Domingo 10 febrero 2019 (Quinto Tiempo Ordinario) / Isaías 6, 1-2a.3-8; Salmo 137; 1Corintios 15, 1-11; Lucas 5, 1-11.
Por JOSÉ LUIS BLEDA / Si algo encontramos en común en las lecturas de este fin de semana, es como se consideran los que podríamos llamar personajes secundarios, ya que el principal es Dios y, en el Evangelio, Jesús. Así, el profeta Isaías se define como “hombre de labios impuros, que habito en medio de gente de labios impuros” y se cree merecedor de la muerte porque ha visto al Señor; Pablo no duda en definirse como un aborto y como “el menor de los apóstoles y no soy digno de ser llamado apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios”; y, por último, Pedro, ante el milagro de la pesca le dice a Jesús: “Señor apártate de mí, que soy un hombre pecador”.
Este fin de semana celebramos en la Iglesia, en España, la campaña contra el hambre, su 60 edición, sesenta años luchando contra el hambre, la injusticia, la desigualdad y ¿qué hemos conseguido? Estamos en una semana convulsa, a nivel internacional la crisis de Venezuela, a nivel nacional el diálogo gobierno-separatistas, a nivel de Iglesia universal la jornada contra la trata, que nos recordaba el drama de tantas personas que además del hambre, la pobreza, el exilio, tienen que ver como son vendidas y compradas como vulgar mercancía, y su valor y dignidad queda reducido al placer que puedan dar al comprador y la ganancia al vendedor. Ante todo esto, yo que vivo como un señor, entre otros señores, en un mundo rodeado de dolor y sufrimiento, pero sin padecer dolor ni sufrimiento, no me siento mejor que el Isaías de labios impuros, desde luego, no soy digno de Cristo, de su cruz, de su redención. Pero sin serlo, como a Pablo, es Él quién me ha elegido, me ha llamado, me ha confiado una misión, una tarea, y para ello, ha purificado mis labios, ha perdonado mis pecados, mi quedarme dormido ante tanta carencia de amor y tanta lágrima, y me invita, a lanzar de nuevo las redes.
Como Pedro, quizás las lanzo porque Él me lo pide, pero sin esperanza, sabiendo que no hay nada que pescar, que ya lo he intentado, pero no hay manera, es como muchas veces me posiciono y nos posicionamos ante la realidad y los problemas: no hay remedio, siempre ha sido así, no hay manera… no tiene sentido lo que hacemos, no vemos los frutos, y, podemos caer en la tentación de la apatía, del no hacer nada, como dirían los italianos el dolce farniente, que suena bonito, el dulce no hacer nada, es el paso previo a la depresión, del no hacer nada al no encontrar ningún motivo para seguir viviendo.
Pero el Evangelio, Jesús, Dios, nos da un remedio, nos dice que cuenta con nosotros, que no importa lo que hayamos dicho y hecho en el pasado, Él purifica y manda purificar nuestros labios, Él nos permite verlo, es más, quiere ser visto, por eso nadie que lo vea tiene por qué morir, sino todo lo contrario, quién sea capaz de verlo, de verlo en el prójimo, en el pobre, en la mujer, en el necesitado, encontrará motivos para vivir. Él nos confía su mensaje, nos hace, como a Pablo, sus apóstoles, aunque no seamos dignos, aunque no lo somos, si somos capaces de hablar de Él, de compartir su amor, de animar, acompañar, amar en su nombre, porque la misión, aunque confiada a mí, es Él quien la hace, es como en el misterio de la Eucaristía: a mí se me ha confiado presidirla, dirigir la oración, realizar los gestos, y, desde luego, yo tengo claro que no soy mejor que aquél que no viene o que no entra en la Iglesia, pero es Él el que se hace presente en medio de la comunidad para que todos podamos alimentarnos de Él, comulgarlo, crecer con Él, y ello, no por mis méritos, sino porque Él así lo quiere, se fía de mí, de nosotros, y nos confía su misión, la misión de hacerlo presente en medio de nuestro pueblo, del mundo que sufre. Como Pedro, soy un hombre pecador, pero, precisamente es al Pedro que se reconoce como pecador a quién Jesús hace pescador de hombres, soy yo, quién al reconocerme pecador, es cuando puedo hablar a los demás, a los otros pecadores, del amor de quién nos hace capaces de pescar donde sé que no hay pesca.
Quedamos pues, en esta jornada, invitados a pescar, a actuar, a compartir, a luchar por cambiar el mundo, nuestro mundo, algo que está en nuestras manos, y, algo que podemos hacer porque Él se sigue fiando de nosotros, de mí, de ti, y de todos y cada uno a los que Él ama.