios responde con la Vida, la Resurrección, responde desde su corazón que desborda la miseria humana y sus consecuencias. Por ello, en el Evangelio de Juan, la aparición de Jesús a sus discípulos va unidad al don del Espíritu Santo y al perdón de los pecados, perdón del que Jesús es el máximo exponente, pues no sólo en el cruz dijo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, sino que perdona la falta de fe de Tomás, que va unida a la prepotencia de considerarse más y mejor que los otros discípulos, que la comunidad, ya que no cree lo que le cuentan y afirma que tiene que ver él con sus propios ojos y tocar, meter su mano en su costado. Ante el orgullo, la prepotencia, la falta de fe,…, Jesús responde volviendo a presentarse, mostrando sus cicatrices, sus manos y su costado, dándole a Tomás los signos que pide, diciéndole que Él sigue contando con él a pesar de sus faltas, sigue contando conmigo a pesar de mis faltas.

Esta experiencia del Resucitado que nos da su Espíritu es la que también nos impulsa a la misión, la misión de ser sus testigos, dar testimonio de lo que hemos visto y oído, como nos cuenta Juan al inicio del Apocalipsis de que fue el mismo Cristo, el Viviente, el que estuvo muerto pero que ahora está Vivo, quién le encarga contar lo que ve y oye, lo que experimenta. Nosotros, los que hemos vivido está Pascua, los que vivimos hoy la presencia del Resucitado en tantas realidades de muerte y crucifixión: violencia, violencia contra la mujer, contra el inmigrante, contra el que piensa distinto, contra el cristiano,… Estamos llamados a dar testimonio de como la Iglesia de hoy, como la que empezó con Pedro y de la que nos habla los Hechos de los Apóstoles, es un motivo de esperanza, a ella acuden los enfermos, los descartados, los necesitados, y en ella encuentran esperanza, motivos para seguir adelante. Dios, tras la Resurrección sigue mostrando su Misericordia, ahora lo hace a través de la Iglesia, de su Iglesia, la que tiende la mano a todo necesitado, la que comparte la lucha por la justicia y por construir el Reino de Dios en este mundo.

Que la celebración de la Misericordia de Dios no nos sólo a esperar pasivamente su Misericordia, sino que nos comprometa a vivir la Misericordia y con nuestro esfuerzo, hacerla real en nuestro mundo.