Domingo 3 de febrero 2019 (IV del Tiempo Ordinario) / Jeremías  1,4-5. 17-19; Salmo 70; 1Corintios 12,31 – 13,13; Lucas 4,21-30.

Por JOSÉ LUIS BLEDA / Continuamos con el Evangelio del pasado domingo, y, aquí vemos lo que le pasa al que vive según el Evangelio, a quien conforma su vida según la voluntad de Dios, que no es otra cosa distinta a lo que le pasaba a los profetas de la Antigua Alianza, representados especialmente por Jeremías, perseguido y martirizado por el pueblo y rey de Israel.  Es lo mismo que nos puede pasar, y pasa, con muchos de nosotros, cuando lo que hemos experimentado y conocido por la religión lo hacemos real y lo vivimos en la vida familiar, social, política…Dejadme recordad algunos casos:

Un joven  estudiante de bachillerato, de un colegio religioso, del que fui capellán, por eso lo recuerdo bien, tras escuchar una charla sobre el compartir y desprenderse de las riquezas, decidió, al salir del colegio dar a un transeúnte la cazadora que llevaba, de marca y de calidad, al llegar a su casa lo primero que recibió fue un bofetón de su padre, reprimenda y castigo, así como que al día siguiente el padre se presentó en el colegio pidiendo explicaciones al director y por supuesto a mí.

Más cercanos, hay muchos cristianos comprometidos con la Iglesia, en la que trabajan como catequistas, agentes pastorales, voluntarios de Cáritas… y que también tienen un compromiso en el mundo laboral participando en un sindicato, o en el mundo político, participando en alguno de los partidos de izquierda (esto no suele suceder con los partidos de derechas, en ellos se ve bien ir a misa y ser de su partido aunque el por qué es algo que personalmente no me explico), lo normal, es que quiénes los conocen no se expliquen esa doble pertenencia, y así los que participan con ellos en misa se extrañan de que luego estén en la manifestación del 1 de mayo o en las marchas por la dignidad…  y los que están con ellos en las manifestaciones de que vayan a misa. En ambos lugares, el creyente comprometido es visto como un bicho raro.

 

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Y, por no alargarme mucho, es gracioso, por no decir que es para llorar, ver las caras de muchos de los que están en los primeros bancos, con derecho a reclinatorio, de las iglesias principales, cuando se les pregunta si saben el nombre de la rumana que pide a la puerta, o cuando se afirma que el inmigrante sin papeles es en primer lugar nuestro hermano, por la fe, o que la defensa de la vida incluye tanto el luchar contra el aborto, como el defender la dignidad de toda persona, luchar para que nadie se quede sin techo en la calle, y ver al inmigrante sin papeles como el hermano que Dios nos envía para que sirviéndole le sirvamos a Él. Caras parecidas a las que te ponen los que te consideran un cura rojo o progre y que por eso te frecuentan cuando hablando sobre el aborto lo consideras un drama y no un derecho…

A Jesús, Lucas nos lo deja muy claro en su Evangelio, ya al inicio de su actividad apostólica, al proclamar que en él se cumplen las Escrituras, en concreto la profecía de Isaías que escuchábamos el pasado domingo, ya los suyos, los que estaban con él en la sinagoga, “lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo”. Con otras palabras, Dios le señala a Jeremías que esa será la consecuencia de ser su profeta, es algo que va junto con el ser elegido por Él, estará frente (es decir enfrentado) a todo el país, a los reyes y príncipes de Judá, a los sacerdotes y al pueblo.

Entonces, ¿quién sostiene y apoya al profeta, al que vive coherentemente su fe? El salmo 70 nos lo dice: El Señor, Él es la roca, el refugio, es quién nos puede librar, defender, apoyar, sostener, por ello la esperanza y confianza del creyente solo puede estar puesta en Él, sólo en Él.

Y, como remate, a este Evangelio y a la profecía de Jeremías, le acompaña el himno a la caridad de la primera carta a los Corintios, que nos recuerda una cosa muy importante, para no caer en la tentación del orgullo, del creernos mejores y superiores a los demás, a quienes nos persiguen, y es el amor. Amar a quien no me entiende, a quien no me comprende, no dejar de amar a quien me ataca y persigue, perdonando, pero perdonando porque amo, porque los amo los justifico y perdono. Vivir en la fe y esperanza en Dios y en el amor a todos, también a quienes no nos entienden y nos persiguen, sabiendo que el amarlos no me va a ahorrar la persecución, pero sí me va a identificar con Cristo, que en el amor esta siempre conmigo.

Esto es vivir la voluntad de Dios, vivir en el amor, difícil, pero no imposible, pidamos al Padre que nos amó primero, al Hijo que dio su vida por amor, y al Espíritu Santo que nos hagan crecer en el amor, en su Amor.